domingo, 1 de marzo de 2015

Burocracia de reparto

Aquella mañana me levanté con ilusión porque al fin podría solucionar el problema de reparto que, innecesariamente, tantos quebraderos de cabeza nos estaba produciendo. Tan solo debía personarme en las dependencias del registro. Allí todo sería tan fácil como dejar hacer a nuestros regidores, que saben, con la ley en la mano, como se debe actuar. Y a ella nos tenemos que doblegar, porque es de justicia. Me levanté, como digo, con ilusión y, por ello, muy temprano. No quería llegar tarde a unas oficinas que, a buen seguro, pronto estarían inundadas de gente reclamando sus derechos, por lo que con toda certeza debería esperar mi turno, y no estaba dispuesto a perder tan valioso tiempo. Me aseé debidamente, ya que no lo hacía desde tres días atrás por la inutilidad de llevarlo a cabo si no iba a ninguna parte, y salí a la calle dispuesto a dar un agradable paseo en la fresca mañana otoñal.


Cuando llegué, se trataba de mi primera visita, observé que eran unas frías y oscuras oficinas, a las que difícilmente llegaba la luz procedente de unas minúsculas y altas ventanas, con suelos y columnas de mármol, con mesas inundadas de papeles, tras las cuales acertaba a verse a un pálido individuo, creo que se les llama funcionarios, con su cabeza gacha, mirando documentos que tenía por delante.

  • Buenos días- dije dirigiéndome a una de las mesas –venía para que me indique qué documentos tengo que presentar...
  • ¿Tiene usted cita?- me respondió sin levantar la vista como si no le importaran lo más mínimo los conciudadanos a los que debía prestar su ayuda.
  • Pues sí. Me dijeron que viniera hoy...
  • ¿A qué departamento?- me interrumpió brúscamente, aún sin mirarme a la cara, como si mi intervención estuviera molestándolo.
  • La verdad es que no lo recuerdo.
  • Entonces pregunte en aquella mesa- dijo con un tono claramente irritado, su cabeza aún gacha y señalando con su dedo índice a otro compañero.
  • Gracias- dije secamente, ya que me enseñaron desde pequeño que uno debe obrar, ante todo, siempre con educación. Pero solo por eso, porque en verdad no merecía que se las diera.


Y me dirigí a la mesa señalada esperando que fuese recibido con otro talante. Miré por última vez la que acababa de abandonar por si a aquel funcionario le había dado por observar mi marcha. Y ahora sí, ahora me miraba, como si pensase que no fuera a ser capaz de llegar a esa otra mesa. Estos funcionarios deben haberlos sacado de una fábrica donde los hacen a medida, pensé.

  • Buenos días- dije de nuevo, intentando mostrar un tono cordial a pesar de la creciente irritabilidad que me oprimía por dentro.
  • Buenos- me contestó, en esta ocasión mirándome -y fríos- añadió. Vaya, al fin una persona normal, pensé.
  • Quería que me indicase a qué departamento debo dirigirme para un asunto de reparto de bienes.
  • Ya. ¿Qué tipo de bienes?
  • Hablamos de tierras.
  • ¿De secano o de regadío?
  • La verdad es que no se han dedicado a nada aún- contesté algo dubitativo e impaciente.
  • Entonces, ¿cómo quiere que le ayude?- preguntó con un ligero tono de enfado.
  • Pensaba que no hacía falta conocer ese detalle.
  • Pues pensaba mal. Tendrá que venir otro día, cuando lo sepa.

Estaba equivocado. Este provenía de la misma fábrica de desagradables que el anterior. Pero no estaba dispuesto a tirar la toalla.
  • Pongamos que son de secano.
  • Usted verá. Vaya a aquella mesa del fondo.
  • Perdone que le haya molestado en su valioso tiempo. Quizá cuando me haya marchado pueda usted hacer algo que le satisfaga.
  • Oiga usted caballero. Aquí hay que venir con las ideas claras, y bla, bla, bla...

Ahí lo dejé despotricando. La verdad es que no tenía mucha confianza en la tercera mesa, pero era lo único que podía hacer. Con resignación y paso lento me acerqué hasta aquella otra, esperando nuevos problemas que me podrían plantear a partir de entonces.

  • Buenos días- ya me estaba cansando de tanto saludar a quien terminaba por no ayudarme -su compañero de aquella mesa me dijo que usted me atendería en reparto de tierras.
  • Pues le ha informado mal. Yo atiendo reparto de inmuebles, no tierras.
  • Inmuebles, no tierras- repetí, algo cansado -Entonces, ¿quién diablos se encarga de las tierras?
  • ¿De regadío o de...?
  • De secano, por Dios.
  • Entonces tiene que subir a la primera planta. Pregunte allí.


A la primera planta. Quizá después tuviera que ir a la segunda, y hasta a una tercera para, por último, terminar volviendo a la planta baja donde seguramente estaría el dichoso departamento. En eso consistía su diversión, sus periodos de descanso; en marear a los que, para solucionar sus problemas tenían que acudir allí.


Arriba había más luz, pero aún así las ventanas estaban tapadas con cortinas, impidiendo que la luz, tan agradable, del sol, calentara la estancia. Veía una gran habitación, con muchas mesas y sentí una gran desolación. ¿Cuánto tendría que preguntar tras la experiencia de la planta baja? Me dirigí, y no sé por qué lo hice así, al fondo. Quizá porque estuviera más iluminado los oficinistas fuesen más amables.

  • Le deseo que tenga usted un buen día. Quería saber adónde tengo que dirigirme para solucionar un reparto de tierras, de secano- apuntillé; quise empezar con buen pie.
  • Buenos días tenga usted también. Tendrá que acompañarme abajo.
  • Pero si de ahí vengo y me han dicho que era arriba- dije ya claramente molesto.
  • Al hablarles de tierras de secano se imaginarían que querría informarse sobre cultivos.
  • Seguramente el funcionario no prestó atención, y me dijo que subiera.
  • Porque aquí se gestionan los cultivos que se hacen en ellas, pero usted plantea una distribución entre personas. Acompáñeme, no tendrá que dar más vueltas.
  • Le agradezco enormemente que se tome esa molestia.
  • En absoluto.

Y diciendo esto se levantó dirigiéndose hacia una puerta. Esta daba a una lúgubre y húmeda escalera. Descendimos por ella sin hablar y nos detuvimos ante otra puerta. El funcionario sacó una llave de su bolsillo y la abrió. Habíamos bajado, pero la estancia no era la misma que yo había visitado en primer lugar. Le pregunté si esa era la planta baja y me respondió, con gesto de sorpresa, que sí, puesto que bajamos desde la primera. Sin embargo, aquella tenía que ser otra parte de la planta baja. Recordé que había atravesado toda la planta superior, por lo que, con toda seguridad me hallaba en otro ala del edificio. Allí había un ruido ensordecedor, los teléfonos sonando sin parar. Saludó a otro, me presentó y después se marchó, dejándome a su merced.

  • Usted quiere saber qué trámites debe seguir para un reparto.
  • Así es. Pero ¿qué diferencia hay entre que las tierras sean de uno u otro tipo?
  • En principio ninguna.
  • Entonces ¿por qué me han insistido en ello y me han mareado innecesariamente?
  • Ya le he dicho que en principio. Tenga en cuenta que si las tierras son de regadío tenemos que hablar de comunidades de regantes.
  • De acuerdo, perdone. Creo que debería indicarle dónde se hallan para que podamos definirlas.
  • ¿No sabe de qué tipo son?
  • No. Pero no me diga que me tengo que marchar. Quiero dejar esto solucionado hoy.
  • No se preocupe. Buscaremos su localización. Acompáñeme.


Atravesamos la estancia y descendimos otras escaleras. Otra vez la humedad, la oscuridad, un rancio olor que impregnaba todo. A continuación cruzamos un largo pasillo, en cuyo extremo nos aguardaba una pesada puerta que el funcionario abrió con una llave que sacó de su bolsillo. Accionó la luz eléctrica. Una gran sala vacía de mesas, sin ventanas al exterior, posiblemente dedicada a los archivos, se mostraba a mis ojos. Me preguntó el lugar de los terrenos y se dirigió directamente a una caja con montones de planos. Vaya buscando, me dijo, ahora vuelvo. Y se marchó cerrando la puerta con llave.

  • Señor Ruipérez, debe hacerse cargo de los archivos. Tras el infarto del compañero López, hace ya más de un mes, nadie ha vuelto a controlarlos.

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