sábado, 25 de octubre de 2014

Un don nadie

Cansado, deseando que fuera viernes para terminar su jornada semanal y disfrutar del merecido descanso, Tomás se levantó y se dirigió malhumorado al cuarto de baño. Una ducha fría, a pesar de hallarse en pleno invierno, lo pondría a tono para acometer el nuevo día. A continuación, el afeitado, ritual que seguía con la ancestralidad que le caracterizaba, desplegando todos los utensilios sobre la encimera del mueble de baño. Después, hacía lamer con insistencia la húmeda brocha sobre la marfileña bola de jabón para, a renglón seguido, rociar su cara con fruición. La maquinilla de hojas desechables recibiría su nueva hoja de afeitar para realizar un acabado perfecto. Totalmente desnudo, porque así le gustaba estar para contemplarse en su amplio espejo, se rasura la incipiente barba, no así el bigote, al que solo recorta esos pelos que empezaban a sobresalir del conjunto. Una vez terminado el proceso se aplica su loción de afeitado, la que mantenía desde siempre. Fidelidad, una más de sus manías.

Ese día se notaba raro. No sabía qué extraña razón le procuraba esa sensación, pero algo había. Se vistió mientras discurría los asuntos con los que se encontraría en la oficina, aquellos que dejó pendientes el día anterior por problemáticos. Debía buscar una solución que le permitiera salir de aquel atolladero. Para cuando se dio cuenta, reparó en que no se había puesto los pantalones. 'Vamos a centrarnos en lo que estamos' pensó. Terminó de arreglarse y se dirigió a la cocina para prepararse una buena taza de aromático café traído de Colombia por su gran amigo Luís en su último viaje por el nuevo continente. Cafés como ese no podía tomarse en su lugar de trabajo. Darse ese lujo lo consideraba de obligado cumplimiento. Salió del domicilio y se encontró en las escaleras con un vecino. Esperó a que él lo saludara porque ya tenía experiencia en hacer lo propio y no recibir contestación. El vecino ni lo miró. 'Vaya, este tipo aún está de más mal humor que yo. Pues tampoco pienso saludarlo. Así se pudra'.

Amanece. Las calles de su barrio aún estaban vacías, pero cuando lo abandonara y se encontrara circulando por otras más céntricas la cosa cambiaría. Estos paseos mañaneros le vienen muy bien para el sedentarismo forzado a que le obliga su profesion, y camina con satisfacción, a un ritmo medio, sin cansarse. Un perro se le acerca y le ladra hasta que su dueño, vestido solo con un chandal y sin calzarse convenientemente, lo llama para que acuda a su lado. Está claro que se ha levantado de la cama hace solo un momento, y que lo ha hecho exclusivamente para sacar al perro. 'Seguro que ahora volverá a su casa, se quitará el chandal y se acostará de nuevo', piensa amargamente mientras observa como riñe al perro sin acertar a entender la causa, pero no es asunto de su incumbencia, y toma la siguiente bocacalle a la izquierda.

La luz del día es aún débil y ya comienza a ver camionetas de reparto mal aparcadas, solo para descargar la mercancía y entregarla en el comercio pertinente para su disponibilidad a los primeros clientes que acudan. La agitación a esa temprana hora sorprende. Empieza a notarse más afluencia de gente y la falta de educación hace su aparición. No es solo que no saluden, cosa normal. Es que tropiezan con uno y ni se molestan en disculparse. 'Ni que fuera transparente'... se dice para sus adentros.

Al ir a cruzar una calle, un coche pasa tan cerca de él que pisa sus pies con las ruedas traseras. Curiosamente no siente dolor. Pero la imprudencia de ese conductor debe ser castigada, aunque solo sea lanzándole improperios que no duda en decirlos a voz en grito. Nadie parece prestar la atención que una situación así requiere, aunque solo sea por curiosidad. La gente sigue su marcha como si no hubiera pasado nada. '¿Qué es lo que pasa hoy?' se pregunta.

Al llegar a la oficina, el conserje de la entrada no levanta la vista del periódico que está ojeando, a pesar de haberle dicho unos claros y altos buenos días. Ahí si que no le cuadra. Ese hombre es la definición de amabilidad. En los años que hace que lo conoce jamás ha dejado de saludarlo a la entrada. '¿Tan importante es lo que está leyendo para no dar siquiera los buenos días? ¿Es que nadie me va a dirigir la palabra hoy? Esto debe ser un mal sueño, una horrible pesadilla de la que debo despertar'.

Se sienta a su mesa. Hay un par de compañeros en mesas próximas, que están a lo suyo. Pero a ellos ya está acostumbrado a que no le saluden, por lo que no le da mayor importancia. A los pocos minutos el jefe sale de su despacho y convoca, en ese mismo momento, a una reunión general en la sala de juntas. '¿Qué diablos irá a comunicarnos?', murmura sin que nadie más conteste a su absurda pregunta. Se levanta de su mesa y se dirige hacia allí. Alguno de sus compañeros lo adelanta. ¡Juan, espera!. Pero Juan no se vuelve. Tal vez no le haya oído.

En la sala se encuentra un proyector en uno de los extremos de la mesa. Va a haber una proyección en la que, según va diciendo el jefe, Tomás va a exponer los resultados de un proyecto de investigación en el campo de la holografía. '¿Y por qué no se me ha avisado de que iba a hacer tal cosa? Ni siquiera lo llevo preparado?' Se dirige hacia la cabecera de la mesa, junto al panel, pensando qué es lo que puede decir de ese proyecto, mientras el jefe ordena que apaguen las luces. El proyector se enciende impactando directamente sobre Tomás, y entonces se oye un ooooh generalizado.
François Lapierre

viernes, 24 de octubre de 2014

Cinematografía 4D

Tras escribir la siguiente historia tuve noticia, a través de un amigo, de que esa idea ya se alumbró en la mente de alguien hace pocos años. La realidad es que aún hoy día sigue siendo un proyecto.



El proyecto era pretencioso; no le cabía la menor duda. Sin embargo, para aquel productor cinematográfico, cualquier nuevo proyecto debía ser estudiado minuciosamente porque, en los menos pensados se le había dado la circunstancia de llegar a ser grandes. Así ocurrió con el ya lejano de la visualización en tres dimensiones.


En su momento, la utilización de unas gafas de cartulina, con un plástico azul para uno de los ojos y rojo para el otro, que permitía ver películas, dada la técnica de grabación empleada, de forma que las imágenes parecían acercarse asombrosamente hasta los mismísimos rostros de los espectadores, fue asumida con gran escepticismo en un primer momento. No obstante, aunque las gafas fueron desechadas por su fragilidad y sustituidas por otras más resistentes, aún hoy en día siguen utilizándose con ligeras modificaciones, suponiendo una auténtica revolución en la historia. Lo mismo ocurriría con el sonido envolvente y otros efectos adicionales, como el temblor controlado del
suelo, para aquellas proyecciones que lo requiriesen, fundamentalmente las basadas en catástrofes... 


Sin embargo, en esta ocasión iba a asistir a una proyección única, a la que, a los factores iniciales básicos, audio y vídeo, con sus variantes 3D, se sumaba otro, la transmisión de sensaciones odoríferas. La idea era hacer partícipe al espectador de las fragancias que se pudieran desprender en el entorno visualizado. Así, si el protagonista de la película, por ejemplo, paseaba por un jardín, podían percibirse los aromas emanados de las diversas flores que lo poblasen al igual que lo harían los actores en el rodaje. Esto requería de una ingeniería técnica tal que, en función de la escena, los vaporizadores distribuidos por la sala de proyección expeliesen la adecuada combinación de elementos químicos que produjeran el olor deseado. En principio parecía posible. No le veía una especial dificultad que pudiera dársele a los profesionales del sector, los cuales estarían apoyados en todo momento por perfumistas cualificados, como ya le habían informado. Una vez determinados los componentes, el trabajo del perfumero había finalizado y el combinado de elementos sería distribuido, junto con la película, a todas las salas que la proyectaran. Por tanto, no era descabellado; ya vería su resultado.


La película era experimental, hecha ad hoc, por tanto, el argumento y su calidad técnica eran lo de menos. Hablamos de un cortometraje, el suficiente para considerar algunas situaciones propicias para transmitir los olores pertinentes. Se trataba de confirmar que podría ser interesante acumular a los efectos visuales y auditivos los propiamente odoríferos. Era un paso mas para asegurar el futuro de la industria, en franca decadencia en los últimos tiempos motivada por la visualización casera, y en muchos casos fraudulenta, de toda producción que saliera al mercado cinematográfico. Un aliciente para continuarla, ya que difícilmente podrían reproducirse en cualquier otro lugar las excelsas condiciones de las salas de exhibición. Por tanto, si aquello funcionaba bien tendría su incondicional apoyo. Las luces se apagan y comienza la proyección.


Un hombre atraviesa el desierto de Mojave con destino a Las Vegas
(no tenia experiencia en cruzar ningún desierto, por lo que los olores que percibía en el fragmento debían identificar ese paisaje. Lo dio por válido)

Cuando abandona el desierto se acerca a unas caballerizas
(aquí si que era capaz de reconocer el olor, el de los excrementos de los equinos, unido al del heno... Le daba la sensación de estar con el actor en el mismo sitio. Aquello prometía)

Da de comer y beber a su caballo, y hace lo propio penetrando en una casa donde sirven comida
(el estofado que hay preparado allí desprende un apetitoso olor... Y el licor con el que acompañará la comida tiene un aroma exquisito, según puede constatar cuando el actor se acerca la copa para beber. Al menos esos eran los olores predominantes. Supuso que le rodearían otros que quedaban en un segundo plano)

La comida es interrumpida por tres jinetes que llegan. Son cuatreros. Se introducen en la posada y amenazan a todo el que se encuentra allí, disparando varias veces al aire
(el olor de la pólvora se introduce sutilmente por los orificios nasales del productor. Está allí, con los forajidos, con el actor, con todos los que en ese momento los acompañan... ¡Increíble!)

La cámara se dirige entonces bajo la mesa del actor para hacer ver que intenta sacar su pistola. Lo consigue y se levanta de su mesa para intentar acabar con todos; es un excelente tirador. Pero liquida solo a dos, mientras el tercero le dispara certeramente en su estómago y cae fulminado, escapando a continuación.
Fin


No daba crédito. La innovación tenía todos sus parabienes... Preguntó para cuándo estaría disponible e inmediatamente firmaron el contrato. Un contrato cuantioso, era cierto, pero los beneficios ya eran palpables. Los directores le rogarían, ¡de rodillas!, la nueva técnica. El cine tomaría un giro inesperado.


De pronto sintió una punzada en su vientre. ¿Nervios, o tal vez la copiosa comida que estaba pasándole factura?... Salió a la calle a tomar algo de aire fresco, a pasear. La punzada parecía remitir. Quizá adoptó una mala postura, o los nervios le habían cortado la digestión. Nada que no pudiera solucionarse con unas pastillas.


Regresó de nuevo hasta donde tenia su vehículo aparcado. Cuando llegó hasta él, sacó su llave y la introdujo en la cerradura. Entonces cayó desplomado. La gente se arremolinó y alguien avisó a los servicios sanitarios de emergencia, que no tardaron más de cinco minutos en llegar. El productor moriría en manos de ellos.


La endoscopia practicada no ofrecía ninguna duda. Diagnóstico: hemorragia gastrointestinal con posterior encharcamiento de pulmones en sangre. Fin.

jueves, 23 de octubre de 2014

Mi particular petición

Esperó hasta dormirse y soñó con otra Navidad. Una Navidad que fuera como las de antaño, cuando toda la familia se reunía en torno a la gran mesa y se daban un atracón.

Y por supuesto también deseaba la inexcusable visita de Santa Claus para que le regalase, al igual que a cualquier otro niño, lo que había pedido. En esta ocasión nada de juguetes, en contra de su voluntad. Era más importante que Santa accediese a su especial petición de este año, un hogar.

Y se acurrucó en la caja de cartón, junto a sus padres, sobre el frío suelo.

Secuestro

Se ovilla sobre las baldosas frías y comienza a temblar. Quizá el sótano no sea el sitio más acogedor y, sin embargo, deberá quedarse ahí hasta que podamos averiguar algo. No podríamos tenerlo dando vueltas por la casa, menos aún por el jardín.

Lo encontramos hace una hora en mitad del campo, al caer la tarde, y caminaba con dificultad. Nos pareció que debíamos darle cobijo y alimento. Pero, realmente, no sabíamos qué podría comer. Tal vez, comida como la nuestra, o quizá comida para perros, para gatos, para pájaros,... ¿Qué diablos comería un alienígena?

Mucho me temo III (tarde)

Mucho me temo que vienen a rescatarme. Anoche comí la última barrita de cereales desde aquella mañana que engullí ávidamente la penúltima. Aislado en la cima, a más de tres mil metros y rodeado de nieve, la había reservado para el último momento. Esa noche la seguiría pasando allí. Tal vez por la mañana...


Y ahora llegaban. Los veía desde la altura. Dos hombres descendieron de un helicóptero y se acercaban a donde se hallaba, cubierto de hielo, un cuerpo sin vida, el mío.

Mucho me temo II (adulador empedernido)

Mucho me temo que vienen a rescatarme; ¡ya que la tenía en el bote!... Pero si por algo tengo que dar gracias a la vida es por haberme topado con ella, la que todo lo perdona. Hace un buen rato la dejé charlando animadamente con sus amigas. No obstante, por el rabillo del ojo sé que ella me vio marchar rodeado de los míos, aunque de estos pude desembarazarme a tiempo para dirigirme hacia aquella impresionante mujer que se hallaba sola. Al poco estábamos riendo, pasándolo francamente bien. Y poco después vi acercarse a mi querida esposa.

Mucho me temo I (falso alzheimer)

Propongo a mis seguidores que voten cual de estos micros les parece mejor. Todos empezarán con la frase: "Mucho me temo que vienen a rescatarme". Ahí va el primero.


Mucho me temo que vienen a rescatarme. Ahora que ya no hace falta. Ahora que he conseguido encontrar el segundo amor de mi vida, ese del que no quiero separarme jamás. Ahora que empezaban a tratarme mejor en este centro. Ahora vienen, arrepentidos de haberme abandonado, sintiéndose culpables, lo veo en sus caras. Y ahora es el momento de demostrarles que no los conozco, que mi familia está aquí, y esta es mi casa, de la que no me sacarán nunca.

lunes, 20 de octubre de 2014

El protector





El perro movió la cola con alegría porque sabía que su amo retornaba de nuevo al hogar. Esperaba con paciencia su regreso, no importándole el tiempo que emplease. Ya estaba acostumbrado a esas largas ausencias y no se asustaba al quedarse solo. Él siempre regresaba. Siempre. Y a su vuelta le invadía, penetrando por cada poro de su piel, una placentera sensación de protección, el instinto de sentirse querido.


Le hablaba con voz dulce, melódica, un timbre especial que nunca antes experimentó. Jamás tuvo que sufrir una elevación de voz que denotara enfado, Y eso que tenía el convencimiento de que algunas cosas que tiró en la casa, en esas ausencias, provocarían su irremediable alteración del habitual estado de ánimo. Sin embargo, nada. Caricias, palabras que no entendía pero que debían ser elogios, cuidados continuos... Era el ser más encantador que pudo conocer en su vida. Ya no recordaba a su último amo, aquel que le maltrataba sin descanso hasta que, finalmente, fue abandonado en una carretera desértica, en medio de la noche, con peligrosos animales acechándole, o al menos eso le parecían... Estaba realmente asustado y prefirió mil veces volver a estar en compañía del que lo había abandonado. Esperó vanamente, porque no volvería.


Y entonces apareció él, en aquel artilugio, y lo recogió. Lo llevó a su hogar, lo limpió, lo abrigó, curó sus heridas, le dio de comer, de beber. Y al cabo de un tiempo se marchó. Pensó que la historia volvía a repetirse. Aquella primera vez fue realmente terrible. Pero regresó, y volvió a prodigarle todos los cuidados precisos. A partir de entonces, comprendió que, por alguna extraña razón, el amo estaba obligado a ausentarse durante un tiempo. Y también asimiló que la marcha no era definitiva.


Esa noche, como tantas otras, salieron al exterior y caminaron bajo un cielo estrellado durante mucho tiempo. Llegaron a un lugar donde finalmente él se detuvo. El perro se sentó instintivamente mientras él contemplaba un lucero en el horizonte, un extraño lucero que aumentaba y disminuía su intensidad lumínica. Miró a su amo. Permanecía inmóvil mientras miraba aquella luz, y no quiso alterar su paz. Ni un solo ladrido de impaciencia. Se limitó a permanecer sentado junto a él.


La luz se hizo más y más grande, hasta ocupar totalmente el cielo por encima de sus cabezas. Ambos miraron hacia arriba para recibir un potente rayo de luz que el perro sintió atravesarlo desde su cabeza hasta la cola. Quedaron inmóviles y la luz disminuyó de intensidad hasta permitir visualizar una estructura metálica. A continuación, en un rápido movimiento, desapareció de sus vistas confundiéndose en un punto luminoso con el resto de estrellas.


Fue entonces cuando el perro sintió que se separaba de la tierra, que se elevaba junto a su amo. Y no tuvo miedo. Miró hacia abajo y vio que seguí allí, junto a él, en la misma posición. Y también vio que comenzaban a ser rodeados por las raíces que partían de un cercano árbol. Las raíces cubrían las dos figuras hasta que quedaron completamente ocultas a la vista, bajo un gran follaje de grandes hojas verdes que se elevaba hacia el cielo.


Por la mañana, un agricultor cogió su tractor para arar los terrenos de su finca y se llevó una gran sorpresa. De la noche a la mañana, enmedio del campo, se habían elevado dos árboles de distinta altura. Unidos, como si fueran padre e hijo. Decidió dejarlos allí. No le molestaban para su plantación, y por lo singular del caso, evitaría por todos los medios que nadie osase sacarlos de ese lugar.

lunes, 13 de octubre de 2014

En mala hora

En esta ocasión amenizaré el rato con un cuento vampírico. Espero que les guste.




Ahora recuerda con añoranza aquellos años de su infancia. Su familia le quería, y no es que ahora hubiera dejado de hacerlo, pero no era lo mismo. Besaban sus fotos, hablaban en voz alta de él sin saber que los estaba escuchando, recordaban momentos muy entrañables... Quería integrarse en el grupo, charlar con ellos, pero su estatus se lo impedía. Lo que si tenía muy claro era que jamás podría hacerles daño, por mucha necesidad que pasara. No, jamás los atacaría.


El fatídico hecho ocurrió cuando solo tenía diez años. Jugaba con sus amigos en un descampado, ajeno a lo que se le avecinaba, hasta que el objeto del juego, una pelota, se alejó hasta el cercano parque. Fue a buscarla cuando la encontró a los pies de un desconocido que no hizo el más mínimo intento de acercársela empujándola con sus pies. Tuvo que aproximarse tímidamente hasta aquel hombre. Cuando estuvo lo bastante cerca oyó unas palabras, pero le sorprendió que salieran de aquella boca impasible, de aquellos apretados labios que ni siquiera se despegaron. Sin embargo, la dulzura del timbre de voz le cautivó y no pudo resistirse a desobedecer la orden dada por aquel individuo, que tan solo dijo “acompáñame”. Volvió la vista hacia sus amigos que lo veían marcharse con él, paralizados por el miedo, mudos por la terrible situación en que se veían inmersos. Nadie más se encontraba en los alrededores, seguramente por el frío reinante a esa hora vespertina. No sabía muy bien por qué motivo lo estaba acompañando, ni adónde lo llevaba, pero continuó a su lado.


Llegaron hasta un gran árbol. El individuo lo agarró por los hombros y, con un rápido movimiento, lo puso contra el tronco, de cara a él. A continuación bajó su cabeza hasta el cuello del chico y despegó sus labios dejando entrever unos afilados colmillos que le sorprendieron. Sintió el pinchazo producido por la mordedura y, a continuación, una desazón muy profunda hasta entonces jamás sentida. Después el individuo desapareció repentinamente. Aquella noche le asaltaron unos sueños muy extraños, sudaba abundantemente, y se despertó en varias ocasiones con horror por lo presenciado en aquellos episodios oníricos que le parecieron de lo más real.


A partir de entonces su vida cambió. Sus amigos lo abandonaron por sus injustificadas y frecuentes ausencias, por sus evasivas cuando se le preguntaba qué es lo que hacía o por dónde andaba. A ellos, al igual que a su familia, no los tocaría. Su amistad era tan fuerte que traspasaba los umbrales del nuevo mundo. Tenía muchas más oportunidades en el colegio, en la calle, en el barrio. Tantas que le faltaban horas del día. El problema era convencer a sus padres para estar más tiempo en la calle. Su madre lo notaba extraño desde aquel día y, naturalmente, vio la mordedura, hecho al que él respondió sin nerviosismo con la excusa de que había sido picado por dos abejas al importunarlas en su pequeño enjambre cuando la pelota con la que jugaban fue a parar accidentalmente hasta el matorral. La herida cicatrizó pronto y no se volvió a hablar del asunto.


Sus dotes de persuasión se desarrollaron notablemente. Es sabido que el hambre azuza el ingenio, y la capacidad para relacionarse asombró a todo su entorno. Para los adultos, el niño no presentaba ningún problema. Podían dejarlo solo en cualquier situación, y a los pocos minutos se le veía acompañado. Lo que sí era llamativo es que desapareciera, siempre, durante unos minutos.



Su modus operandi varió respecto de su “creador”. No se dirigía al cuello de sus víctimas, pedía la mano de sus acompañantes con la falsa pretensión de intentar adivinar el futuro leyendo las líneas de la mano. Después proponía que, para una correcta predicción, necesitaba unas gotas de sangre que extraería de un leve mordisco en la muñeca. Nadie se negaba ante la perspectiva de conocer su futuro solo con la penalidad de sentir una pequeña incisión. Unas gotas de cada niño eran suficientes por aquel entonces; podía contactar con varios a lo largo del día.


Con la adolescencia la táctica cambió. Los chicos fueron dejados de lado, sustituidos por las chicas. A estas les llamaba la atención aquel atrevimiento de morderle en sus delicadas muñecas. Lo interpretaban como un incipiente encuentro sexual. Pero a él no parecía importarle este punto. No se le conoció ninguna relación, era un chico muy raro.


Fue pasando el tiempo de su vida terrenal hasta el día en que lo volvió a ver. No había cambiado. Tenía el mismo aspecto que la primera vez. Incluso iba vestido de la misma guisa.

  • Te he dejado experimentar tu nueva condición unos años- pronunció con su gélida voz - Ha llegado el momento de que pases a mi servicio. Te enseñaré cosas que aún desconoces, pasarás a ser mi discípulo incondicional y, a partir de ahora, experimentarás aún más poder. ¿Estás preparado?
  • Tengo miedo. ¿Por qué no has estado a mi lado en los malos momentos que he pasado todos estos años? ¿Por qué ahora tengo que seguirte?
  • Era necesario. Debías aprender, sólo, a asumir tu nueva vida. Ahora debes unirte a los nuestros. Perteneces a otra familia.


Caminó a su lado hasta desaparecer juntos tras una espesa nube. Su cadáver fue descubierto por un corredor matutino, cerca de una acequia. Desde entonces observa constantemente a sus compungidos padres y hermanos, pero nada puede hacer a pesar de su inmenso poder. Solo puede limitarse a estar con ellos desde el otro lado, verlos, oírlos, no contactar por orden del Maestro...


Él se conforma con eso y sabe que ellos no le olvidan.


François Lapierre, octubre de 2013

Déjà vu

Utilizamos esta expresión francesa para indicar que algo que ha ocurrido, o algo que se iba a decir, teníamos, de alguna manera, la sensación de que iba a ser tal cual ha sido. Una especie de premonición que, en ciertos momentos de nuestras vidas, nos ocurre a cualquiera de nosotros.

En este relato corto que leerán a continuación, hay algo de esto entrevelado. Y también un guiño al famoso relato de la chica de la curva. Léanlo y opinen.




La mañana era fría, muy fría, y ya habían pasado los idus de marzo. Aunque el pronóstico del tiempo para el fin de semana era de lluvias. Para quedarse en casa. Sin embargo, el cielo en ese momento estaba libre de nubes y ya clareaba. En la cama se estaría muchísimo mejor, pero había que acudir al trabajo. Y aún podía dar gracias que lo tuviera, con los tiempos de crisis que se estaban viviendo últimamente. Por ese mismo motivo había que economizar gastos, y qué mejor medio de hacerlo que compartiendo coche con compañeros de trabajo. Esperaba no hacía mucho rato, y la necesidad de fumar apremiaba. Sacó un cigarro de su bolso y se lo puso en la boca. Lo encendió y aspiró una deleitable bocanada del complejo químico, mientras miraba ensimismada a la carretera a la espera del deseado vehículo que la quitase de pasar más frío. Lo reconoció a una cierta distancia, incluso pudo distinguir a su conductor, a quien esperaba, y le molestó sobremanera que apareciera justo cuando había acabado de encender el cigarrillo.


El coche se acercó lentamente, reduciendo su marcha para aproximarse a la acera y recoger a su paciente compañera. Ésta apagó el iniciado cigarro en el poste de una señal de tráfico, vigilando que, efectivamente, quedase apagado del todo. Aún podría retomarlo en otro momento, más tarde, mientras tomaba su primer café con otros compañeros, o tal vez, ya en su puesto de trabajo, y lo guardó. Dirigió sus pasos hacia el coche, con su brazo derecho extendido para acceder a la manecilla de la puerta, pero éste ya no estaba allí. Desapareció delante de sus narices. Miró en la dirección de la calle que, necesariamente, debía haber seguido, pero no lo vio. Miró hacia el otro lado, por si había dado marcha atrás. Nada. ¿¡Qué diantres estaba pasando!?.


Mientras discurría si, realmente, lo había visto, volvió a aparecer. Hizo el mismo movimiento, reducción de velocidad y aproximación a la acera. Ahora no quitó la vista de la calle. El coche paró. Ella abrió su puerta, dio los buenos días y, a renglón seguido, preguntó si había pasado por allí hacía un momento. Ante la respuesta negativa calló y quedó pensativa. El coche iba rápido a pesar de ir con tiempo sobrado, por lo que avisó a su conductor para que redujera la marcha, sobre todo, viendo que se acercaba una curva peligrosa. Cuando pasaron la curva, el conductor miró por el rabillo del ojo hacia su pasajero. El asiento estaba vacío.