sábado, 25 de octubre de 2014

Un don nadie

Cansado, deseando que fuera viernes para terminar su jornada semanal y disfrutar del merecido descanso, Tomás se levantó y se dirigió malhumorado al cuarto de baño. Una ducha fría, a pesar de hallarse en pleno invierno, lo pondría a tono para acometer el nuevo día. A continuación, el afeitado, ritual que seguía con la ancestralidad que le caracterizaba, desplegando todos los utensilios sobre la encimera del mueble de baño. Después, hacía lamer con insistencia la húmeda brocha sobre la marfileña bola de jabón para, a renglón seguido, rociar su cara con fruición. La maquinilla de hojas desechables recibiría su nueva hoja de afeitar para realizar un acabado perfecto. Totalmente desnudo, porque así le gustaba estar para contemplarse en su amplio espejo, se rasura la incipiente barba, no así el bigote, al que solo recorta esos pelos que empezaban a sobresalir del conjunto. Una vez terminado el proceso se aplica su loción de afeitado, la que mantenía desde siempre. Fidelidad, una más de sus manías.

Ese día se notaba raro. No sabía qué extraña razón le procuraba esa sensación, pero algo había. Se vistió mientras discurría los asuntos con los que se encontraría en la oficina, aquellos que dejó pendientes el día anterior por problemáticos. Debía buscar una solución que le permitiera salir de aquel atolladero. Para cuando se dio cuenta, reparó en que no se había puesto los pantalones. 'Vamos a centrarnos en lo que estamos' pensó. Terminó de arreglarse y se dirigió a la cocina para prepararse una buena taza de aromático café traído de Colombia por su gran amigo Luís en su último viaje por el nuevo continente. Cafés como ese no podía tomarse en su lugar de trabajo. Darse ese lujo lo consideraba de obligado cumplimiento. Salió del domicilio y se encontró en las escaleras con un vecino. Esperó a que él lo saludara porque ya tenía experiencia en hacer lo propio y no recibir contestación. El vecino ni lo miró. 'Vaya, este tipo aún está de más mal humor que yo. Pues tampoco pienso saludarlo. Así se pudra'.

Amanece. Las calles de su barrio aún estaban vacías, pero cuando lo abandonara y se encontrara circulando por otras más céntricas la cosa cambiaría. Estos paseos mañaneros le vienen muy bien para el sedentarismo forzado a que le obliga su profesion, y camina con satisfacción, a un ritmo medio, sin cansarse. Un perro se le acerca y le ladra hasta que su dueño, vestido solo con un chandal y sin calzarse convenientemente, lo llama para que acuda a su lado. Está claro que se ha levantado de la cama hace solo un momento, y que lo ha hecho exclusivamente para sacar al perro. 'Seguro que ahora volverá a su casa, se quitará el chandal y se acostará de nuevo', piensa amargamente mientras observa como riñe al perro sin acertar a entender la causa, pero no es asunto de su incumbencia, y toma la siguiente bocacalle a la izquierda.

La luz del día es aún débil y ya comienza a ver camionetas de reparto mal aparcadas, solo para descargar la mercancía y entregarla en el comercio pertinente para su disponibilidad a los primeros clientes que acudan. La agitación a esa temprana hora sorprende. Empieza a notarse más afluencia de gente y la falta de educación hace su aparición. No es solo que no saluden, cosa normal. Es que tropiezan con uno y ni se molestan en disculparse. 'Ni que fuera transparente'... se dice para sus adentros.

Al ir a cruzar una calle, un coche pasa tan cerca de él que pisa sus pies con las ruedas traseras. Curiosamente no siente dolor. Pero la imprudencia de ese conductor debe ser castigada, aunque solo sea lanzándole improperios que no duda en decirlos a voz en grito. Nadie parece prestar la atención que una situación así requiere, aunque solo sea por curiosidad. La gente sigue su marcha como si no hubiera pasado nada. '¿Qué es lo que pasa hoy?' se pregunta.

Al llegar a la oficina, el conserje de la entrada no levanta la vista del periódico que está ojeando, a pesar de haberle dicho unos claros y altos buenos días. Ahí si que no le cuadra. Ese hombre es la definición de amabilidad. En los años que hace que lo conoce jamás ha dejado de saludarlo a la entrada. '¿Tan importante es lo que está leyendo para no dar siquiera los buenos días? ¿Es que nadie me va a dirigir la palabra hoy? Esto debe ser un mal sueño, una horrible pesadilla de la que debo despertar'.

Se sienta a su mesa. Hay un par de compañeros en mesas próximas, que están a lo suyo. Pero a ellos ya está acostumbrado a que no le saluden, por lo que no le da mayor importancia. A los pocos minutos el jefe sale de su despacho y convoca, en ese mismo momento, a una reunión general en la sala de juntas. '¿Qué diablos irá a comunicarnos?', murmura sin que nadie más conteste a su absurda pregunta. Se levanta de su mesa y se dirige hacia allí. Alguno de sus compañeros lo adelanta. ¡Juan, espera!. Pero Juan no se vuelve. Tal vez no le haya oído.

En la sala se encuentra un proyector en uno de los extremos de la mesa. Va a haber una proyección en la que, según va diciendo el jefe, Tomás va a exponer los resultados de un proyecto de investigación en el campo de la holografía. '¿Y por qué no se me ha avisado de que iba a hacer tal cosa? Ni siquiera lo llevo preparado?' Se dirige hacia la cabecera de la mesa, junto al panel, pensando qué es lo que puede decir de ese proyecto, mientras el jefe ordena que apaguen las luces. El proyector se enciende impactando directamente sobre Tomás, y entonces se oye un ooooh generalizado.
François Lapierre

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