Determinó
que no cabía dar marcha atrás aún a riesgo de perder un
hipotético contacto con el exterior que veía cada vez más
lejano desde que dejó a su inerte compañero tan solo unos
metros más atrás. Y no dejaba de descartar de su mente la
posibilidad, certera cada minuto que pasaba, de acabar sus días
allí dentro, por lo que recorrería aquel estrecho
pasadizo, reptando, arañándose con los filos cortantes de las
traicioneras cuchillas rocosas, pero con una inquietud
creciente ante lo que pudiera encontrarse al otro lado. Tal vez
el camino hacia la salida. Hacia una abertura alternativa, ignota, la
vuelta a la vida.
Pocas
provisiones le quedaban, aunque el lamentable hecho acaecido le
procuraba una ventaja, ya que podía disponer de las
raciones adicionales que, en otro caso, hubiera tenido que
compartir. Pero ¿tendría suficiente? Se ajustó su casco y se
introdujo en el túnel para no demorar un segundo su inspección de
la posible vía de escape. El silencio era sepulcral, lo
cual incrementaba sus temores. ¡Cuánto deseaba oír aunque
solo fuera un chasquido! Algo que tuviera vida y que le diera
esperanza de encontrarse cerca de la salvación.
Soportó
estóicamente los cortes producidos por las formaciones calcáreas.
Sangraba, pero no le quedaba otra que continuar. Atrás estaba
condenado a morir junto a su compañero. Dos cadáveres encontrados
en una sima no era la noticia que debía aparecer en los periódicos
del día siguiente. Siguió recorriendo el túnel. Las formaciones
calcáreas quedaron atrás y ahora solo deseaba que aquel ya largo
pasillo no llegara a estrecharse tanto que le impidiera el paso y
tuviera, necesariamente, que retroceder lo recorrido. Unos metros
después, el pasadizo se ensanchaba y se detuvo para curar sus
heridas. Sus oídos alerta solo escuchaban sus movimientos para
sanear y vendar los cortes.
El
mayor espacio del que podía disponer le permitió moverse gateando,
lo cual agradeció tras los numerosos metros recorridos serpenteando.
Más tarde salió a un recinto abierto y escudriñó milimétricamente
el espacio a su alrededor intentando encontrar una nueva vía. Sí,
algo más allá parecía abrirse un agujero por el que tendría que
descender, lo cual no le planteaba ningún problema. Podría sujetar
la cuerda en una roca y comenzar el descenso. Era la única salida.
Entonces oyó algo. Un sonido ronco, como salido de unos pulmones.
¡¿QUIÉN
ANDA AHÍ?! gritó, aproximándose a la boca del pozo.
No
obtuvo respuesta. Fugazmente pasó por su mente la idea de que fuera
otro espeleólogo. Imposible, se dijo. Habrían tenido noticias de su
desaparición. La curiosidad pudo más que el miedo a lo desconocido
y, una vez sujeta la cuerda, comenzó a bajar por aquel nuevo túnel.
Era muy corto. Calculó que unos cinco o seis metros y se encontró
ahora en una amplia zona y varias posibles salidas. Aquello pintaba
bien. Pero volvió a oír la respiración. La oscuridad lo envolvía
todo a excepción de donde él mismo iba dirigiendo su vista, gracias
a la linterna de su casco. Aunque más que guiarse por la luz lo
hacía por el oído.
A su espalda, y se iba acercando. Sus miembros
quedaron paralizados.
Se
volvió lentamente. Tan asustado como él podía estar la
criatura, y tensó sus músculos para saltar a un lado evitando
el previsible ataque inicial al encontrarse frente a frente. Un
engendro peludo apareció a sus ojos, los mismos que abrió
desmesuradamente intentando comprender ante qué se encontraba.
El animal estaba agazapado y gruñó con el fogonazo de luz del
casco, pero curiosamente no atacó. Quizá el miedo pudo más que su
valor. Con lentos movimientos y sin dejar de mirar se irguió sobre
sus dos patas traseras. Entonces fue cuando pudo determinar que se
trataba de un crío, ¡un humano! ¿Cómo había llegado hasta ahí?
¿Cómo pudo sobrevivir? Las respuestas a estas preguntas le daban
también respuesta a su interrogante de si sería capaz de salir de
allí. El chico comería animales o bayas silvestres que conseguiría
saliendo de la cueva.
Solo
había que esperar a que tuviese hambre y seguirlo.
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