martes, 30 de diciembre de 2014

El hombre de negro

Frente a la puerta que me disponía a abrir, recordando a mi querida Amanda, miré absorto el manojo de llaves viejas suministrado por los administradores de la secular mansión, alguna de ellas cubierta por esa ineludible capa de óxido que se forma del tiempo de no usarlas. La visibilidad en el largo pasillo, al que la luz del día llegaba muy debilitada desde los ventanales situados en sus extremos, hoy era particularmente escasa, ya que amaneció nublado. No pudieron indicarme cual era la que abriría aquella puerta, por lo que, a mi pesar, tendría que probarlas una a una. Sin embargo, superaría esos nimios inconvenientes porque debía entrar en la habitación del amigo que, aún después de muerto, tenía todavía cosas importantes que contar.


Comencé. Raro era que la primera fuese. Lo más probable, siguiendo una ley universal e intemporal bien conocida, es que fuera la última. Seguí probando. La séptima, contra pronóstico, abrió la puerta. Los goznes chirriaron, delatando un prolongado tiempo de inactividad en su acceso, y la puerta crujió al moverse, después de mucho tiempo, con ese tétrico sonido característico. A mis ojos se mostraba un espectáculo desolador. Sorprendía ver que la habitación, aunque muy grande, estaba llena de muebles hasta dejarla casi sin espacio para moverse. Tenues nubes de polvo, el que se cuela imparable por las rendijas de puertas y ventanas, se levantaron a mi paso, volviendo a depositarse con paciencia sobre los desvencijados muebles. El olor de la estancia era tan rancio que dirigí automáticamente mis pasos hacia el ventanal, moví los viejos cerrojos y abrí ambas hojas recibiendo una bocanada de aire puro. Olores que me retrotrajeron a la niñez, a aquella tarde...


Era una fiesta de cumpleaños. Los mayores bebían y comían sin parar. Alguno empezaba ya a cantar, producto del alcohol ingerido, mientras otros bailaban como podían. Y todos, sin excepción, reían hasta retorcerse de dolor. Nosotros nos apartamos, jugando en los alrededores sin darnos cuenta de aquel invitado que, de negro riguroso y apoyado en un cercano árbol, nos comenzó a observar. Nadie reparó en él. Yo sí lo vi. Me llamó la atención su palidez destacando sobre su oscuro traje, sus ojos fijos en nosotros y una casi imperceptible sonrisa. Me asusté y me separé del grupo para ir en busca de mis padres. Cuando llegué hasta ellos se oyeron gritos del grupo de niños que acababa de dejar. Todos corrimos hacia allí.


El hombre había desaparecido, y con él nuestro amigo. Los buscamos durante mucho rato sin éxito y volvimos a la mansión donde quizá mi amigo pudiera haber vuelto. Y lo encontramos allí, respirando con dificultad por su problema de asma, y sin poder sacar nada en claro de su desaparición ni del desconocido. Nadie sabía a cuento de qué había sido invitado a aquella fiesta pero, muy a nuestro pesar, fue el fatídico hecho que cambiaría todas nuestras vidas.


Los problemas respiratorios del chico se agravaron. Los médicos eran incapaces de descubrir la razón y pronto nos abandonaría. Fue un duro trance para su hermano, quien terminó arrojándose por la ventana de su habitación algunos años después. Algunos familiares del chico terminaron por coger aquella enfermedad degenerativa respiratoria, aún sin tener antecedentes asmáticos en su rama genética, y en especial, Amanda, la que terminaría siendo mi mujer, prima lejana del fallecido. Nos casamos muy jóvenes y vivimos años de intensa felicidad, pero la nefasta enfermedad hizo su aparición y, en el transcurso de unos meses, dejó un vacío insalvable en mi vida. Eso fue lo que me movió a indagar en los orígenes, a buscar algún indicio que me mostrase el por qué de todos aquellos fatales acontecimientos que tuvieron lugar desde que apareciera aquel enigmático individuo que jamás volvería a ver.


En aquella habitación esperaba encontrar una explicación. Era el reducto de las pertenencias del chico. Un lugar donde habían metido todo lo que recordaba a él para no tener que sufrir su ausencia. Una estancia lo más apartada posible del paso cotidiano. Ni siquiera se abría para limpiar. Por la rendija de la puerta, cada cierto tiempo, se pulverizaba una mezcla de insecticida con desinfectante altamente concentrado. Así me habían informado previo a mi solicitud de entrar en ella. Tenía que buscar algo pero no sabía el qué. Podrían ser unas cartas, uno o varios objetos guardados con gran sigilo, alguna medicina... Estaba convencido de que aquel hombre había ejercido una extraña influencia en sus hábitos y, posiblemente, mi amigo hubiera dejado constancia de ella en algún sitio. Rebusqué durante horas, sin comer ni beber nada. Empezó a atardecer y la luz, que hasta entonces aunque débil había sido suficiente, desapareció quedándome con la que solo me proporcionaba una luna llena que se encontraba justo enfrente del ventanal. Estaba dispuesto a abandonar la habitación cuando me llamó la atención un libro de lomo dorado. Lo extraje de su ubicación y comprobé que debía tratarse de un diario, por el cierre que lo abrazaba, e intuí que allí debían hallarse las respuestas a todas mis preguntas.


Cerré de nuevo las puertas y salí de la mansión con él bajo el brazo, para leerlo con tranquilidad en mi hogar. Comí algo antes de lanzarme a tan ardua actividad. No tenía hambre pero llevaba sin comer desde el desayuno. Ya en el silencio de la noche, refugiado en mi cálido salón, procedí a abrir el libro. Tal como sospechaba se trataba del diario del chico. El remordimiento que podría producirme lo allí plasmado en otras circunstancias fue superado por el interés en descubrir qué era lo que había ocurrido aquel día. Pasé unas páginas iniciales que no tenían ninguna importancia, previas al encuentro cuya fecha recordaba sin problemas, y me dirigí expresamente al relato de la celebración de su décimo tercer cumpleaños. En este punto la letra era distinta, denotando nerviosismo por lo acontecido. Rezaba así:


En primer lugar, y aunque personalmente a ambos ya se lo he dicho, me gustaría dejar constancia aquí del agradecimiento a mis padres por el esfuerzo realizado para que todo estuviera perfecto en este gran día. Y aunque creo que ellos no han tenido la culpa de invitar a aquella persona, lo cierto es que su visita ha producido en un gran impacto.

Jugábamos en los jardines cuando notamos que el extraño invitado, separado del resto, nos observaba desde un cercano árbol. Me llamó y confiado me acerqué hasta donde estaba. Pensé que querría preguntar algo sobre mi familia, pero al pasarme el brazo por encima de mis hombros no tuve otro remedio que acompañarlo hasta donde quisiera. Me condujo a un lugar apartado del grupo y perdí la vista de mis amigos durante unos minutos. Entonces comenzó a hablar, de una manera que me resultaba difícil seguir, una confusa historia de secreto universal que no debía desvelar. No comprendía sus palabras pero mi educación me impedía interrumpirlo.

Entonces ocurrió un hecho sorprendente. Sentado frente a mí me colocó su mano derecha en mi pecho y, sin poder explicarlo, una bola de luz azul salió de su mano para ser absorbida por mi cuerpo. Se levantó sin decir palabra y se dirigió hacia la casa, supongo que a reunirse con el resto de invitados. Tomé la decisión de seguirlo porque me pareció que tenía que dar una explicación razonable de lo que acababa de hacerme. Sin embargo, los gritos de mis compañeros de juego al llamarme alertaron a los mayores, haciendo que estos abandonaran su lugar de reunión en dirección a la zona de juegos. Cuando llegamos a la casa estaba agotado de seguirlo. Iba muy rápido, tanto que, a pesar de echar a correr, lo perdí de vista. Allí no quedaba nadie y me senté en los escalones intentado recuperar la respiración. Poco después apareció todo el grupo.”


Aquel detalle era nuevo para mí. No contó nada sobre esto cuando lo encontramos. Una bola de luz azul... Debía seguir leyendo para averiguar qué efectos posteriores tendría. Quizá tuviera que volver a la mansión en otro momento a seguir buscando más detalles y, desde luego, para devolver, con una explicación definitiva, la preciada pertenencia a la familia. El hecho podría considerarse aislado; solo le afectaría a él. Entonces ¿cómo explicar el resto de muertes? ¿Qué extraño vínculo terminaría por arrastrar a los familiares a tan fatal destino? Quizá más adelante hubiera tenido lugar algún otro encuentro con el hombre de negro, como decidí nombrarlo interiormente al desconocer su nombre. La lectura del resto del diario del amigo se me hizo, de esta forma, de imperiosa necesidad. Así pues seguí avanzando, leyendo de forma rápida los días en que no había ninguna alusión al hombre o a algún otro detalle relacionado con sus problemas respiratorios, y llegué a uno en el que, a medida que comenzaba a describir su previo sentimiento de angustia, su percepción de que algo sorprendente podía ocurrirle, fue despertando en mi la sensación de que comenzaba a desvelarse el enigma.


Sentado en mi cama, frente al ventanal, espero, porque sé que va a aparecer. Algo en mi interior me dice que vendrá hoy. Desde aquel día no he vuelto a verle, pero ha llegado el día del reencuentro. Tenía que pasar. Son las once y cuarto de la noche. Todo está en silencio. Mi familia debe estar durmiendo y yo tendría que estar haciéndolo. Sin embargo, algo me lo impide, esa visita. Por eso me he decidido a escribir, a dejar constancia aquí de ese hecho por si, Dios no lo quiera, llegara a ocurrirme alguna desgracia que no pueda dejar suficientemente explicada. Porque sé que, de alguna manera, mi vida ha tomado desde ese día una senda sin retorno.”
...

Retomo mi diario. Estaba en lo cierto. Una niebla comenzó a formarse en el interior de la habitación. Coloqué en la cama el diario y me dispuse a prestar atención a la nube que empezaba a mudar en humano, en el hombre que vi en mi cumpleaños. Iba ataviado de la misma guisa, todo de negro, con su característica palidez y una sonrisa en su cara. No se trataba de un fantasma, como pudiera parecer. Era real. Se acercó y me tendió la mano. Adelanté la mía en señal de bienvenida, tal como me enseñaron desde muy pequeño. No quería llamar a mis padres y creo que él debió advertirlo. Tal vez, con la intención de tranquilizarme, de que no tenía nada que temer, adoptó la decisión de sentarse junto a mí en la cama. Me dijo que era la segunda vez, pero que habría una tercera y definitiva. Había sido elegido y él me 'marcó' con la luz. Ese gesto que, según dijo, volvería a realizar con mis allegados. Era la ley y no podía ir contra ella.”


Llegado a este punto decidí repasar mentalmente en qué otro momento podría haber tenido lugar un encuentro de Amanda con su primo. Evidentemente, mi mujer no me había contado, si tal encuentro llegó a producirse, que hubiese recibido la fatídica transferencia de la luz de manos de él. Aunque, quizá, también pudo recibirla sin su conocimiento, por ejemplo, mientras durmiera, en alguna otra reunión familiar, antes incluso de que llegara a ser mi mujer y, por tanto, ni ella misma lo supiera. En ese caso, me asaltó la duda ¿podría ser yo mismo otro más de los 'marcados' si a mi mujer le fue impuesta la obligación y lo hizo igualmente sin mi consentimiento? Eso sería tanto como traicionar nuestro amor, pero ¿acaso no lo era asimismo el acto que se realizaba con otros familiares? ¿Qué extraña promesa de futuro se le había hecho para infundir en el cuerpo de otros aquella luz que terminaría acabando con las vidas de quiénes la recibían? Quizá la continuación de la lectura me proporcionara más pistas, y a ello me dispuse.


A continuación se marchó de la misma manera que había llegado y, tras terminar de plasmar en el diario lo acontecido cerré este y me dispuse a dormir.”

En el día de hoy he recibido la prometida tercera y última visita del invitado a mi cumpleaños que páginas más atrás describí. Ha venido, al igual que la última vez, sin avisar de forma expresa, aunque interiormente lo presagiaba y tal vez por eso no requiriese más seña identificativa. Me saludó como en la vez anterior y me dijo que, a partir de ese momento, estaríamos vinculados para la eternidad. Aquello me sorprendió, pero antes de que pudiera abrir la boca para lanzar las preguntas que se me amontanaban en la mente, él respondió a los interrogantes como si ya las hubiera pronunciado.

Me sentí hundido. Lo manifestado no era lo que se pudiera desear por una persona tan joven como yo. Y ante todo se me imponían unas obligaciones que se me antojaban de difícil cumplimiento, pero que debía realizar para constatar que, como él, yo podía transmitir aquella energía azul a otros familiares. Llegados a este punto la pregunta obligada era si él, entonces, pertenecía a nuestra familia. Me dijo que yo era su tataranieto y que, a pesar de no haberme conocido, ¡en vida!, sorprendente, gracias a ese poder, ciento cincuenta y siete años más tarde era capaz de hacerlo. Así pues, en el escaso tiempo de que disponía, me tenía que asegurar de 'marcar' a aquellos con quien yo deseara permanecer para siempre.”


Las lágrimas resbalaron por mis mejillas al recordar la triste suerte que le tocó correr a Amanda. Inútil resultaba plantearse ahora el por qué de esa decisión, pero a la vez se me cruzó por la mente que, como mi amigo, Amanda también podría haber sido portadora de ese extraño poder. Solté las gafas en la mesilla para limpiar mis húmedos ojos cuando percibí que en la habitación comenzaba a levantarse una nube blanquecina.

Reflejos

Hace un tiempo escribí un relato corto, titulado Un don nadie, donde cuento la experiencia vivida por un ser humano al que nadie parece prestar atención hasta que descubre el por qué. Esta historia es una nueva versión del mismo avance científico.





La Feria de las Ciencias que se celebra cada año en el pabellón cubierto de la localidad reúne, por una parte, a multitud de aficionados, de curiosos, de desocupados, que encuentran en ese foro, cuando menos, unos momentos de solaz esparcimiento. Por otro, a todos aquellos inquietos científicos, investigadores, neófitos con un descubrimiento espectacular, e incluso, farsantes, dispuestos a llevarse con la presentación de su trabajo unos pingües beneficios por el simple hecho de estar inscritos en ese evento.


Tomás, no deja pasar por alto esta oportunidad. Desde siempre le ha interesado mucho todo lo que en aquella se presenta, porque quiere estar al día en los avances técnicos, y aunque esté trabajando busca siempre el hueco que le permita visitar el recinto. Hoy se encuentra allí. No le importa pagar la relevante cantidad que le permite el acceso, porque tampoco anda sobrado de dinero; pero lo da por bien empleado. Curiosea, por los distintos stands, las innovaciones y disfruta con ello. Se detiene en algunos más que en otros ('¿cómo es posible que pretendan que esto interesa a alguien?'). De pronto, ve unos fogonazos. Mira en esa dirección. Provienen de un stand cercano. Abandona el que estaba viendo en esos momentos y se dirige raudo hacia el otro.


Cuando llega, lo primero que le impacienta es la cantidad de gente que allí se arremolina, y sin importarle lo que le puedan decir o quién le increpe, va haciéndose paso a empujones, o es que piensan que va a perder un tiempo precioso en la espera... Las instalaciones cerrarán en unas horas y tal vez no le dé lugar a verlo todo, como es su deseo. Un tipo explica a la multitud congregada los fundamentos científicos del aparato y él ya casi alcanza a verlo. Un poco más y se encontrará en la primera línea. Así ya no se perderá un solo detalle. Sigue empujando hasta lograrlo.


Las explicaciones no le llegan, no por la distancia o el tono de voz del interlocutor, sino porque no alcanza a comprender la sarta de términos técnicos que el científico utiliza, y lo que desea es que acabe cuanto antes la perorata y pase al terreno práctico. No tardará mucho y, finalmente, activa el artilugio. De las ranuras laterales salen rayos de luz de diversos colores, aunque por el cañón central solo se ve una luz blanca que enfoca hacia una mesa situada a la derecha. Hay una sorpresa generalizada cuando la gente ve como sale de la nada una imagen tridimensional perfecta de una escultural chica que explica algo irrelevante.


De pronto la imagen se distorsiona, como cuando se pierde la recepción de señal de antena en un televisor. Algo falla. El presentador coge el aparato, lo agita un poco en el aire, revisa las conexiones eléctricas... Aparentemente todo está correcto. Apaga y vuelve a encenderlo. Se oye un ruido extraño, a juzgar por la expresión de su rostro, y a continuación un flash multicolor inunda el stand y a todos los allí presentes. Tomás se queda cegado unos segundos. Después, todo vuelve a la normalidad, a excepción de la máquina, que deja al técnico muy preocupado manejando un destornillador para averiguar la causa.


La gente comienza a abandonar aquel lugar redirigiéndose a otros puntos de interés. Tomás hace lo propio. Aún se siente un poco aturdido por el fogonazo, pero poco a poco va recobrando la visión. Se choca en su paseo con otro visitante 'MIRE POR DONDE VA' le grita, pero aquel ni se inmuta. 'Este es como yo. No le importa a quién empuje'. En ese momento reflexiona. 'He tomado de mi propia medicina. Tal vez debería ser menos agresivo'.


En otro de los stands hay otra invención muy interesante, pero curiosamente en ese momento no hay nadie. 'Perfecto, para mi solo'. Sin embargo, el presentador está sentado al fondo. Ni se molesta en levantarse a explicar su descubrimiento. Tomás lo llama, pero parece no oírlo. Sigue con la cabeza baja, leyendo un documento al parecer muy importante.


Es tal su abstracción que ni percibe que Tomás se ha acercado y se ha puesto a su lado. Éste toca su hombro amablemente para llamar su atención, pero nada. El tipo, finalmente, levanta la cabeza y mira a su alrededor. Tomás está aturdido: ¡no pueden verlo!


Su primera reacción será ir en busca de algo que refleje su imagen, algún espejo, algún objeto acristalado,... Cuando lo encuentra, ve reflejada su cara de preocupación y respira tranquilo. '¿Qué es lo que le pasaría a aquel tipo?' Pero entonces le asalta un pensamiento que lo intranquilizará de nuevo, y para rebatirlo decide asaltar a cualquiera de los visitantes... 'Quizá este tipo que está de espaldas. ¿Oiga?'


No habrá respuesta, como tampoco la obtendrá del resto al que grita aterrorizado. Se ha ido a un limbo en el que él mismo puede verse a través de reflejos. Pero solo él.

lunes, 3 de noviembre de 2014

Un mundo perdido






Un mundo perdido


Cada una de las briznas de hierba miraba hacia arriba, a su gigante compañera, la Madre Naturaleza, gestar un nuevo y prometedor mundo. Le proporcionaban todo lo necesario para que ese nuevo retoño creciese sano en su interior, para que no apareciera ninguna malformación que, una vez naciese, lo hiciera descartable por la Gran Entidad. Después, tras un breve periodo de tiempo, llegaría el momento de su partida, la que todos lamentarían por el amor que le habían prodigado durante la gestación y sus primeros millones de años de vida.


Partiría lejos, y no sabrían nada de él hasta que le llegaran noticias de los viajeros interestelares. Noticias que podrían ser buenas, alabando los logros conseguidos por las criaturas desarrolladas en sus senos, por los cuidados que le prodigaran a su hogar y que les permitieran seguir viviendo en armonía con su entorno, o malas, como aquellos otros mundos donde se había instalado el egoísmo entre sus pobladores, la insensibilidad o, lo que es más grave, el desprecio hacia su morada, dañando el medio ambiente con una falta de escrúpulos digna de ser castigada con la muerte. Esto ya había ocurrido en alguna ocasión, y todos deseaban que no ocurriese con este.


Las noticias tardaron en llegar. Millones de años no era un tiempo excesivamente largo. Se pensaba que, posiblemente, como solía ocurrir siempre que las nuevas eran buenas, que todo hubiese seguido un curso favorable y que aquel retoño fuera ahora un mundo modélico. Pero cuando llegaron se conoció la triste realidad.


Al nuevo mundo se le había dado el nombre de Tierra. Se había instalado en una galaxia modélica, en un sistema solar donde era la única morada de seres vivos. Existían infinidad de especies animales y vegetales, y aún otras no catalogables, pero particularmente destacaban por su desarrollo en inteligencia unos seres conocidos como humanos. Y estos, si bien durante cientos de miles de años no habían hecho ningún daño, en los últimos cien años habían deteriorado de tal modo su hogar que no merecían seguir viviendo en él.


A todos les produjo una gran tristeza aquella noticia y pidieron ayuda a los viajeros para que intercedieran e hicieran lo posible por salvarlo.


La respuesta fue que se lo pensarían.



sábado, 25 de octubre de 2014

Un don nadie

Cansado, deseando que fuera viernes para terminar su jornada semanal y disfrutar del merecido descanso, Tomás se levantó y se dirigió malhumorado al cuarto de baño. Una ducha fría, a pesar de hallarse en pleno invierno, lo pondría a tono para acometer el nuevo día. A continuación, el afeitado, ritual que seguía con la ancestralidad que le caracterizaba, desplegando todos los utensilios sobre la encimera del mueble de baño. Después, hacía lamer con insistencia la húmeda brocha sobre la marfileña bola de jabón para, a renglón seguido, rociar su cara con fruición. La maquinilla de hojas desechables recibiría su nueva hoja de afeitar para realizar un acabado perfecto. Totalmente desnudo, porque así le gustaba estar para contemplarse en su amplio espejo, se rasura la incipiente barba, no así el bigote, al que solo recorta esos pelos que empezaban a sobresalir del conjunto. Una vez terminado el proceso se aplica su loción de afeitado, la que mantenía desde siempre. Fidelidad, una más de sus manías.

Ese día se notaba raro. No sabía qué extraña razón le procuraba esa sensación, pero algo había. Se vistió mientras discurría los asuntos con los que se encontraría en la oficina, aquellos que dejó pendientes el día anterior por problemáticos. Debía buscar una solución que le permitiera salir de aquel atolladero. Para cuando se dio cuenta, reparó en que no se había puesto los pantalones. 'Vamos a centrarnos en lo que estamos' pensó. Terminó de arreglarse y se dirigió a la cocina para prepararse una buena taza de aromático café traído de Colombia por su gran amigo Luís en su último viaje por el nuevo continente. Cafés como ese no podía tomarse en su lugar de trabajo. Darse ese lujo lo consideraba de obligado cumplimiento. Salió del domicilio y se encontró en las escaleras con un vecino. Esperó a que él lo saludara porque ya tenía experiencia en hacer lo propio y no recibir contestación. El vecino ni lo miró. 'Vaya, este tipo aún está de más mal humor que yo. Pues tampoco pienso saludarlo. Así se pudra'.

Amanece. Las calles de su barrio aún estaban vacías, pero cuando lo abandonara y se encontrara circulando por otras más céntricas la cosa cambiaría. Estos paseos mañaneros le vienen muy bien para el sedentarismo forzado a que le obliga su profesion, y camina con satisfacción, a un ritmo medio, sin cansarse. Un perro se le acerca y le ladra hasta que su dueño, vestido solo con un chandal y sin calzarse convenientemente, lo llama para que acuda a su lado. Está claro que se ha levantado de la cama hace solo un momento, y que lo ha hecho exclusivamente para sacar al perro. 'Seguro que ahora volverá a su casa, se quitará el chandal y se acostará de nuevo', piensa amargamente mientras observa como riñe al perro sin acertar a entender la causa, pero no es asunto de su incumbencia, y toma la siguiente bocacalle a la izquierda.

La luz del día es aún débil y ya comienza a ver camionetas de reparto mal aparcadas, solo para descargar la mercancía y entregarla en el comercio pertinente para su disponibilidad a los primeros clientes que acudan. La agitación a esa temprana hora sorprende. Empieza a notarse más afluencia de gente y la falta de educación hace su aparición. No es solo que no saluden, cosa normal. Es que tropiezan con uno y ni se molestan en disculparse. 'Ni que fuera transparente'... se dice para sus adentros.

Al ir a cruzar una calle, un coche pasa tan cerca de él que pisa sus pies con las ruedas traseras. Curiosamente no siente dolor. Pero la imprudencia de ese conductor debe ser castigada, aunque solo sea lanzándole improperios que no duda en decirlos a voz en grito. Nadie parece prestar la atención que una situación así requiere, aunque solo sea por curiosidad. La gente sigue su marcha como si no hubiera pasado nada. '¿Qué es lo que pasa hoy?' se pregunta.

Al llegar a la oficina, el conserje de la entrada no levanta la vista del periódico que está ojeando, a pesar de haberle dicho unos claros y altos buenos días. Ahí si que no le cuadra. Ese hombre es la definición de amabilidad. En los años que hace que lo conoce jamás ha dejado de saludarlo a la entrada. '¿Tan importante es lo que está leyendo para no dar siquiera los buenos días? ¿Es que nadie me va a dirigir la palabra hoy? Esto debe ser un mal sueño, una horrible pesadilla de la que debo despertar'.

Se sienta a su mesa. Hay un par de compañeros en mesas próximas, que están a lo suyo. Pero a ellos ya está acostumbrado a que no le saluden, por lo que no le da mayor importancia. A los pocos minutos el jefe sale de su despacho y convoca, en ese mismo momento, a una reunión general en la sala de juntas. '¿Qué diablos irá a comunicarnos?', murmura sin que nadie más conteste a su absurda pregunta. Se levanta de su mesa y se dirige hacia allí. Alguno de sus compañeros lo adelanta. ¡Juan, espera!. Pero Juan no se vuelve. Tal vez no le haya oído.

En la sala se encuentra un proyector en uno de los extremos de la mesa. Va a haber una proyección en la que, según va diciendo el jefe, Tomás va a exponer los resultados de un proyecto de investigación en el campo de la holografía. '¿Y por qué no se me ha avisado de que iba a hacer tal cosa? Ni siquiera lo llevo preparado?' Se dirige hacia la cabecera de la mesa, junto al panel, pensando qué es lo que puede decir de ese proyecto, mientras el jefe ordena que apaguen las luces. El proyector se enciende impactando directamente sobre Tomás, y entonces se oye un ooooh generalizado.
François Lapierre

viernes, 24 de octubre de 2014

Cinematografía 4D

Tras escribir la siguiente historia tuve noticia, a través de un amigo, de que esa idea ya se alumbró en la mente de alguien hace pocos años. La realidad es que aún hoy día sigue siendo un proyecto.



El proyecto era pretencioso; no le cabía la menor duda. Sin embargo, para aquel productor cinematográfico, cualquier nuevo proyecto debía ser estudiado minuciosamente porque, en los menos pensados se le había dado la circunstancia de llegar a ser grandes. Así ocurrió con el ya lejano de la visualización en tres dimensiones.


En su momento, la utilización de unas gafas de cartulina, con un plástico azul para uno de los ojos y rojo para el otro, que permitía ver películas, dada la técnica de grabación empleada, de forma que las imágenes parecían acercarse asombrosamente hasta los mismísimos rostros de los espectadores, fue asumida con gran escepticismo en un primer momento. No obstante, aunque las gafas fueron desechadas por su fragilidad y sustituidas por otras más resistentes, aún hoy en día siguen utilizándose con ligeras modificaciones, suponiendo una auténtica revolución en la historia. Lo mismo ocurriría con el sonido envolvente y otros efectos adicionales, como el temblor controlado del
suelo, para aquellas proyecciones que lo requiriesen, fundamentalmente las basadas en catástrofes... 


Sin embargo, en esta ocasión iba a asistir a una proyección única, a la que, a los factores iniciales básicos, audio y vídeo, con sus variantes 3D, se sumaba otro, la transmisión de sensaciones odoríferas. La idea era hacer partícipe al espectador de las fragancias que se pudieran desprender en el entorno visualizado. Así, si el protagonista de la película, por ejemplo, paseaba por un jardín, podían percibirse los aromas emanados de las diversas flores que lo poblasen al igual que lo harían los actores en el rodaje. Esto requería de una ingeniería técnica tal que, en función de la escena, los vaporizadores distribuidos por la sala de proyección expeliesen la adecuada combinación de elementos químicos que produjeran el olor deseado. En principio parecía posible. No le veía una especial dificultad que pudiera dársele a los profesionales del sector, los cuales estarían apoyados en todo momento por perfumistas cualificados, como ya le habían informado. Una vez determinados los componentes, el trabajo del perfumero había finalizado y el combinado de elementos sería distribuido, junto con la película, a todas las salas que la proyectaran. Por tanto, no era descabellado; ya vería su resultado.


La película era experimental, hecha ad hoc, por tanto, el argumento y su calidad técnica eran lo de menos. Hablamos de un cortometraje, el suficiente para considerar algunas situaciones propicias para transmitir los olores pertinentes. Se trataba de confirmar que podría ser interesante acumular a los efectos visuales y auditivos los propiamente odoríferos. Era un paso mas para asegurar el futuro de la industria, en franca decadencia en los últimos tiempos motivada por la visualización casera, y en muchos casos fraudulenta, de toda producción que saliera al mercado cinematográfico. Un aliciente para continuarla, ya que difícilmente podrían reproducirse en cualquier otro lugar las excelsas condiciones de las salas de exhibición. Por tanto, si aquello funcionaba bien tendría su incondicional apoyo. Las luces se apagan y comienza la proyección.


Un hombre atraviesa el desierto de Mojave con destino a Las Vegas
(no tenia experiencia en cruzar ningún desierto, por lo que los olores que percibía en el fragmento debían identificar ese paisaje. Lo dio por válido)

Cuando abandona el desierto se acerca a unas caballerizas
(aquí si que era capaz de reconocer el olor, el de los excrementos de los equinos, unido al del heno... Le daba la sensación de estar con el actor en el mismo sitio. Aquello prometía)

Da de comer y beber a su caballo, y hace lo propio penetrando en una casa donde sirven comida
(el estofado que hay preparado allí desprende un apetitoso olor... Y el licor con el que acompañará la comida tiene un aroma exquisito, según puede constatar cuando el actor se acerca la copa para beber. Al menos esos eran los olores predominantes. Supuso que le rodearían otros que quedaban en un segundo plano)

La comida es interrumpida por tres jinetes que llegan. Son cuatreros. Se introducen en la posada y amenazan a todo el que se encuentra allí, disparando varias veces al aire
(el olor de la pólvora se introduce sutilmente por los orificios nasales del productor. Está allí, con los forajidos, con el actor, con todos los que en ese momento los acompañan... ¡Increíble!)

La cámara se dirige entonces bajo la mesa del actor para hacer ver que intenta sacar su pistola. Lo consigue y se levanta de su mesa para intentar acabar con todos; es un excelente tirador. Pero liquida solo a dos, mientras el tercero le dispara certeramente en su estómago y cae fulminado, escapando a continuación.
Fin


No daba crédito. La innovación tenía todos sus parabienes... Preguntó para cuándo estaría disponible e inmediatamente firmaron el contrato. Un contrato cuantioso, era cierto, pero los beneficios ya eran palpables. Los directores le rogarían, ¡de rodillas!, la nueva técnica. El cine tomaría un giro inesperado.


De pronto sintió una punzada en su vientre. ¿Nervios, o tal vez la copiosa comida que estaba pasándole factura?... Salió a la calle a tomar algo de aire fresco, a pasear. La punzada parecía remitir. Quizá adoptó una mala postura, o los nervios le habían cortado la digestión. Nada que no pudiera solucionarse con unas pastillas.


Regresó de nuevo hasta donde tenia su vehículo aparcado. Cuando llegó hasta él, sacó su llave y la introdujo en la cerradura. Entonces cayó desplomado. La gente se arremolinó y alguien avisó a los servicios sanitarios de emergencia, que no tardaron más de cinco minutos en llegar. El productor moriría en manos de ellos.


La endoscopia practicada no ofrecía ninguna duda. Diagnóstico: hemorragia gastrointestinal con posterior encharcamiento de pulmones en sangre. Fin.

jueves, 23 de octubre de 2014

Mi particular petición

Esperó hasta dormirse y soñó con otra Navidad. Una Navidad que fuera como las de antaño, cuando toda la familia se reunía en torno a la gran mesa y se daban un atracón.

Y por supuesto también deseaba la inexcusable visita de Santa Claus para que le regalase, al igual que a cualquier otro niño, lo que había pedido. En esta ocasión nada de juguetes, en contra de su voluntad. Era más importante que Santa accediese a su especial petición de este año, un hogar.

Y se acurrucó en la caja de cartón, junto a sus padres, sobre el frío suelo.

Secuestro

Se ovilla sobre las baldosas frías y comienza a temblar. Quizá el sótano no sea el sitio más acogedor y, sin embargo, deberá quedarse ahí hasta que podamos averiguar algo. No podríamos tenerlo dando vueltas por la casa, menos aún por el jardín.

Lo encontramos hace una hora en mitad del campo, al caer la tarde, y caminaba con dificultad. Nos pareció que debíamos darle cobijo y alimento. Pero, realmente, no sabíamos qué podría comer. Tal vez, comida como la nuestra, o quizá comida para perros, para gatos, para pájaros,... ¿Qué diablos comería un alienígena?

Mucho me temo III (tarde)

Mucho me temo que vienen a rescatarme. Anoche comí la última barrita de cereales desde aquella mañana que engullí ávidamente la penúltima. Aislado en la cima, a más de tres mil metros y rodeado de nieve, la había reservado para el último momento. Esa noche la seguiría pasando allí. Tal vez por la mañana...


Y ahora llegaban. Los veía desde la altura. Dos hombres descendieron de un helicóptero y se acercaban a donde se hallaba, cubierto de hielo, un cuerpo sin vida, el mío.

Mucho me temo II (adulador empedernido)

Mucho me temo que vienen a rescatarme; ¡ya que la tenía en el bote!... Pero si por algo tengo que dar gracias a la vida es por haberme topado con ella, la que todo lo perdona. Hace un buen rato la dejé charlando animadamente con sus amigas. No obstante, por el rabillo del ojo sé que ella me vio marchar rodeado de los míos, aunque de estos pude desembarazarme a tiempo para dirigirme hacia aquella impresionante mujer que se hallaba sola. Al poco estábamos riendo, pasándolo francamente bien. Y poco después vi acercarse a mi querida esposa.

Mucho me temo I (falso alzheimer)

Propongo a mis seguidores que voten cual de estos micros les parece mejor. Todos empezarán con la frase: "Mucho me temo que vienen a rescatarme". Ahí va el primero.


Mucho me temo que vienen a rescatarme. Ahora que ya no hace falta. Ahora que he conseguido encontrar el segundo amor de mi vida, ese del que no quiero separarme jamás. Ahora que empezaban a tratarme mejor en este centro. Ahora vienen, arrepentidos de haberme abandonado, sintiéndose culpables, lo veo en sus caras. Y ahora es el momento de demostrarles que no los conozco, que mi familia está aquí, y esta es mi casa, de la que no me sacarán nunca.

lunes, 20 de octubre de 2014

El protector





El perro movió la cola con alegría porque sabía que su amo retornaba de nuevo al hogar. Esperaba con paciencia su regreso, no importándole el tiempo que emplease. Ya estaba acostumbrado a esas largas ausencias y no se asustaba al quedarse solo. Él siempre regresaba. Siempre. Y a su vuelta le invadía, penetrando por cada poro de su piel, una placentera sensación de protección, el instinto de sentirse querido.


Le hablaba con voz dulce, melódica, un timbre especial que nunca antes experimentó. Jamás tuvo que sufrir una elevación de voz que denotara enfado, Y eso que tenía el convencimiento de que algunas cosas que tiró en la casa, en esas ausencias, provocarían su irremediable alteración del habitual estado de ánimo. Sin embargo, nada. Caricias, palabras que no entendía pero que debían ser elogios, cuidados continuos... Era el ser más encantador que pudo conocer en su vida. Ya no recordaba a su último amo, aquel que le maltrataba sin descanso hasta que, finalmente, fue abandonado en una carretera desértica, en medio de la noche, con peligrosos animales acechándole, o al menos eso le parecían... Estaba realmente asustado y prefirió mil veces volver a estar en compañía del que lo había abandonado. Esperó vanamente, porque no volvería.


Y entonces apareció él, en aquel artilugio, y lo recogió. Lo llevó a su hogar, lo limpió, lo abrigó, curó sus heridas, le dio de comer, de beber. Y al cabo de un tiempo se marchó. Pensó que la historia volvía a repetirse. Aquella primera vez fue realmente terrible. Pero regresó, y volvió a prodigarle todos los cuidados precisos. A partir de entonces, comprendió que, por alguna extraña razón, el amo estaba obligado a ausentarse durante un tiempo. Y también asimiló que la marcha no era definitiva.


Esa noche, como tantas otras, salieron al exterior y caminaron bajo un cielo estrellado durante mucho tiempo. Llegaron a un lugar donde finalmente él se detuvo. El perro se sentó instintivamente mientras él contemplaba un lucero en el horizonte, un extraño lucero que aumentaba y disminuía su intensidad lumínica. Miró a su amo. Permanecía inmóvil mientras miraba aquella luz, y no quiso alterar su paz. Ni un solo ladrido de impaciencia. Se limitó a permanecer sentado junto a él.


La luz se hizo más y más grande, hasta ocupar totalmente el cielo por encima de sus cabezas. Ambos miraron hacia arriba para recibir un potente rayo de luz que el perro sintió atravesarlo desde su cabeza hasta la cola. Quedaron inmóviles y la luz disminuyó de intensidad hasta permitir visualizar una estructura metálica. A continuación, en un rápido movimiento, desapareció de sus vistas confundiéndose en un punto luminoso con el resto de estrellas.


Fue entonces cuando el perro sintió que se separaba de la tierra, que se elevaba junto a su amo. Y no tuvo miedo. Miró hacia abajo y vio que seguí allí, junto a él, en la misma posición. Y también vio que comenzaban a ser rodeados por las raíces que partían de un cercano árbol. Las raíces cubrían las dos figuras hasta que quedaron completamente ocultas a la vista, bajo un gran follaje de grandes hojas verdes que se elevaba hacia el cielo.


Por la mañana, un agricultor cogió su tractor para arar los terrenos de su finca y se llevó una gran sorpresa. De la noche a la mañana, enmedio del campo, se habían elevado dos árboles de distinta altura. Unidos, como si fueran padre e hijo. Decidió dejarlos allí. No le molestaban para su plantación, y por lo singular del caso, evitaría por todos los medios que nadie osase sacarlos de ese lugar.

lunes, 13 de octubre de 2014

En mala hora

En esta ocasión amenizaré el rato con un cuento vampírico. Espero que les guste.




Ahora recuerda con añoranza aquellos años de su infancia. Su familia le quería, y no es que ahora hubiera dejado de hacerlo, pero no era lo mismo. Besaban sus fotos, hablaban en voz alta de él sin saber que los estaba escuchando, recordaban momentos muy entrañables... Quería integrarse en el grupo, charlar con ellos, pero su estatus se lo impedía. Lo que si tenía muy claro era que jamás podría hacerles daño, por mucha necesidad que pasara. No, jamás los atacaría.


El fatídico hecho ocurrió cuando solo tenía diez años. Jugaba con sus amigos en un descampado, ajeno a lo que se le avecinaba, hasta que el objeto del juego, una pelota, se alejó hasta el cercano parque. Fue a buscarla cuando la encontró a los pies de un desconocido que no hizo el más mínimo intento de acercársela empujándola con sus pies. Tuvo que aproximarse tímidamente hasta aquel hombre. Cuando estuvo lo bastante cerca oyó unas palabras, pero le sorprendió que salieran de aquella boca impasible, de aquellos apretados labios que ni siquiera se despegaron. Sin embargo, la dulzura del timbre de voz le cautivó y no pudo resistirse a desobedecer la orden dada por aquel individuo, que tan solo dijo “acompáñame”. Volvió la vista hacia sus amigos que lo veían marcharse con él, paralizados por el miedo, mudos por la terrible situación en que se veían inmersos. Nadie más se encontraba en los alrededores, seguramente por el frío reinante a esa hora vespertina. No sabía muy bien por qué motivo lo estaba acompañando, ni adónde lo llevaba, pero continuó a su lado.


Llegaron hasta un gran árbol. El individuo lo agarró por los hombros y, con un rápido movimiento, lo puso contra el tronco, de cara a él. A continuación bajó su cabeza hasta el cuello del chico y despegó sus labios dejando entrever unos afilados colmillos que le sorprendieron. Sintió el pinchazo producido por la mordedura y, a continuación, una desazón muy profunda hasta entonces jamás sentida. Después el individuo desapareció repentinamente. Aquella noche le asaltaron unos sueños muy extraños, sudaba abundantemente, y se despertó en varias ocasiones con horror por lo presenciado en aquellos episodios oníricos que le parecieron de lo más real.


A partir de entonces su vida cambió. Sus amigos lo abandonaron por sus injustificadas y frecuentes ausencias, por sus evasivas cuando se le preguntaba qué es lo que hacía o por dónde andaba. A ellos, al igual que a su familia, no los tocaría. Su amistad era tan fuerte que traspasaba los umbrales del nuevo mundo. Tenía muchas más oportunidades en el colegio, en la calle, en el barrio. Tantas que le faltaban horas del día. El problema era convencer a sus padres para estar más tiempo en la calle. Su madre lo notaba extraño desde aquel día y, naturalmente, vio la mordedura, hecho al que él respondió sin nerviosismo con la excusa de que había sido picado por dos abejas al importunarlas en su pequeño enjambre cuando la pelota con la que jugaban fue a parar accidentalmente hasta el matorral. La herida cicatrizó pronto y no se volvió a hablar del asunto.


Sus dotes de persuasión se desarrollaron notablemente. Es sabido que el hambre azuza el ingenio, y la capacidad para relacionarse asombró a todo su entorno. Para los adultos, el niño no presentaba ningún problema. Podían dejarlo solo en cualquier situación, y a los pocos minutos se le veía acompañado. Lo que sí era llamativo es que desapareciera, siempre, durante unos minutos.



Su modus operandi varió respecto de su “creador”. No se dirigía al cuello de sus víctimas, pedía la mano de sus acompañantes con la falsa pretensión de intentar adivinar el futuro leyendo las líneas de la mano. Después proponía que, para una correcta predicción, necesitaba unas gotas de sangre que extraería de un leve mordisco en la muñeca. Nadie se negaba ante la perspectiva de conocer su futuro solo con la penalidad de sentir una pequeña incisión. Unas gotas de cada niño eran suficientes por aquel entonces; podía contactar con varios a lo largo del día.


Con la adolescencia la táctica cambió. Los chicos fueron dejados de lado, sustituidos por las chicas. A estas les llamaba la atención aquel atrevimiento de morderle en sus delicadas muñecas. Lo interpretaban como un incipiente encuentro sexual. Pero a él no parecía importarle este punto. No se le conoció ninguna relación, era un chico muy raro.


Fue pasando el tiempo de su vida terrenal hasta el día en que lo volvió a ver. No había cambiado. Tenía el mismo aspecto que la primera vez. Incluso iba vestido de la misma guisa.

  • Te he dejado experimentar tu nueva condición unos años- pronunció con su gélida voz - Ha llegado el momento de que pases a mi servicio. Te enseñaré cosas que aún desconoces, pasarás a ser mi discípulo incondicional y, a partir de ahora, experimentarás aún más poder. ¿Estás preparado?
  • Tengo miedo. ¿Por qué no has estado a mi lado en los malos momentos que he pasado todos estos años? ¿Por qué ahora tengo que seguirte?
  • Era necesario. Debías aprender, sólo, a asumir tu nueva vida. Ahora debes unirte a los nuestros. Perteneces a otra familia.


Caminó a su lado hasta desaparecer juntos tras una espesa nube. Su cadáver fue descubierto por un corredor matutino, cerca de una acequia. Desde entonces observa constantemente a sus compungidos padres y hermanos, pero nada puede hacer a pesar de su inmenso poder. Solo puede limitarse a estar con ellos desde el otro lado, verlos, oírlos, no contactar por orden del Maestro...


Él se conforma con eso y sabe que ellos no le olvidan.


François Lapierre, octubre de 2013

Déjà vu

Utilizamos esta expresión francesa para indicar que algo que ha ocurrido, o algo que se iba a decir, teníamos, de alguna manera, la sensación de que iba a ser tal cual ha sido. Una especie de premonición que, en ciertos momentos de nuestras vidas, nos ocurre a cualquiera de nosotros.

En este relato corto que leerán a continuación, hay algo de esto entrevelado. Y también un guiño al famoso relato de la chica de la curva. Léanlo y opinen.




La mañana era fría, muy fría, y ya habían pasado los idus de marzo. Aunque el pronóstico del tiempo para el fin de semana era de lluvias. Para quedarse en casa. Sin embargo, el cielo en ese momento estaba libre de nubes y ya clareaba. En la cama se estaría muchísimo mejor, pero había que acudir al trabajo. Y aún podía dar gracias que lo tuviera, con los tiempos de crisis que se estaban viviendo últimamente. Por ese mismo motivo había que economizar gastos, y qué mejor medio de hacerlo que compartiendo coche con compañeros de trabajo. Esperaba no hacía mucho rato, y la necesidad de fumar apremiaba. Sacó un cigarro de su bolso y se lo puso en la boca. Lo encendió y aspiró una deleitable bocanada del complejo químico, mientras miraba ensimismada a la carretera a la espera del deseado vehículo que la quitase de pasar más frío. Lo reconoció a una cierta distancia, incluso pudo distinguir a su conductor, a quien esperaba, y le molestó sobremanera que apareciera justo cuando había acabado de encender el cigarrillo.


El coche se acercó lentamente, reduciendo su marcha para aproximarse a la acera y recoger a su paciente compañera. Ésta apagó el iniciado cigarro en el poste de una señal de tráfico, vigilando que, efectivamente, quedase apagado del todo. Aún podría retomarlo en otro momento, más tarde, mientras tomaba su primer café con otros compañeros, o tal vez, ya en su puesto de trabajo, y lo guardó. Dirigió sus pasos hacia el coche, con su brazo derecho extendido para acceder a la manecilla de la puerta, pero éste ya no estaba allí. Desapareció delante de sus narices. Miró en la dirección de la calle que, necesariamente, debía haber seguido, pero no lo vio. Miró hacia el otro lado, por si había dado marcha atrás. Nada. ¿¡Qué diantres estaba pasando!?.


Mientras discurría si, realmente, lo había visto, volvió a aparecer. Hizo el mismo movimiento, reducción de velocidad y aproximación a la acera. Ahora no quitó la vista de la calle. El coche paró. Ella abrió su puerta, dio los buenos días y, a renglón seguido, preguntó si había pasado por allí hacía un momento. Ante la respuesta negativa calló y quedó pensativa. El coche iba rápido a pesar de ir con tiempo sobrado, por lo que avisó a su conductor para que redujera la marcha, sobre todo, viendo que se acercaba una curva peligrosa. Cuando pasaron la curva, el conductor miró por el rabillo del ojo hacia su pasajero. El asiento estaba vacío.

martes, 23 de septiembre de 2014

Solidaridad

Palabra un poco difícil de pronunciar en español (a lo mejor en otras lenguas, no tanto). Tal vez sea porque la usamos poco y no estamos acostumbrados a su dicción. 

Si acudimos a la definición que nos da la Real Academia de la Lengua Española leemos como primera acepción: 

"adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros"


Adhesión circunstancial, es decir, unirse momentáneamente a otros para luchar codo con codo en situaciones o metas en las que creen aquellos. Así, uno es solidario cuando dona bienes para ayudar a gente desprovista de todo: alimentos, para los que no tienen acceso diario a ellos; medicinas, para los que difícilmente pueden conseguirlas; ayuda humanitaria, para hacer la vida más soportable a quien ya de por sí la tiene complicada,... Esta es la solidaridad en su estado puro, la que todo el mundo tiene en mente cuando se menciona.


Pero tenemos una segunda definición, un tanto compleja, que voy a intentar desgranar: 

"modo de derecho u obligación in sólidum"

- ¿Cómo dice?

Tranquilo, que verá como lo entiende. In sólidum es una expresión latina que viene a decir "en total", "por entero" o, "por el todo", y expresa la facultad u obligación que, siendo común a dos o más personas, puede o debe ejercerse/cumplirse por entero por cada una. 


Bien, pues esta definición es la que no tiene casi nadie en mente. Solo cuando se menciona que uno es deudor solidario alcanza a comprender mínimamente que la deuda le afecta también a él, es decir, la obligación es común y si no paga uno lo tendrá que hacer el otro u otros.


Esta, podríamos decir que es la solidaridad de calle, la más cercana, la cotidiana, la individual, y a la vez colectiva, de los seres humanos que viven en una sociedad que llamamos civilizada. Esto no quiere decir que las sociedades "no civilizadas" no tengan esta solidaridad, porque seguro que cualquiera de los miembros de esa colectividad, en alguna ocasión, han ayudado a sus prójimos en una situación difícil o de riesgo. 


Así entendida, esta solidaridad viene a significar prestar la ayuda complementaria o realizar la acción oportuna en aquellas situaciones en las que otros no tienen posibilidad de ejercitarla o no lo hacen por dejadez. Se trata simplemente de una colaboración con un semejante, y aquel que la presta es el que se puede llamar solidario.


Pues bien, hoy en día asistimos en muchas situaciones a una insolidaridad por dejadez, que obliga a otros, por el bien común, a realizar la acción abandonada. El insolidario es un egoísta, alguien a quien le cuesta un esfuerzo inmenso hacer o decir algo. Si me apuran podríamos decir que es un cobarde, un despreocupado que no tiene el menor reparo en dejar las cosas estar, en no meterse donde no le llaman, pero que si, en algún momento, necesitase de la ayuda de los demás no dudaría en pedirla.


Esto es lo más indignante porque es lo más sencillo. Para la otra solidaridad se requiere más esfuerzo: hay que contactar con organizaciones gubernamentales de ayuda humanitaria, realizar transferencias de dinero puntuales o dar órdenes a las entidades bancarias de que lo hagan mensualmente, aportar otro tipo de bienes corriendo con los oportunos gastos,... lo que no quiere decir que tengamos que renunciar a ella porque también es necesaria, pero vuelvo a repetir, la solidaridad individual  que solo necesita una actuación concreta en un momento dado, es la que se deja de hacer, la que se carga sobre las espaldas de otro. Esa no es la condición humana. Estamos en un mundo donde cada uno necesitamos de los demás y los demás de cada uno de nosotros. 


Piénsenlo bien, el mundo no sería mundo si cada uno fuera por libre, si no colaborásemos estrechamente unos con otros para hacer la vida más fácil, más humana. Es simple, yo ayudo porque alguna vez necesitaré ayuda y querré que me la presten. 


Esta premisa debería estar grabada a fuego en la mente de todos. 

sábado, 20 de septiembre de 2014

Infierno

Y regresé al cielo.

A petición mía se me había concedido visitar la otra instancia. Las grandes puertas se abrieron cuando me encontraba muy próximo a ellas, como previendo mi llegada y sin necesidad de que llamase. Tras entrar con precaución, bueno, con miedo, la verdad es que allí no se estaba mal, salvando el sofocante calor. Mi sorpresa fue mayúscula cuando me recibió el mismísimo Satán. No esperaba verlo tan pronto. Sin embargo, no fui bien recibido. 

Olvidé desembarazarme de aquellas dos grandes alas blancas.

Desesperación

Me despierto por el sonido de alarma del enojoso artilugio. Miro en él las iniciales del nuevo día y la hora, y compruebo que es otro día más de la semana, y no necesariamente de su fin, que sería la alegría de otros muchos, aunque para mí, en este, las vivencias sean prácticamente las mismas que las de cualquiera otro. La sensación que tengo, antes de levantarme, es de intranquilidad, previa incluso al análisis de lo que esté por llegar. Hay que dejar de una vez el cómodo, aunque viejo, colchón, y el tacto de la piel con las sábanas, con la acogedora almohada, con ese pijama raído, descolorido por los lavados, y enfrentarse con valentía al líquido elemento. Recibir millones de gotas de agua para eliminar los efluvios corporales producidos a lo largo de toda la noche, usar esa pastilla de jabón, a la vieja usanza, ya que no hay dinero para comprar geles de baño o, incluso, champús. Y después, embutirse en prendas sintéticas y pasadas de moda, calzarse fastidiosos zapatos con suelas rotas que filtran el agua de los charcos, y salir a la calle, haga frío o un calor asfixiante, llueva o nieve, en busca de un trabajo, cualquiera. Ya no soy selectivo como antaño.



Acudo a la oficina de empleo. Tras muchos años de trabajo, te das cuenta de que, ahora que no se tiene, has desperdiciado tu vida. Ahora malvivo. Tiene gracia. Cuando tienes trabajo no vives porque te falta tiempo y cuando no trabajas y tienes todo el del mundo tampoco puedes vivir. Miro a mi alrededor. Es mi consuelo. Hay muchos otros como yo que nos arreglamos al máximo cuando ni siquiera vamos a una entrevista, pero hay que dar buena imagen. Saco un número y miro las pantallas. Aún me quedan veinte. Cojo un ejemplar gratuito de prensa y lo ojeo sin pizca de interés. Solo para pasar el tiempo. El funcionario que atiende frente a mí me causa asco. Desde su privilegiada posición, trabajando cómodamente, sin estrés, no tiene ningún reparo en despachar impunemente a su visitante, sentado al otro lado de la mesa. Ni siquiera pasará por su reducida capacidad cerebral en qué lamentable situación podamos encontrarnos. Niega con su cabeza, por la que seguramente circule una sensación de euforia, la posibilidad milagrosa que ansiaba el demandante. Y a este se le ve inclinar su cabeza, sumiso, aceptando la derrota, e imagino qué estará pasando por esa mente. Nada bueno, seguro... Mi turno ha llegado. Acabaré rápido y creo que ocasionaré algunas molestias. Pero ya está decidido. Me siento frente al funcionario, la saco del portafolios y disparo en mi sien derecha.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Pieza cobrada (seleccionado finalista en junio/13 en el programa La Ventana de la Cadena SER)

La sirena cautiva vomita pulpos de siete patas en la taza del váter. 

No me importa lo que vomite. La amo y jamás la dejaré volver a su hogar.

No robarás

- Había brotado, en medio del huerto, un imponente piano de cola...

- Te equivocas, papá. De las judías mágicas brotaba una planta que crecía y crecía hasta llegar al cielo. Allí, Juan se encontraba con un gigante y le robaba la gallina de los huevos de oro.

- ¿Y qué te parece si hacemos un nuevo cuento donde Juan se hace un pianista grandioso, que gana muchísimo dinero?


- Vale, pero con todo el dinero que gane le comprará la gallina al gigante.

viernes, 5 de septiembre de 2014

Preparativos

Su conciencia no podría soportarlo, pensaba tras haber desplegado ante si varios cuchillos de cocina.


Pero ¿qué importaba su conciencia?, le decía su lado malvado mientras elegía definitivamente el más mortífero, el que utilizaba para trocear la carne cuando su mujer se lo ordenaba porque no había querido pedírselo al carnicero.


Ordenando, siempre ordenando, aquello tenía que acabar de una vez por todas. 


Oyó pasos aproximándose. Era su mujer que se había levantado y que, tras ver todo aquel despliegue, le ordenó

“ya estás guardando todo eso y volviendo a la cama. La carne no se hará mañana”.

Aquel verano del 89

Los recuerdos afloraron en su mente ¿Cuántos años haría de aquello? ¿15, 20?




Nítidamente comenzó a tener visiones del primer contacto con Pedro, de su aparición montado en aquella motocicleta, su amada motocicleta, la que ocupaba todas sus horas libres... hasta que apareció ella. Entonces, no es que renunciara a la máquina, porque aún la siguió usando y ella montó junto a él en agradables paseos durante todo aquel verano, sino que su amor fue desplazado y, con el paso del tiempo, fue abandonada en un rincón y comenzó a cubrirse, de polvo primero, y más tarde, de una mezcla de humedad y grasa, hasta que llegó el día en que tuvo que deshacerse de ella porque Pedro jamás la usaría de nuevo. 


Los muertos no montan en motocicletas.

De tal palo tal astilla

Suspiró profundamente y recogió dos cubiertos caídos del suelo, tras el gran golpe propinado a la mesa por el desaforado padre. Pensó que aquello era injusto y comenzó a sentirse latir las venas en la sien como hasta ahora no lo había sentido. Su padre seguía despotricando cada vez más, lo que le produjo al hijo un estado de excitación aún mayor. Entonces ocurrió. Mientras su cuerpo tomaba dimensiones extraordinarias, miró a su padre, que ya era el gigantón verde.

La oreja de Van Gogh

Solo él supo en aquel momento por qué lo hizo. Ni siquiera su mejor amigo, Gauguin, el afamado pintor, tuvo noticia del desafortunado hecho, a la vista de los demás, incluido el doctor, hasta algún tiempo después. Tampoco aquel quiso atormentarlo más, bastante tuvo. 

La oreja fue regalada por el propio Vincent Van Gogh a su amiga, la prostituta, la única que le hizo caso en su asquerosa vida, quien sabe si con el extraño propósito de que le hablara en sus momentos íntimos y solitarios, al igual que lo hizo con él en las pocas ocasiones que tuvo la suerte de estar junto a ella. Lo cierto era que el pintor siguió escuchándola en su interior, a través de la regalada oreja. 

Ese fue el único consuelo que tuvo hasta un momento antes de proceder a quitarse la vida.

31 de octubre, víspera de Todos los Santos, festividad de Halloween

La noche ha caído y el frío se agudiza, pero no le importa, sigue caminando, con cuidado de no tropezar por el escabroso terreno que necesariamente ha de atravesar. La débil luz que arroja la linterna que porta en su mano derecha poco ayuda. Nadie le acompaña y los pensamientos se apoderan de su mente, le distraen de su percepción de la realidad que le rodea. Recuerdos que se entremezclan, tristes, agradables, humorísticos, le evaden de esa angustiosa empresa y le transportan, casi sin darse cuenta, a la entrada del pueblo.


Poco después llegará a una plaza donde, en su centro, una fuente con sus chorros de agua coloreada iluminan las casas circundantes, ahora de azul, más tarde de rojo, después verde y amarillo, hasta llegar al violeta que acaba el ciclo, y vuelta a empezar. Tampoco se ve un alma allí. Sabe que la casa se encuentra a la derecha, muy cerca de la plaza que acaba de abandonar, y sabe también su número, el 7. Ha pasado el 1, el 3 y el 5. Es la próxima. Los nervios hacen su aparición. Su cuerpo comienza ahora a percibir el frío reinante y se autoabraza para poder calentarse, frotándose con sus manos los ateridos brazos.


El portalón estaba abierto, eso no es nada anormal en estos sitios, los robos brillan por su ausencia. Un pequeño patio, repleto de macetas de geranios y claveles, da paso a un lúgubre y estrecho pasillo que invita a abandonar la vivienda cuanto antes, pero su obligación es entrar, y avanza con paso dubitativo. Un gato negro hace ver sus dominios bufando estremecedoramente. Por fortuna, el pasillo oscuro llega a su fin y un nuevo patio más amplio le ofrece dos puertas a la vista. Se dirige hacia la frontal, la que lógicamente debe ser el acceso a la vivienda y, decidido, llama a su puerta. No se oye nada al otro lado. Entonces, sin preguntar por el intempestivo visitante ya que todo el mundo se conoce, la puerta comienza a abrirse con un espeluznante chirriar, y un hombre de mediana estatura se deja ver a la amarillenta luz de un farolillo colocado en una de las paredes.


El aspecto del hombre le hace retroceder ligeramente. Su boca, semiabierta por la sonrisa, está algo desplazada de su habitual posición, y sus dientes aparecen con una tonalidad rojiza, consecuencia, cree, de una gingivitis aguda que ha debilitado hasta el extremo sus encías. Pero es que, además, esos dientes son desproporcionados y escasos, encajados aleatoriamente en una boca de labios resecos, cuarteados. El conjunto se completa con una nariz deformada por el acné, unos grandes ojos saltones y el pelo escaso y largo, cayéndole sobre la frente. Su mano derecha, perceptible porque se la ha extendido en señal de saludo, es una mano gruesa, con dedos enormes cual chorizos, y uñas descuidadas, grandes y oscuras. Venciendo la repugnancia que le produce, accede finalmente a estrecharla. Aprovechando ese contacto, tira de él para que entre en la vivienda, a la vez que se presenta, confirmando de ese modo que se trata de la persona que debía visitar.


A continuación aparece la que debe ser su esposa, la cual se le antoja una bruja a la que únicamente le fata la escoba para montar en ella y salir volando. No es necesario describirla, que cada cual busque en su imaginación el aspecto que las caracteriza y, seguramente, no distará mucho de la realidad que ante él se muestra. Para colmo, un gran caldero hirviente bulle en una chimenea pero, ilusiones aparte, no está destinado a ningún conjuro. Más bien es la comida que se prepara, quizá, para el día siguiente, a juzgar por el buen olor que desprende. Ella comienza a charlar animadamente, como si lo conociera de toda la vida, mientras se dirige hacia la cocina y vuelve de nuevo al caldero, con un gran cucharón en sus manos para remover el guiso. La hospitalidad hace su aparición con una invitación a acompañarlos para la cena.



Mientras, el marido, tras haber ofrecido asiento al visitante, se ha instalado cómodamente en un butacón y se mantiene en un inquietante silencio, sin dejar de observarlo, aprobando lo que su mujer hace o dice. De pronto se levanta y se dirige a la cocina para volver con un gran cuchillo. Minutos más tarde, limpia cuidadosamente el instrumento porque el cuerpo del visitante ya está perfectamente troceado, listo para añadir al caldero que esperaba impaciente la necesaria carne.

La noche siguiente

Ese día, Eusebio no estuvo muy alegre, y eso que la noche anterior la había pasado de lujo con Tomasa. La siguiente sería con otra mujer, esas eran las reglas del juego. Después de tres noches había que retornar al hogar, con la propia. Ni que decirse tiene que no contó nada a Jacinto. Las noches que allí se disfrutaban quedaban en el anonimato, otra de las reglas. Así evitaban cualquier posible roce que pudiera producirse en los comentarios que se cruzasen. El lema del prostíbulo, que rezaba en un cartel a la entrada, era una ligera desviación de la famosa frase de Dumas en su obra Los tres mosqueteros: “Todas para uno, una para todos”.


Y al fin llegó la noche. Eusebio estaba impaciente por ver quien sería la que le tocase en suerte. El sorteo se hacía por insaculación en dos tandas de tres días. En una de ellas, cada hombre, a la entrada, sacaba el papelito con el nombre de la mujer a poseer. En la segunda, era a la inversa, mientras los hombres esperaban en un amplio salón fumando y bebiendo. No cabían trampas porque si alguien reclamaba a uno u otra que no correspondiese, el afectado/a podría rebatirlo con el papel en su poder.


En esa ocasión el turno fue para Julia. Era, aparentemente, una mujer corriente, pero también disponía de unas curvas asombrosas muy bien escondidas tras los amplios vestidos de que gustaba usar. Y también algo tímida, de ahí la vestimenta. Eusebio quiso iniciar el acercamiento para evitarle a la mujer el trance y, sorpresa, bajo el amplio vestido no había absolutamente nada más de ropa. Unos pechos proporcionados, unas caderas anchas y un pubis bien marcado por un vello negro abundante. Allí mismo, Eusebio se dejó caer de rodillas. Julia entreabrió un poco las piernas para que el hombre pudiera lamerle su tesoro. Al poco tuvo que detenerlo porque le estaba llegando y quería disfrutarlo dentro de ella. Se tumbó en la cama de lado, cogió su gran miembro y le hizo lo conveniente. Después ella misma se lo introdujo en su cueva mientras Eusebio, boca arriba, se dejaba hacer.



¡Cómo cabalgó! Y eso que no tenían caballos.