Hace un tiempo escribí un relato corto, titulado Un don nadie, donde cuento la experiencia vivida por un ser humano al que nadie parece prestar atención hasta que descubre el por qué. Esta historia es una nueva versión del mismo avance científico.
La
Feria de las Ciencias que se celebra cada año en el pabellón
cubierto de la localidad reúne, por una parte, a multitud de
aficionados, de curiosos, de desocupados, que encuentran en ese foro,
cuando menos, unos momentos de solaz esparcimiento. Por otro, a todos
aquellos inquietos científicos, investigadores, neófitos con un
descubrimiento espectacular, e incluso, farsantes, dispuestos a
llevarse con la presentación de su trabajo unos pingües beneficios
por el simple hecho de estar inscritos en ese evento.
Tomás,
no deja pasar por alto esta oportunidad. Desde siempre le ha
interesado mucho todo lo que en aquella se presenta, porque quiere
estar al día en los avances técnicos, y aunque esté trabajando
busca siempre el hueco que le permita visitar el recinto. Hoy se
encuentra allí. No le importa pagar la relevante cantidad que le
permite el acceso, porque tampoco anda sobrado de dinero; pero lo da
por bien empleado. Curiosea, por los distintos stands, las
innovaciones y disfruta con ello. Se detiene en algunos más que en
otros ('¿cómo es posible que pretendan que esto interesa a
alguien?'). De pronto, ve unos fogonazos. Mira en esa dirección.
Provienen de un stand cercano. Abandona el que estaba viendo en esos
momentos y se dirige raudo hacia el otro.
Cuando
llega, lo primero que le impacienta es la cantidad de gente que allí
se arremolina, y sin importarle lo que le puedan decir o quién le
increpe, va haciéndose paso a empujones, o es que piensan que va a
perder un tiempo precioso en la espera... Las instalaciones cerrarán
en unas horas y tal vez no le dé lugar a verlo todo, como es su
deseo. Un tipo explica a la multitud congregada los fundamentos
científicos del aparato y él ya casi alcanza a verlo. Un poco más
y se encontrará en la primera línea. Así ya no se perderá un solo
detalle. Sigue empujando hasta lograrlo.
Las
explicaciones no le llegan, no por la distancia o el tono de voz del
interlocutor, sino porque no alcanza a comprender la sarta de
términos técnicos que el científico utiliza, y lo que desea es que
acabe cuanto antes la perorata y pase al terreno práctico. No
tardará mucho y, finalmente, activa el artilugio. De las ranuras
laterales salen rayos de luz de diversos colores, aunque por el cañón
central solo se ve una luz blanca que enfoca hacia una mesa situada a
la derecha. Hay una sorpresa generalizada cuando la gente ve como
sale de la nada una imagen tridimensional perfecta de una escultural
chica que explica algo irrelevante.
De
pronto la imagen se distorsiona, como cuando se pierde la recepción
de señal de antena en un televisor. Algo falla. El presentador coge
el aparato, lo agita un poco en el aire, revisa las conexiones
eléctricas... Aparentemente todo está correcto. Apaga y vuelve a
encenderlo. Se oye un ruido extraño, a juzgar por la expresión de
su rostro, y a continuación un flash multicolor inunda el stand y a
todos los allí presentes. Tomás se queda cegado unos segundos.
Después, todo vuelve a la normalidad, a excepción de la máquina,
que deja al técnico muy preocupado manejando un destornillador para
averiguar la causa.
La
gente comienza a abandonar aquel lugar redirigiéndose a otros puntos
de interés. Tomás hace lo propio. Aún se siente un poco aturdido
por el fogonazo, pero poco a poco va recobrando la visión. Se choca
en su paseo con otro visitante 'MIRE POR DONDE VA' le grita, pero
aquel ni se inmuta. 'Este es como yo. No le importa a quién empuje'.
En ese momento reflexiona. 'He tomado de mi propia medicina. Tal vez
debería ser menos agresivo'.
En
otro de los stands hay otra invención muy interesante, pero
curiosamente en ese momento no hay nadie. 'Perfecto, para mi solo'.
Sin embargo, el presentador está sentado al fondo. Ni se molesta en
levantarse a explicar su descubrimiento. Tomás lo llama, pero parece
no oírlo. Sigue con la cabeza baja, leyendo un documento al parecer
muy importante.
Es
tal su abstracción que ni percibe que Tomás se ha acercado y se ha
puesto a su lado. Éste toca su hombro amablemente para llamar su
atención, pero nada. El tipo, finalmente, levanta la cabeza y mira a
su alrededor. Tomás está aturdido: ¡no pueden verlo!
Su
primera reacción será ir en busca de algo que refleje su imagen,
algún espejo, algún objeto acristalado,... Cuando lo encuentra, ve
reflejada su cara de preocupación y respira tranquilo. '¿Qué es lo
que le pasaría a aquel tipo?' Pero entonces le asalta un pensamiento
que lo intranquilizará de nuevo, y para rebatirlo decide asaltar a
cualquiera de los visitantes... 'Quizá este tipo que está de
espaldas. ¿Oiga?'
No
habrá respuesta, como tampoco la obtendrá del resto al que grita
aterrorizado. Se ha ido a un limbo en el que él mismo puede verse a
través de reflejos. Pero solo él.
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