Luego,
si se fijan, acaban arrancando esa hilacha de su pantalón. Esa
hilacha suelta, que en un taller de alta costura le costaría el
puesto a una de sus operarias. Sin
embargo, aquí se les permite, como tantas otras cosas.
El
sastre jefe terminó su perorata, esperando la reacción de alguna de
las costureras. Miraba sus caras de contrición, alguna que otra
lágrima recorriendo aquellas pálidas mejillas, cuando vio a una de
ellas abrazar su tierno osito de peluche.
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