viernes, 25 de septiembre de 2015

Siguiendo el rastro (III)

La chica se levantó de la cama y arremolinó la sábana alrededor de su cuerpo dejando a Duke dormido, tendido boca abajo. Miró unos segundos su culo. Hacía tiempo que no veía uno igual. Quizá, el de aquel piloto de Air France del año pasado, pero este era inigualable. No quiso perder la oportunidad y comenzó a idear la forma de poder llegar a tenerlo siempre a su disposición mientras se dirigía al cuarto de baño dispuesta a darse una relajante ducha.

Duke se despertó con el sonido del agua cayendo en la bañera. Rápidamente tomó conciencia de su situación y sonrió. Estaba en otro país, lejos de cualquier amenaza, anónimo. No tenía nada que temer. Comenzaría una nueva vida, ya se acostumbraría al idioma al igual que lo hizo con el español que aprendió durante los años que vivió en México. Quizá con aquella chica que acababa de conocer, con la que había dormido tras un buen par de polvos, que ya iba siendo hora de que los echara. Y ahora ella estaba en la ducha. No se lo pensó.

Scariolus tenía todas las piezas del puzzle, pero ahora tenía que montarlo y no disponía del modelo a copiar. Quedó perfectamente definida la secuencia por parte de los forenses. Primero fue la enfermera del cuarto de suministros. Después le tocó el turno al rubio hospitalizado por un disparo recibido en los genitales (asunto que, más tarde, descubriría que había propiciado el mismo asesino) y a continuación la mujer que lo visitaba. Seguidamente se dirigió al local de copas y mató a su dueño.

Era un tipo sin escrúpulos. Como le dijo a Jimmy el guardián "un tipo que primero pega y después pregunta". El retrato robot estaba siendo minuciosamente analizado comparándolo con todos los fichados, pero esta era una tarea que requería de bastante tiempo. El tipo podía haber huido. No, seguro que habría huido. Demasiadas muertes a sus espaldas. Scariolus tuvo claro el siguiente movimiento. Había que indagar en los dos aeropuertos. La mañana amaneció de lo más desapacible, pero al detective no lo arredraba el mal tiempo. Se colocó su mascota, se subió el cuello de su gabardina y se dirigió a su viejo automóvil que lo llevaría hasta el primero de los aeropuertos a inspeccionar.

Pasado el mediodía, Duke y la azafata salieron a la calle. Hacía un día espléndido, ideal para visitar la ciudad. Aquel estaba muy decidido a subir a la torre Eiffel y la azafata no quiso contrariarle aunque pensara otras cosas más interesantes. En los alrededores la gente se amontonaba en una larga cola que no hizo a Duke desistir de su idea. No había prisa y, aunque pensaba quedarse allí, no quería dejar pasar esa oportunidad, mucho menos cuanto que ver la ciudad desde las alturas con su acompañante femenina le complacía aún más.

Finalmente subieron hasta lo más alto por el ascensor y permanecieron largos minutos contemplando la ciudad. Después, Duke pensó que por qué no almorzar en el restaurante del primer piso. A la chica le agradó el trato que estaba recibiendo porque aquel tipo no escatimaba en gastos. Pero ¿cuál sería su ocupación? ¿Por qué disponía de tanto dinero? Lo único que sabía de él es que era un viajero procedente de América... y un buen amante. Hablaba mucho, aunque no tocaba el tema de su trabajo. Contaba anécdotas, vivencias, cosas de familia, lugares que había visitado... No podía ni imaginar que estaba conviviendo con un matón, un tipo con sangre fría recorriendo por sus venas, un tipo que, llegado el caso, no dudaría en acabar con su vida.

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