domingo, 24 de mayo de 2015

Una facultad adquirida

Si pudiésemos cambiar el curso de los acontecimientos solo con desearlo, nuestro poder sería inmenso. Pero, a no ser que nos hallásemos en completa soledad, que fuésemos el último habitante del planeta, sería un poder compartido que competiría en igualdad de condiciones con el de nuestros semejantes. Entonces, el mundo sería un mundo caótico, en el que esos cambios hechos realidad por la simple voluntad de uno serían tan efímeros como el instante en el que, por un deseo contrario, por fastidiar o por desagrado, los cambios se deshicieran. Nada podría permanecer in aeternum...


Posiblemente esta idea haya rondado en la mente de todos en alguna ocasión. Al menos, en la de Armand sí lo hizo. Y pensaba que no tenía por qué ser una facultad disponible por todos. Tan solo los iniciados, los que realmente se dedicaran a ello en plenitud, podrían alcanzarla. Fue así cuando comenzó a leer libros sobre el poder de la mente. Libros que ejercitaban en una disciplina que requería mucha concentración y, sobre todo, fe íntegra en lo que estaba haciendo. Sabía que no era un don que pudiera alcanzar en poco tiempo, pero esto era precisamente de lo que más disponía. Después de todo, lo único que realmente nos pertenece es el tiempo.


Sin embargo, los resultados no aparecían tras varios meses de intensa actividad. Quiso ver el lado positivo del gasto de tiempo en una mejora de sus capacidades nemotécnicas, en la mayor potencialidad analítica que tenía claro haber desarrollado. Pero dudaba, al igual que ya lo hiciera Descartes, que no fuera su subconsciente quien lo estuviera engañando en tales logros y que, por tanto, no hubiera logrado nada. Aún admitiendo tal posibilidad ello no le desanimó porque, al igual que los grandes logros de la humanidad habían sido conseguidos con perseverancia, este era un reto que él debía superar. Un reto que merecía la pena conseguir porque lo haría un superhombre. Entonces, lejos de perseguir el poder y la gloria, lo emplearía en modificar todo aquello que veía injusto ser soportado por un humano.


Durante la noche de un día agotador, los sueños se sucedieron vertiginosos. Sueños que, indefectiblemente, reflejaban sus inquietudes diurnas y que, por tanto, lo sumían en un estado de embriaguez emocional que, en más de una ocasión, llegó a despertarlo. En el último de los sueños, lo recordaba bien, recibía la visita de un familiar. Reacio a levantarse, aún era pronto, retozó un poco más en la cama hasta que oyó llamar a su puerta. Molesto por la insistencia del visitante se encaminó a abrirla. En el trayecto, por su mente circuló una idea que desechó por macabra. “Fijo que se trata de algún vendedor de seguros”, pensó, y miró a través de la mirilla. Su sorpresa fue mayúscula cuando vio de quién se trataba. Ni más ni menos que con quien había soñado. Simple casualidad, concluyó. Y abrió.

  • Perdona que te moleste a esta hora. Sé que no tienes obligaciones laborales y, que por ello, no tienes que levantarte, pero mi visita es obligada y, urgente... No quiero tenerte más en vilo. Ha fallecido tu tío Harold.
  • ¡No puede ser!...
  • Comprendo tu sorpresa... se encontraba perfectamente pero, solo hay que estar vivo para morir.
  • En verdad que me ha sorprendido. Lo quería muchísimo porque cuidó de mí en los difíciles años de juventud, pero es que...- omitió la explicación que pretendía salir de su boca a toda velocidad y lo disimuló en un llanto suave.
  • Lo siento mucho. Voy hacia el tanatorio. Nos vemos.


¿Casualidad? Había pronosticado, en sueños, la visita de Leo y, ya despierto, por su mente pasó la idea de la muerte de su tío. ¿Qué es lo que había ocurrido de un día para otro? En realidad sus actividades mentales estaban dirigidas al autocontrol, pero lo que estaba viviendo era una capacidad para predecir el futuro más inmediato. Un futuro que, en el caso de su tío, se trataba de un pasado reciente, aunque para él la sensación de que, en breve, se le iba a comunicar tal óbito sí era un acontecimiento por venir. Inquieto, asustado quizá, y llegado a este punto, Armand no tuvo otra que acudir a sus consabidas sesiones, dejar su mente en blanco y ver (si realmente había adquirido tal poder) qué hechos o circunstancias se le presentarían en los siguientes minutos. Desconectó el teléfono y se retiró a la habitación acondicionada con doble acristalamiento acústico, deseando que nadie más llamase a la puerta porque alteraría su estado de concentración.
Pasó en ella largo tiempo. Ni siquiera se preocupó de concretarlo, y en ese periodo determinó que un cuadro del salón se descolgaría. Concretamente, una reproducción de “La persistencia de la memoria”, de Dalí. Salió de la habitación y miró hacia él esperando el momento, colocando sus manos por debajo para evitar su deterioro, y ocurrió. El cuadro fue rescatado de la caída. Armand lo colocó en el sofá a la espera de momento más adecuado para retornarlo a su posición en la pared.


Con un sentimiento de júbilo interior, confirmando que, definitivamente, había adquirido esa aptitud, que no podía tratarse de otra casualidad más, se retiró hacia el cuarto de baño para asearse, vestirse y acudir al tanatorio donde le esperaba el cuerpo sin vida de su amado tío. No obstante, mientras se daba una ducha tuvo otra visión. Más espeluznante, aún. ¡Sería atropellado por un vehículo! Y ocurriría, según le estaba constando, de forma inequívoca. El dilema ahora era si tal evento sería a corto plazo o podía prolongarse algo más en el tiempo.


Armand no salió. Se quedó en casa todo el día. Y al día siguiente, y al otro. En todo ese tiempo nadie acudió a su domicilio. Pensó que, posiblemente, sus familiares concluirían que no acudió a las honras fúnebres por no poder soportarlo. No tuvo más premoniciones en todo ese tiempo. Aquello era preocupante porque, ¿debía ocurrir lo previsto para poder seguir percibiendo? ¿Perdió la facultad? ¿El atropello sería mortal o tan solo grave para seguir con vida? No quería comprobarlo, pero debía salir. Tenía que comprar productos frescos, carne y pescado, leche, huevos... Tal vez si solo fuera por una acera, sin cruzar la calle, no tenía por qué pasar nada. Pero, en ese caso, si el acontecimiento no ocurría, su recién adquirida facultad se iba al traste.


Se arregló y salió a la calle, mirando incesantemente hacia el tráfico para poder ver a tiempo al fatídico coche que debía atropellarlo. Le sorprendió su fortaleza de espíritu para enfrentarse, si no lograba ver el vehículo, con la muerte en aquel mismo día. Entró en una carnicería y compró. A continuación se dirigió, hacia la pescadería, y después, a la recova. Cruzó alguna calle, pero de tan poco tráfico que tuvo suerte. De hecho, empezó a dudar si tal acontecimiento llegaría a producirse porque ya estaba cerca de la puerta de su casa. Entonces, un conductor erró los pedales y, dando un brusco volantazo, fue directo a la posición de Armand. Este no llegó a traspasar la puerta. El vehículo lo aplastó contra ella.


Armand despertó con dificultad y la luz le cegó, volviendo a cerrar los ojos. Temiendo lo peor, quiso quedarse en ese estado algunos minutos, intentando recordar. Las imágenes más recientes fluyeron a su mente sin ninguna dificultad. Y, colándose entre ellas, como una necesidad imperiosa de mostrarse, quienes estarían visitándolo poco después en el hospital. Entonces, si su facultad seguía intacta, él no había muerto aún.


Había llegado el momento de abrir nuevamente sus ojos y comprobar la realidad. Poco a poco, a medida que lo hacía, fue identificando la habitación como la de un hospital. Cerca, una enfermera tomaba notas en un portafolios. En ese momento lo miró.

  • Celebro que haya despertado. Tendrá que guardar reposo unos días. Por fortuna, el atropello no fue tan grave... ¿Se encuentra usted bien?


Armand asintió. Ahora solo quedaba esperar las visitas.

jueves, 21 de mayo de 2015

Para todos los males hay dos remedios (concurso fraseletreando)

Las sucesivas instancias de apelación del caso fueron inútiles, o tal vez el inútil fuera su abogado. En cualquier caso, por tentativa de homicidio frustrado, se sentenció a Alexander Iutinovich, alias Chuti, a un periodo de reclusión no inferior a cinco años. Ser “hijito de papá” no le sirvió de mucho entonces, como ya estaba acostumbrado a lo largo de sus veinticinco años de vida, aunque él seguía pensando, como ya leyera en la cita de un escritor, que para todos los males hay dos remedios: el tiempo y el silencio. Le asaltaron dudas sobre su veracidad, sobre la arrogancia de que se sirven algunos para lanzar pensamientos atemporales, permanentes.


Tiempo desde luego tenía. Cinco largos años por delante. Por ahora llevaba seis meses, suficiente para hacerse respetar por aquella jauría humana de indeseables. Logró hacerse con una copia de llave del cuarto de calderas, fabricada de forma casera por él mismo utilizando una pastilla de jabón y un palo de los que sirven para sujetar los helados. Pero no tenía a María, aquel “ángel” le esperaba fuera, le visitaba periódicamente, y Chuti luchaba con todas sus fuerzas por mantenerla unida a él a pesar de los gruesos muros que los separaban. Tarea difícil para tan largo periodo de tiempo, pensaba amargamente. Fue entonces cuando la vio, allí mismo, en el patio, y se dejó llevar. María se acercaba con su grácil movimiento de caderas hasta donde se hallaba sentado junto al resto de presos. Todos se levantaban y dejaban solos a la pareja. Él comenzó a sobarle las tetas mientras la besaba ardientemente. No le importaba que los demás estuviesen mirando, que los funcionarios de prisiones no intervinieran. Era su momento. Deslizó la mano bajo la vaporosa falda. Tanteó los muslos desnudos y empujó su mano hacia la entrepierna. Se hizo paso a través de la insignificante prenda íntima para introducir los dedos en su húmedo sexo. Ella se dejaba hacer y lo que más sorprendía a Chuti era su silencio. Entonces sonó la sirena del fin del descanso. Ella se volatilizó y él se notó la entrepierna ligeramente humedecida.


Aquello fue el punto y final. Decidió no aguantar ni un día más allí dentro. Por la tarde Chuti burlaría la vigilancia a la salida de las duchas, logrando llegar hasta las calderas. Tenía tiempo hasta el recuento de la noche y, antes de que saltara la alarma, debía encontrarse al otro lado. Se encaramó por las tuberías, calientes aún a pesar de los guantes que le permitirían manejarse por las alambradas. Por suerte, no se electrificaban hasta la hora en que se apagaban las luces para dormir. Llegó hasta unas rejillas de ventilación que no tuvo ningún problema en levantar. Se introdujo en un pasillo débilmente iluminado y dedujo que se trataría de las paredes que daban a la galería de los presos. Las cañerías seguían hacia arriba y debía subir por ellas para llegar hasta los tejados.


Asomó al exterior con cautela. No podía ser visto pero aún así reptó por el alero hasta que se aproximó al final del edificio. La luz crepuscular era su aliado. Desde ahí debía saltar a otro edificio algo más bajo y mantener el equilibrio. Lo consiguió a duras penas y no fue visto por nadie.



La noche había caído. El recuento estaría cerca. Ahora solo podían verlo desde una de las torres. Se encaramó a la alambrada y saltó al otro lado. Entonces sonó la alarma y los focos pendularon a su alrededor. Fue descubierto y abatido a tiros. Después, se hizo el silencio.

jueves, 7 de mayo de 2015

Una ocurrencia literaria



Sin habérselo propuesto, había coincidido que la entrega se hiciera una hora y, exactamente, dos minutos antes. Tres hombres, vestidos de negro riguroso, portaban los cuatro maletines que, cinco días antes, en la reunión del 6/07/08, los nueve miembros del consejo de administración decidieran acordar el reparto de beneficios objeto de la liquidación adicional a la realizada diez meses antes, a los once accionistas que la pidieron.


Hasta en doce ocasiones lo habían solicitado por escrito, documentado en trece folios, donde se repetía catorce veces la palabra liquidación; quince, dinero, y dieciséis, pago. La última entrega de dichos documentos tuvo lugar el pasado día 17, a las 18 horas 19 minutos, en la central de la empresa, ubicada en el número veinte, remodelado edificio de 21 plantas. Veintidós escalones era necesario subir, ya que el ascensor no accedía directamente a la entreplanta donde estaban las oficinas, y en la documentación se estampillaron hasta 23 sellos, recibido, destino consejo y, fecha de entrada.


Las 24 horas siguientes fueron de tensa espera. Contabilicé un total de 25 cafés tomados en ese tiempo. Me disponía a tomar la taza número 26 cuando recibí la llamada. Miré el número. 27 28 29, sí, se trataba de él, nuestro representante, el que se llevaría un porcentaje del reparto cercano al 30, un buen pico teniendo en cuenta que hablábamos de 31 de los grandes. Salí de casa. Vivía en el número 32 y me dirigí hacia la parada del autobús de la línea 33. 34 minutos tardaría en llegar el transporte, seguramente motivado por algún atasco de los gordos en su trayecto, y otros 35 más en llegar a mi destino. Registré 36 personas viajando unos segundos antes de mi parada, en la cual subiría una pareja, quedando por tanto a bordo 37. Mientras lo veía marchar, un anuncio en su parte trasera me impactó. Rezaba “38 de 39”. ¿Qué tipo de mensaje subliminal se contenía en ese eslogan?


A mis 40 años poco me importaba ya la publicidad, pero ¿qué digo? si ya tenía prácticamente 41. Faltaban solo 42 días. Entonces celebraría un cumpleaños donde invitaría a mis amigos, tenía la lista preparada. Y también a mi familia. En total seríamos 43 y lo festejaría en el salón de eventos más renombrado, el “44”. 45 minutos llevaban mis socios esperándome, por redondear, porque tal vez fueran 46, 47, ó quizá 48, dependiendo del reloj de cada cual. El mío, desde luego, marcaba 49 minutos y 50 segundos de más.

martes, 5 de mayo de 2015

Take Five (V y final)


Debía haber allí dentro alguna ventana abierta que trasladó hasta mis sutiles fosas nasales aquel inolvidable aroma. La puta que, suponía, andaba con Jack, ¡era la viuda!. Y él le contaría mi historia sin dudarlo, porque lo tenía bajo su embrujo, trasladado a otro rincón del universo con sus dotes amatorias que yo tan bien conocía. Sabría que su marido, ahora sí estaba muerto. Más tarde, cuando el rubio le contara mi actuación, se pondría en alerta. El rubio... aún no había terminado con él. Lo necesitaba vivo para que la viuda lo supiera. Pero una vez liquidada, sería el siguiente, o quizá Jack.

Sí, Jack, el que acababa de descubrir que yacía con ella, era otro candidato. Por conocer la historia, porque no podía quedar libre sabiendo lo que sabía. No te fíes de nadie, que diría mi padre. La mañana resultó productiva porque saldé deudas pendientes, incluida la del pago al chivato irlandés, y tomé dos vidas, la del amante y la del fantasma. Ahora tocaba la viuda, que el destino decidió ponerme delante de mis narices. Decidí esperar en las cercanías a que saliera del domicilio de Jack y me introduje en una cafetería, cuyo amplio ventanal a la calle permitiría controlar cualquier movimiento. Me senté a una de las mesas delante del gran escaparate y toqué el bulto del pantalón. Ahí estaba mi segunda arma, mi preciado colt, esperando seguir siendo usada. Pedí un café bien cargado, tal vez tuviera que tomarme más de uno.


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  • ¿Te marchas?- le dijo Jack, medio adormilado – ¿hoy no dormirás conmigo un rato? Te advierto que, en cuanto me despertara, habría más.
  • No me tientes. Tengo cosas que hacer- y en ese momento le sonó el teléfono. En pantalla vio que quien llamaba era el rubio - ¿Qué quieres, maricón?
  • Voy camino del hospital. Me han dejado inútil- dijo con un tono que denotaba llanto - Pero el de la paliza ahora va por ti. Escóndete mientras puedas.
  • ¿Qué estás diciendo? Aún no ha nacido el que tenga huevos de hacerlo- y cortó. Mientras se vestía, su mente trabajaba frenéticamente.
  • Que no tenga huevos de hacer ¿el qué? ¿a quién?- le preguntó Jack sin quitarle ojo; era una delicia observar aquellas curvas mientras se ponía la ropa. En ese momento dudó si contarle lo que acababa de oír acerca de su marido.
  • Son asuntos míos, Jack. No te inmiscuyas, por favor.
  • ¿Cuándo volveré a verte?
  • Quizá el fin de semana, no lo sé- y con la barra de labios retocándose mientras se miraba en el espejo vio que Jack se durmió en segundos.


***********


La segunda taza de café estaba llegando a su fin y me pregunté cuánto tiempo iba a permanecer allí si ya sabía, tras el chivatazo del rubio, donde localizar a la viuda. Pero si lo dejaba para más tarde podía escapar. No podía perder la oportunidad de deshacerme ahora de ella, en el momento que asomase a la calle. El problema era Jack, porque tras liquidarla tendría que poner tierra de por medio, al menos durante unas horas.

No tardó en aparecer y se quedó parada en la puerta mirando a uno y otro lado de la calle. Me pregunté si ya habría sido avisada, pero no demoré mi deber. Salí al exterior y metí la mano por la cintura del pantalón en busca del colt.
  • Señor... olvidó pagar sus consumiciones- me amonestó el camarero.
  • Perdone, vi a un conocido y he salido para saludarlo- contesté mientras buscaba algunas monedas en el bolsillo.
  • Gracias señor, y perdone. Ahora mismo le traigo su cambio.
  • No importa. Quédese con el.

Dirigí de nuevo la vista hacia la otra acera, y la viuda había desaparecido. ¡Mierda! ¿me habría visto? ¿Conocería el mensaje del rubio? Lamenté no haber pagado antes. No se veía en toda la calle. Pero sí que vi un taxi en movimiento cerca de la puerta de Jack. Quizá fuera en él. ¿Qué podía hacer? Tenía que tomar la decisión en segundos. O la dejaba marchar e iba por Jack o primero era ella. Levanté el brazo para detener un taxi.
  • Siga a aquel taxi- increpé – procure no perderlo y le juro que le pagaré por todo el día.
  • Como usted diga señor- respondió mientras hacía una peligrosa maniobra de adelantamiento para colocarse algo más cerca del otro vehículo.

Miré hacia atrás. Tres coches estaban implicados en un choque a causa de la maniobra y sus conductores salieron de los mismos y comenzaron a discutir. Volví la vista hacia delante. El taxi de la viuda estaba visible.
  • ¿Es usted policía?
  • Voy de incógnito- respondí, por si por mala suerte se descubría el arma. De esa forma daba también más importancia a la persecución.

Aquel taxi era un auténtico muladar. Apestaba a pocilga, aún con la ventanilla bajada, lo cual decía mucho de su propietario. Intentando no vomitar deseaba que, finalmente, la viuda llegase a su destino para, asimismo, bajar yo. No obstante, esto no era impedimento para que por mis circunvoluciones cerebrales no dejara de dar vueltas qué pasos debía tomar para no errar. Si el rubio no había llegado a trasladarle el mensaje, peor para ella porque igualmente iba a morir. Si ya lo comunicó, debía andarme con cuidado. El rubio, de momento, no me preocupaba; andaría curándose sus inútiles partes y esto lo mantendría alejado del panorama unos días.


Entonces, el taxi al que seguía se detuvo frente al hospital. ¿Qué diablos significaba aquella parada? ¿A quién iba a visitar? El depósito se hallaba justo a la vuelta ¿Le habrían comunicado el asesinato de su marido? Fuera lo que fuera, mi trabajo quedaba anulado; a la vista de todo el mundo no podría hacerlo. Pero di lo prometido al taxista y me bajé rápidamente de aquella cloaca mientras veía a la viuda introducirse por la parte delantera del hospital. Por tanto, iba a ver a algún enfermo, amigo o pariente, no al depósito. Seguirla era lo conveniente. Quién sabe si no complicaría mi deber el no hacerlo.
  • Acaba de ingresar un hombre que ha recibido un disparo en sus genitales. Es rubio- manifestó a una recepcionista con cara de pocos amigos.
  • Así es. Está en la U.C.I., 3ª planta.
  • Gracias, muy amable.

Desde una máquina expendedora de bebidas, vuelto de espaldas, pude oír la conversación. Dos pájaros de un tiro ¿podría haber un tipo más afortunado? La suerte, ese día, estaba de mi lado. El problema era la munición para mi colt. Solo disponía de dos balas. Esperé que la viuda subiera y a continuación lo hice yo.


En la tercera había un auténtico hervidero humano. Lo primero que tenía que hacer era prepararme para la huida. Localicé la escalera de incendios y miré a mi alrededor. Una enfermera abrió una puerta de acceso restringido. La seguí, introduciendo el pie en el hueco para evitar que se cerrara. Una vez dentro, y antes de que la mujer pudiera articular grito de socorro, tapé su boca y le giré de forma brusca el cuello. Cayó en redondo. La habitación tenía todo lo que necesitaba. Medicinas, ropa de asistente,... Me coloqué una de aquellas batas, unos guantes y una mascarilla. Listo para la operación.


No tardé en localizar dónde se hallaban el rubio y su visita; al parecer estaba pendiente de ser intervenido. Entré con decisión, sin miedo a ser reconocido. La viuda se acercó y procuré mantener la calma. Me preguntó si ya estaba todo listo; hice un movimiento afirmativo con la cabeza, a riesgo de ser tachado de seco. No había nadie más dentro. Cerré la puerta. El rubio estaba sedado, así de insufribles serían sus dolores. Saqué mi colt y realicé sendos disparos a sus cabezas. Acto seguido coloqué mi arma en la mano de la viuda. 


Inmediatamente apareció una enfermera. Puse cara de terror ante la escena que presenciaba, agitando ambas manos en señal de rechazo. La viuda había asesinado al rubio y después se suicidó, terminaría por concluirse. Amor imposible, ajuste de cuentas,... quien sabe. De mi boca salió un “voy a llamar a la policía” y abandoné la habitación presto. Me deshice de la mascarilla y los guantes y salí a la calle con toda la seguridad que me proporcionaba mi atuendo. Solo quedaba Jack. Tomaría otro taxi en dirección a su domicilio, y ojalá no apestara.


La insistencia de mi llamada fue inútil para perturbar el sueño profundo en que había caído Jack. Dudé si violentar la cerradura; no era momento adecuado. Por la calle circulaba gente de continuo y resultaría sospechoso. Esperé durante media hora y volví a insistir. Concluí que no se hallaba dentro. Tendría que ir a buscarlo al bar, y este abría a partir de las cuatro de la tarde. Aún me quedaban dos horas. Mi estómago avisó de su necesidad y acudí a un local de comidas. Almorcé copiosamente, tenía tiempo para hacerlo. Después pedí otro café bien cargado y una cajetilla de chicles. Un paseo hasta el bar vendría bien para no estar pesado.


El guardia de la entrada me miró con cara de pocos amigos. No tendría ningún problema en volver a sacudirle, debió pensar, y me dejó pasar. Los irlandeses ya estaban por allí. Seguían manteniendo su horario por lo que ya estaban dándole a la Guinness. Entre ellos localicé al tipo de la gorra, que me hizo un movimiento de aprobación mientras disfrutaba de un malta. Jack, cumplió, por suerte para mí. Me dirigí a la barra y pregunté a un camarero por él. Aún no había llegado. ¿Dónde coño se había metido? Pero no estaba dispuesto a irme de allí sin cumplir mi plan. Pedí un Chivas Regal 12, que no pensaba pagar, y esperé a que apareciese.


Cuando lo hizo, estaba tomando el segundo. Entramos en su despacho.
  • ¿Qué hay de nuevo?- me preguntó.
  • Me marcho de viaje unos días. Quiero que te encargues de mis asuntos hasta mi vuelta.
  • ¿Y eso?
  • Nada. Negocios. Solo quería pasar para despedirme.
  • Oye, no quiero que me guardes rencor por lo del otro día. Comprende que el asunto del fantasma tenía que resolverse, si no era hombre muerto. No pagues esa copa y, anda, coge un cohíba.
  • Si no te importa cogeré cinco. Ya sabes, para el viaje.
  • Take five- me dijo en un inglés socarrón y sonriendo, asomando sus escasos y amarillentos dientes.
  • El tipo que te indiqué me ha hecho ver que liquidaste mi deuda. Gracias- dije, mientras me ponía de pie para colocarme tras su sillón- Y ahora Jack, hasta nunca- y repetí la operación de la enfermera. Después tomé el resto de un trago.

Me introduje en el salón del bar. Todo estaba tranquilo. Los irlandeses, que a la sazón lanzaban dardos, no se inmutaron. Nadie pareció advertir nada raro en que un tipo que había ido a ver al dueño abandonara el local, y tomé otro taxi en dirección al aeropuerto. Llevaba encima todo el dinero. No necesitaba nada más y tampoco podía permanecer en la ciudad mucho más tiempo.



Ningún problema hubo tampoco con el pasaporte falso. Embarqué en un 747 y me acomodé en primera clase pidiendo una copa, una vez despegamos, a la guapa azafata. Después debí quedarme dormido hasta que me despertó por megafonía el mensaje de “abróchense los cinturones, vamos a aterrizar”. Me asomé a la ventanilla. La ciudad de París se desplegaba majestuosa bajo el avión. Entonces me acordé del deseo de la viuda. 'Señorita', llamé a aquel encanto, ¿tiene usted que embarcar de nuevo? 'No, descanso el fin de semana aquí' me respondió. 'Entonces ¿qué le parece si ahora le invito yo a una cena? Me gustaría que me enseñase la ciudad.'

domingo, 3 de mayo de 2015

Take Five (IV)

Con permiso de su autor, Guillermo Altamirano, que escribió hasta "...y si lo haces, dile que ella es la siguiente."



El problema con los matones es que no están en sus casas en la noche, digo, todos los matones tienen su horario de trabajo desde que oscurece hasta que amanece, salen por ahí a hacer cosas de matones mientras que todos los demás duermen, casi todos duermen, excepto a quienes están golpeando. Ya sé, es una conclusión algo estúpida, pero acababa de anochecer, y sería imposible encontrarlo en su casa.

Había siete casas en el muelle, tres tenían las luces prendidas, en una cuarta había un vehículo con un logo de “bebé a bordo”, y en la quinta había un tipo cortando el césped en bóxer y camiseta… Solo quedaban dos casas probables, y la única manera de averiguarlo sería a la antigua. Sin levantar sospecha me acerqué a la puerta de la primera casa y, cuando estaba a punto de forzar la cerradura, sentí olor a galletas recién horneadas. Salí sin prisa, evitando las miradas del freak que cortaba el césped y me ubiqué por la entrada trasera de la siguiente casa. La puerta estaba abierta, señal típica de un matón que piensa que nadie sería tan estúpido como para entrar a robar a su casa. Entré, y la casa era la de un matón: loza sucia en el fregadero, envoltorios de comida rápida en la mesa, una televisión antigua y un olor a cigarrillo que obligaba a cubrirme la nariz. Di vuelta a la casa buscando armas y dinero en efectivo. En el closet encontré balas para 9mm,, un silenciador y un buen par de billetes. Además de eso encontré un antiguo álbum de fotos. Era su casa. Sabía que tal vez llegaría en la madrugada, eso me daba tiempo de descansar un poco. Me preocupé de dejar todo tal cual estaba, y procedí a acostarme en el sillón. El cansancio del día y los golpes hicieron que cayera desplomado y me durmiera completamente.

La lluvia, que comenzó violenta e hizo saber su presencia golpeando el techo de lata de la miserable casa en la que vivía el rubio, afortunadamente me despertó. Había dormido cinco horas, era mucho más de lo que podía pedir. Ya eran sobre las seis, sabía que en cualquier momento llegaría así que decidí esperarlo cerca de la puerta.

Cuando llegó no venía solo, lo acompañaba otro matón vestido de cuero y con pinta de tipo duro. Preferí esperar un poco antes de comenzar con las preguntas.
  • Pensé que me esperarías –dijo el tipo vestido de cuero-, siempre termino comiendo solo.
  • Tuve que trabajar –dijo el rubio- ya sabes como es mi jefe. Te lo compensare, te lo prometo.

El rubio se acercó al tipo vestido de cuero y lo besó. Eso fue suficiente. Disparé en la rodilla del rubio que cayó al suelo en medio de lo que dicen es el más cruel de los dolores. El tipo vestido de cuero intentó sacar su arma, cosa que me sorprendió, porque pensé que solo era un maricón de los que se visten como matones. Le disparé en la pierna derecha, y le apunté directamente a la cara.
  • ¿Me recuerdas? –dije pisando la rodilla del rubio.
  • ¡Aaaah! Hijo de puta, te mataré, te juro que te mataré.
  • La única forma en la que podrías matarme es contagiándome el sida. Ahora quiero respuestas, y no tengo tiempo para torturarte ¿Dónde está la viuda?
  • Muérete.
  • Te dije que no tengo tiempo para esto –dije disparando en la otra pierna de su amante.
  • Hijo de puta, ¡te mataré, te mataré! ¡Resiste Paul!
  • Una vez más, ¡¿dónde está la puta viuda?!
  • No puedes hacerme nada que ella no pueda hacer, no pienses que te lo diré.
  • Te equivocas –dije disparando directamente a la entrepierna de su novio- si la viuda es un demonio yo soy el diablo, puedo darte una muerte rápida, a ti y a tu novio, ahora dime ¿Dónde está la viuda?
  • Ya basta, no le hagas nada, él no tiene la culpa de esto. Te lo diré, pero por favor, no le hagas nada.

Cantó como un pájaro, no sabía si lo odiaba más por ser un maldito bocón o porque su pose de tipo duro era una fachada para su verdadera vida de gay sadomasoquista.
  • No era tan difícil ¿verdad? –dije apuntando a su novio-,  despídete.
  • No, espera, no lo hagas, te diré lo que quieras, pero no… -el sonido de mi arma haciendo explotar la cabeza de su pareja hizo que lo inundara el llanto y las maldiciones hacia mí.
  • Deja de llorar maricón. Te mataría, pero prefiero que expliques todo esto a la policía y entierres el cuerpo de tu amado como si fuera un perro –apunté mi arma a la entrepierna del rubio y jalé el gatillo- y espero que eso te impida seguir follando hombres. Por último, puedes llamar a la viuda y contarle lo que pasó, y si lo haces, dile que ella es la siguiente.

Por mi mente circuló, fugazmente, la idea de “hombre precavido...” y recargué las balas dejadas sin ningún remordimiento, merecidamente, en las partes pudendas de la pareja de enamorados. Después abandoné aquella choza inmunda, dejé a los dos tirados en el piso, sangrando, y recordé entonces que tenía una deuda pendiente. El par de billetes encontrados allí me ayudarían, en gran parte, a saldarla con quien me proporcionó tan valiosa información porque, no solo dio lugar a que me resarciera de los golpes propinados por el mariconazo del rubio sino que, además, pude sacarle el paradero de la viuda.


Decidí dar tiempo a que esta fuese informada de mi acción y pretensiones. El sol volvía a estar bajo en el horizonte, aunque ahora levantándose, dando paso a un nuevo y prometedor día. No podía ir a ver a Jack a su local, porque habría cerrado no haría mucho tiempo. Pero este factor era precisamente del que yo no disponía. Sabía donde vivía y, a riesgo de ser echado a patadas de allí por interrumpir su merecido descanso, me dirigí con determinación a su casa. Dejé el puerto y me adentré en la ciudad aún adormecida. ¿Qué podía hacer a partir de ahora? Liquidar a la viuda era mi primer objetivo, y era una pena. Realmente disfrutaba con su actividad sexual frenética, experimentada, libre de prejuicios. Pero no. Jamás podría volver a estar a gusto con ella. Y a continuación, al fantasma, por mi propia seguridad más que por agradar a Jack. Doblé una esquina. En la acera de enfrente dos tipos charlaban. Uno de ellos, apoyado en un todoterreno Subaru, me resultaba familiar. Tengo que decir que, debido mi galopante problema de visión, hasta que no estuve a unos cuantos metros de ellos no pude adivinar de quien se trataba. 


¡Carajo, el fantasma! No me lo pensé. Mi colt en el bolsillo derecho, cargado, estaba listo. Lo empuñé, tras subirme el cuello de la cazadora y embutirme en ella para no ser reconocido, y me acerqué a la suficiente distancia para no errar el tiro. Tres balas se alojaron en su cuerpo y, antes de que el otro pudiera coger su arma, le metí otras dos en su corazón. Mi cazadora quedó agujereada y humeando. Los casquillos, dentro del bolsillo, impedirían que fuera localizado el agresor. Corrí como un poseso por varias calles hasta quedar lo suficientemente lejos del lugar. Después me adentré en un callejón, donde tres desheredados calentaban sus ateridos huesos frente a un bidón de gasoil con un gran fuego en su interior. Saqué el arma y me la introduje en el pantalón. Los tres me vieron acercarme, quitarme la prenda de abrigo, pasar junto a ellos y arrojar la misma dentro del bidón. Seguro que agradecerían que avivase su foco de calor. Ni una palabra nos cruzamos. Seguí mi camino en dirección a la vivienda de Jack. No podía imaginarme la sorpresa que me había deparado aquel día El fantasma fuera del panorama. Increíble.


Arribé al domicilio de Jack y aporreé la puerta. Esperé unos segundos y repetí la operación. Al poco, asomó por una rendija el rostro demacrado, sin rasurar, de un desconocido Jack.
  • ¿Qué quieres?
  • Necesito que me hagas un favor.
  • ¿Y no puedes esperar?
  • Ya sé que necesitas descanso, pero no sé si llegaré a saldar una deuda a tiempo ¿Recuerdas a un tipo con gorra a cuadros que frecuenta tu local? Creo que es del clan de los irlandeses...
  • Creo que sí, que sé de quién me estás hablando- me contestó malhumorado, lo que achaqué a que, con toda probabilidad, le estaría jodiendo el polvazo con alguna puta.
  • Solo quiero que le entregues este dinero... Y otra cosa, ya no tienes que preocuparte más del fantasma.
  • Era tu trabajo pendiente. Ahora, si me disculpas...
  • Claro, Jack. Hasta pronto.

  • ¿Quién te buscaba?- dijo una femenina voz desde la alcoba.
  • Amenacé a un tipo que si no me pagaba antes del mediodía era hombre muerto, y venía hasta arriba de mierda- contestó con un tono de voz algo elevado, a la vez que una tímida sonrisa se dibujaba en su boca. Pasó por el salón y dejó el dinero junto a un cenicero con colillas manchadas de carmín rojo, soltó un sonoro pedo y se rascó el culo.
  • Eres un guarro, Jack
  • Hace un rato me dijiste lo mismo.
  • Entonces era diferente...
  • Vuelve a dormirte, debes estar agotada- dijo, mientras entraba en el dormitorio.
  • No seas fantasma, darling. No fue para tanto.

sábado, 2 de mayo de 2015

Take Five (III)

Con permiso de su autor, Guillermo Altamirano, que escribió hasta "Lo sé, yo mismo lo maté."




Sin dejar de pensar en el problema me concentré en lo que ella me ofrecía; nuevamente me desvestía al ritmo de su pasión. Ella miraba de reojo el reloj del despacho y comprendí. Estúpido.

El ruido ensordecedor y ver como mi puta puerta blindada volaba a través del pasillo, me presagiaron que aún sin tocarme, ella había vuelto a follarme. Miré en todas direcciones buscando mi arma pero lo único que encontré fue la traición de esa maldita. Los dos hombres entraron hasta el despacho, donde ella aún estaba semidesnuda. La patada que el rubio me dio en la cabeza me dejó fuera de combate. Desperté amarrado en una silla, con la cara cubierta por un saco ensangrentado. Como pude rompí la silla para poder liberarme, cayendo sobre vidrios rotos que muy probablemente fueran de mi mesa de centro.

No sé cómo me dejé engañar por ella, sabía que debía matarla al verla, pero el pensar con la polla nunca ha sido algo productivo. Al liberarme de mis amarras, me quité el saco y fui directo al baño. La cara en el espejo me decía que la patada del rubio no había sido la única, abrí el botiquín y saqué mi insulina. Esto era personal, habían destruido mi casa y mi caja fuerte solo tenía una nota.

“Sabes que te amo, por favor aléjate… o no responderé”

Rompí la pared y saqué la caja de emergencia. Dos Colt 45, diez mil dólares, diez mil euros, un par de pasaportes falsos, un teléfono y dos jeringas de pentotal sódico. Las sirenas y las balizas comenzaron a acercarse al departamento, tomé todo lo que era necesario y salí en busca de ambos. Sabía que ella había actuado por su cuenta, pero si llegaba a toparme con él se formaría una matanza.

Las putas del callejón se pusieron frente a mí para preguntarme qué había pasado. Les dije que de momento nada, pero que me avisaran si alguien volvía por ahí. La lluvia era incesante, lo que hacía que el barro en el guardafangos fuera denso. Luego de escarbar un poco, la copia de la llave quedo al descubierto. Subí a mi auto y algo andaba mal, su aroma estaba dentro.

“Por favor, deja todo como está, sabes que es por tu bien, darling”

Rápidamente bajé de mi auto, abrí la maletera y saqué mis dos escopetas. El auto que estaba delante era un Subaru, el que estaba atrás era un Audi. Un Ford del 56 estacionó en la acera de enfrente y el dueño entró en la licorería. Crucé la calle. El Ford tenía la puerta abierta y las llaves puestas en el contacto. Al darle arranque me dirigí directo al bar donde Jack podría darme algo de información acerca de los planes de la viuda.

El pobre hombre de la licorería intentó correr tras de mí, pero el V8 de Ford y mi sed de venganza impidieron que me alcanzara.

El bar estaba atestado de humo de cigarrillos baratos, el sonido de las bolas de billar y las titilantes luces de neón que iluminaban las mesas me indicaban que estaba en un antro de mala muerte. El wurlitzer ambientaba esa mierda con música de película porno barata. El guardia que custodiaba la escalera puso su mano en mi pecho y me dijo que no podía subir, le expliqué con buenas palabras que debía entrar a hablar con Jack y el no opuso resistencia mientras buscaba en el piso los dientes que le tiré.

El segundo piso albergaba a los políticos y mafiosos que jugaban póker hasta perderlo todo ¿Quieres una nueva calle? Pues que te follen, el alcalde ha apostado el dinero de las obras y nunca tiene buena suerte.

Me senté a la barra y le dije al cantinero que me diera un vaso de Chivas Reagal y moviera el culo buscando a Jack. Giré el taburete hacia las mesas y vi como los ludópatas perdían la hipoteca. El guardia entró por la escalera y recorrió la sala con la mirada. Vino directo hacia mí y cuando sacaba la macana le golpeé la garganta. Estúpido. Los guardaespaldas de los mafiosos me miraron preguntándose si el guardia se pondría de pie. No lo hizo.

Jack apareció en la barra, me abrazó y nos dirigimos hasta su oficina. Me senté y me sirvió una copa de licor.
  • ¿Qué buscas?
  • Él volvió, y la viuda… debo matarlos a ambos.
  • No será fácil.
  • Tampoco imposible, ¿sabes algo?
  • La viuda no es un problema, pero él, él es un fantasma, tú lo sabes.
  • Lo sé, yo mismo lo maté.

O tal vez no... En ese momento me asaltaron dudas. El golpe que le di lo dejó inconsciente. Después dejé deslizarse el coche hasta el barranco y cayó dando varias vueltas de campana, destrozándose en la caída, hasta finalmente explotar al fondo del abismo. Pero pudo haber salido despedido, eso no lo aprecié. Estaba demasiado oscuro.

Jack se recostó en su confortable sillón mientras me miraba interrogante con el ceño fruncido. Conocía esa mirada y sabía lo que me aguardaba. Después se inclinó hacia delante para coger del arca que estaba sobre su mesa de caoba un Cohiba Behike 54 traído directo desde Cuba. Gustaba de ellos, y hacía que se los trajesen periódicamente. No le importaba pagar una fuerte suma porque el habano lo merecía. Me molestó que no me ofreciera, pero no hice ningún comentario y me limité a zamparme del tirón la copa. Cómo sabía el hijoputa lo que me gustaba… Sacó de un cajón el cortador y procedió a encenderlo con parsimonia, chupeteando el habano de continuo.
  • Te pagué muy bien ¿recuerdas? Quería un buen trabajo- comenzó.
  • Y lo hice, Jack. Pero era de noche. Era imposible ver nada ¿comprendes?
  • No me vengas con polladas. Debías haberle puesto el cinturón para evitar que saliera despedido… Ahora volvemos a estar jodidos. Pero te vas a encargar de él, y gratis. No pienso soltar un centavo más.
  • ¿Y la viuda?
  • Te la sigues tirando, te la cargas… yo que sé. Haz lo que te dé la gana con ella. Quien me interesa quitar definitivamente de en medio es el fantasma. Y ya estás perdiendo el tiempo.

Aquel comentario me hizo saltar del sillón como impulsado por un resorte. Aún me dolía la cabeza por las patadas recibidas del rubio y me juré que el cabrón me las pagaría. Cerré la puerta del despacho tras de mí con un sencillo hasta pronto. No podía volver a mi apartamento porque la policía andaría indagando qué demonios era lo que había pasado, así que recurrí a alojarme en casa de un amigo. Y tenía que deshacerme del fantasma y del rubio. Después, desembarazarme de las armas para, con el pasaporte falso y el dinero, salir inmediatamente del país. En cuanto a la viuda ya pensaría algo. Un tipo se me acercó por detrás. Me revolví y eché mano a mi colt.
  • Tranquilo, amigo. Solo quiero proporcionarle información. Conozco al tipo que le pateó la cabeza.
  • Habla, no tengo todo el día. Y como me estés engañando te juro que…
  • Antes que nada… ya sabe… necesito pasta- dijo, mientras movía los dedos de una de sus manos, en señal inequívoca.
  • ¿Cuánto quieres? No tengo gran cosa. Me robaron- mentí, intentando ser convincente.
  • La información que le voy a dar es muy valiosa. Al menos, 500 pavos.
  • ¿Queeee? ¿Estás loco o vienes fumado? Te he visto en el local. El dueño es amigo mío. No me costará ningún trabajo encontrarte si has querido aprovecharte de la situación- contesté.

Sabía que no era un precio abusivo, pero necesitaba el máximo dinero.
  • Dime lo que sabes y te juro que tendrás tu dinero. Como adelanto –y saqué cien pavos de mi bolsillo- toma esto.
  • Espero que cumpla su palabra. Yo también tengo amigos que pueden encontrarle…
  • ¡Habla de una puta vez!
  • Sé que vive junto al muelle, en una de las casas más al exterior, pegadas a los silos, y que suele pasar gran parte del día en el bar Salmones.
  • Bien. Volveremos a vernos- y me giré para continuar.

Andando de vuelta, pensaba que, antes de eliminar al rubio, debía sacarle toda la información posible sobre el paradero del fantasma. Ahí era donde comenzaría mi venganza por su paliza. Sabía muy bien cómo hacerlo. El rubio hablaría aunque fuera mudo. Y después lo mataría, en uno de los silos. Sí, allí estaría su tumba definitiva…


También me acordé de la viuda, de su traición. Otra que, asimismo, debía morir porque, o era ella o yo. Estando en su poder aquel documento y con la firme convicción de que no tendría coartada válida, mi implicación podía darse por hecha. Daría con mis huesos en la cárcel mientras la hija de puta seguiría por ahí, ventilándose a todo el que se le antojara. Menos mal que no me fui de la lengua con el compartimento secreto. Me habría aflojado todo el dinero.


Intenté tranquilizarme. Tenía el control de la situación. Solo había que localizar al rubio y, tirando del hilo, poco a poco al resto. La tarde caía tiñendo las nubes de un rojo carmín mezclado con tonos violáceos, el sol muy bajo dando directamente en mi ajado rostro, al que proporcionaba una tibieza sin igual. Un buen caldo caliente, me dije, eso era lo que necesitaba, y después un descanso para alejar aquel maldito día.