domingo, 14 de abril de 2019

Deuda saldada

Inexplicablemente el tugurio estaba a rebosar de gente. Tal vez se tratase de la hora feliz. Oscuro y lleno del humo de decenas de cigarros, apagados o aún ardiendo, por el que la débil luz de la barra se proyectaba a su través intentando llegar hasta la pared del fondo, Tomás atravesó la estancia sin mirar demasiado a su alrededor y pidió una copa al somnoliento camarero, tomando uno de los taburetes cercanos para sentarse. 
Un cliente le tocó por detrás en el hombro y le recriminó que ese asiento estaba ocupado por él y que solo lo había abandonado unos instantes para hacer sus necesidades. Parecía no haberle sentado muy bien la acción de Tomás; era evidente que estaba bebido y vestía de forma perdularia. Tomás se disculpó de la forma más complaciente posible, argumentando, con toda la razón y con una leve sonrisa, que el mueble estaba desocupado y por ese motivo lo tomó. Por tanto, le insinuaba que su petición había sido desmedida y que estaba esperando sus disculpas. 
A pesar de la bebida el tipo reaccionó y pidió perdón de una forma que a Tomás le pareció como de haberse tomado demasiada confianza, por lo que le lanzó una fulgurante mirada enmarcada en su rostro endurecido por la situación creada. El tipo cogió el taburete y se volvió, queriendo finalizar con ello el percance. Tomás cogió su copa y la apuró de un trago, percibiendo por el rabillo del ojo que estaba siendo furtivamente observado por aquel indeseable borracho. No quería inmiscuirse en una pelea que, a poco que quisiera, tendría lugar sin duda e ignoró la acción.
Pidió otra copa. La gente seguía formando ese ruido cada vez más elevado, producto de querer superar con su conversación al vecino. El camarero pasaba inútilmente un paño casi seco por una barra que acumulaba grasa, podría decirse, de décadas. El borracho movió levemente su brazo acercando unas monedas al vaso de Tomás. Éste no daba crédito. ¿Qué pretendía con ese detalle? Miró las monedas. No las reconocía, parecían monedas antiguas. ¿Acaso quería vendérselas? Se lo preguntó directamente. 
No, se las regalo, fue su respuesta. Por la mente de Tomás comenzaron a cruzar pensamientos de un intento vano de comerciar con su cuerpo, pero no quería ser desagradecido ante la insistencia. Cogió las monedas y le dio las gracias. Apuró su copa, pagó y salió del local. Se sentía mareado, pero tan solo había tomado dos copas, eso era perfectamente soportable por su cuerpo. Sin embargo, tras dar unos pasos cayó en redondo. Cuando despertó estaba siendo observado por el borracho y se sobresaltó.
─¿Qué diablos quiere?─ gritó.
─Solo quiero ayudar─ respondió el tipo, y continuó ─estás en una época que no te pertenece y no sabrás desenvolverte a partir de ahora. 
Tomás miró a su alrededor.
─¿Cómo has podido drogarme? 
El tipo negó con la cabeza a la vez que extendía las palmas de sus manos hacia delante. En cierto modo a Tomás la calle le resultaba extraña. Entonces vio cruzar al fondo una calesa. 
─¿Dónde estoy? 
─Estás en casa─ le respondió. ─En cierto modo tu mujer me ha obligado a realizar este viaje, pero también es cierto que tenía una deuda contigo que acabo de saldar─ continuó diciendo.─ Acompáñame.
Perdido como se hallaba, a Tomás no quedó más remedio que obedecer. Y transitando por las oscuras calles, iluminadas con faroles de gas, adoquinadas, estrechas, con el cruce casual de otra calesa, supo que aquel tipo debía tener razón. Llegaron hasta una vivienda y abrió la verja de la entrada. Después golpeó con sus nudillos la puerta. 
Abrió una extraña mujer, aunque más raro fue que, curiosamente, conocía a Tomás. A los ojos de ella asomaron unas lágrimas. Hizo ademán de que pasara y Tomás miró a su compañero.
Con ese dinero podrás salir del apuro en que te encuentras. No volveremos a vernos.

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