domingo, 2 de septiembre de 2018

Un paso decisivo

Lo que más me molesta por las mañanas no es el tener que levantarme para afrontar otro duro día sino más bien que cuando me encuentro disfrutando de un sabroso desayuno, preparado por mi mismo con el mayor esmero, alguien interrumpa ese gran momento. Eso es justo lo que acaba de ocurrir. Suelto la cuchara con rabia sobre la mesa, arrastro ruidosamente la silla hacia atrás y me dirijo a la puerta intentando, en vano, controlar el arrebato de ira que me recorre desde la cabeza al estómago, deteniéndose ahí para recrearse en retorcerlo, exprimirlo y patearlo. Mi ojo derecho se aproxima a la mirilla y veo al otro lado a un par de hombres trajeados completamente de negro. Abro con decisión la puerta. - Buenos días, señor. Usted no nos conoce, pero nos ha sido prohibido identificarnos- dice uno de ellos, demostrando así que tiene rango superior. - ¿Y qué es lo que quieren?- pregunto sin dejar lugar a duda de que me siento terriblemente molesto por esa visita. - Verá- continúa, buscando la forma más amable de decirlo - tiene que acompañarnos. - ¿Son ustedes de la policía? ¿De algún órgano judicial? ¿Traen una orden? - Nada de eso. Pero es vital- interviene al fin el segundo - Esperaremos a que se encuentre en disposición de salir. - ¿Qué es lo que ha ocurrido? Por favor, díganmelo. ¿Algún familiar ha muerto? - No tema por una desgracia. Vaya a arreglarse. Le esperamos el tiempo que necesite. Cierro la puerta y decido que el desayuno será debidamente liquidado. Han dicho que esperarán. Transcurre el tiempo y pienso, con una mueca de satisfacción, que quizás ambos individuos hayan agotado su paciencia y estén a punto de hacer sonar de nuevo el timbre. Pero no suena. Estoy listo. Voy hacia la puerta de nuevo y la abro de golpe. La limpiadora vuelve su rostro hacia mí visiblemente asustada por el ímpetu de mi acción. Pregunto si sabe qué ha sido de los dos hombres que estaban apostados ante mi puerta y me responde que ella no ha visto a nadie, que viene limpiando desde abajo y que no se ha cruzado con ninguna persona. Salgo de mi domicilio y me asomo por el hueco de la escalera, mirando hacia arriba por si les ha dado por darse una absurda vuelta por las plantas superiores, y descarto esa idea por no tener ningún fundamento. Tal vez se fueran antes de que la limpiadora comenzara a subir y, posiblemente, estén esperando en la salida a la calle, por donde forzosamente debo pasar. Echo la llave y bajo las dos plantas. Ya en la calle no los veo en pocos metros a la redonda. Quizás estén metidos en un vehículo del que se apearán en breve una vez me hayan visto. Espero, pero no aparecen. Misterioso. Me dan ganas de subir de nuevo, pero entonces uno de ellos asoma tras una esquina y me hace señas para que me acerque. Cruzo la calle por el camino más corto, no por un paso de peatones que se haya a unos 50 metros y que me obligará a desandar lo recorrido, y doy la vuelta a la esquina. Allí están los dos, acompañados por otros tres, en perfecta formación. Uno se halla junto a una puerta, dispuesto a franquearme la entrada cuando me aproxime. Dudo, pero la intriga por ese asunto tan vital hace que me decida. Dentro no se ve nada. Los cinco se meten tras de mí y cierran la puerta. Al segundo siguiente se hace la luz. Es un sitio extraño, silencioso. Poco después otra luz se enciende tras una cristalera y me veo cuando era niño, jugando en una calle con mis amigos. Miro incrédulo esa visión, intentando descifrar cómo es posible que esté presenciando esa escena. Mientras, uno de los hombres me ha facilitado el acceso a esa calle abriendo una porción de la gran cristalera. En mi rostro debe reflejarse el mayor desconcierto. Es entonces cuando aquel que me dijo que se trataba de un asunto vital me pasa su brazo por encima de mis hombros, invitándome con ese gesto a que penetre en esa desconocida dimensión. La puerta se cierra una vez ambos la traspasamos y mi acompañante me da unas someras instrucciones, manteniéndose al margen mientras dure mi intervención. Los chicos corren tras el balón hasta que éste va directo a la calle. Me veo, como niño descuidado, atravesar sin mirar. Y también observo que una camioneta va directo hacia él. Ahora lo entiendo todo. Mi vida acaba en el segundo siguiente para salvar mi estancia en este mundo unos años más.