domingo, 14 de abril de 2019

Recuerdos

Recuerdo ese silencio en el pueblo, tan solo roto por el distante campaneo que, de tarde en tarde, dejaba oír su lamento. Roto por los vientos que azotaban el valle cuando el cierzo arreciaba. Roto por el lejano pitido de la locomotora que se aproximaba a la estación con sus viajeros y se detenía para dejar, pero sobre todo para recoger, su pasaje... 
Pero también recuerdo las fiestas del pueblo. Aquellas en las que se lanzaba, sin ningún resquicio de dolor, desde lo alto de la iglesia, desde su campanario, a una pobre cabra que, de otro modo, también tendría el mismo final si se decidía hacer una caldereta de chivo; la diferencia solo estaba en la forma de morir. Y al llegar la noche, los bailes en la plaza mayor, donde una orquesta tocaba sin parar una música que invitaba a unir a las parejas, jóvenes y mayores, en una danza sensual solo interrumpida por las escapadas, protagonizadas por los zagales hacia sitios más íntimos y ocultos a la vista de los demás, para desfogar sus ardientes deseos encendidos por el acercamiento que propiciaba el bailar pegados. Recuerdo cuando el pueblo acogía a muchos habitantes y a sus hijos. Recuerdo como se fueron marchando éstos y como el pueblo fue envejeciendo. 
Ahora paseo por sus vacías calles, por su plaza mayor, por su cementerio. Y veo la lápida con mi nombre y mis años de nacimiento y muerte.

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