Pintando
aquellos extraños bisontes observaba el zagal a su padre. Algún
día, cuando llegara el momento, él haría lo mismo, a la par que
aprendían sus descendientes. Aunque dudaba si alcanzaría a la
maestría de su progenitor y esto lo incomodaba hasta el punto de
aburrirlo.
Quería
salir fuera, jugar con los tapires, o con otros chicos. Gruñó para
avisar al padre, este le respondió de la misma forma, y abandonó el
calor de la cueva, a la que nunca volvería a entrar y nadie más a
salir de ella. Rocas ardientes cayendo del cielo arrasaron el lugar.
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