jueves, 5 de mayo de 2016

Huida de Sarathafar (III)

Las puertas de la ciudad eran vigiladas día y noche por los hombres del ejército de Abdalá. Solo podían ser abiertas si contaban con la previa e ineludible autorización de su gobernante, y ésta fue invalidada. Al día siguiente la noticia fue comunicada a Muamar, en plena calle. Su rostro se ensombreció, detalle que no escapó a los furtivos ojos de los hombres de confianza de Ben Azhir que deambulaban de continuo por la ciudad. No podía creer lo que había oído de ese confidente y pidió hablar con Rashid con urgencia. Tan solo quedaba una luna para partir y ahora su huida de Sarathafar podría no llegar a ocurrir nunca. Mientras, regresó a su almacén y contó, hasta en una decena de ocasiones, sus monedas. Las mismas que el día anterior, ni una menos. Lo sabía, pero también con eso hacía tiempo hasta que Rashid se dirigiera al punto de encuentro habitual. Tranquilo, abandonó como siempre la oscura estancia y salió al exterior. Rashid aún no había llegado.
Esperó, pero la paciencia tiene un límite y, finalmente, optó por retornar a su hogar. Su mujer lo notó irascible y prefirió no preguntarle el motivo porque conocía de sobra sus desastrosos resultados tanto en su cuerpo como en el escaso mobiliario. Poco más tarde llamaron a su puerta y el corazón de Muamar dio un vuelco.
Al abrirla se encontró con Rashid. Hizo el ademán de cederle el paso al interior de su vivienda y cerró la puerta tras él.
  • ¡Que Alá sea contigo, hermano!
  • Y contigo respondió Muamar.
  • Me han dado a entender que estabas preocupado. La información que se te ha dado es cierta, pero solo en parte. El propio Abdalá me llamó a su presencia y, con una excusa que me suena a que se huele algo, me prohibió la programada marcha argumentando un próximo ataque a la ciudad.
  • ¿Un ataque? No lo creo.
  • Deja que termine de contarte dijo Rashid levantando su mano derecha Le manifesté que no abandonaría la defensa. Pero lo haré porque tal ataque no tendrá lugar. Sin embargo, quiero pedirte tu estrecha colaboración para que se siga manteniendo la farsa. Si llegara a descubrirse la verdad, al menos mi cabeza rodaría por el marmóreo suelo de su castillo.
  • No temas, amigo. Mis labios estarán sellados y mi ánimo compungido, a los ojos de todos, por ese revés.
  • Sabía que podría contar con ello, Muamar. Déjame hacer y tenlo todo preparado.
Rashid abandonó el hogar de Muamar y se dirigió a su siguiente encuentro. Todos debían estar advertidos. Para los observadores, Rashid estaba cumpliendo con lo prometido a su señor. Nadie saldría de la ciudad.
O sí, porque aunque Rashid necesitaría de la ayuda de sus hermanos y de todos aquellos otros que se ofrecieran a ello, podría temporalmente anular esa guardia con el gas del sueño, al objeto de abrir las puertas para poder sacar los carromatos en el menor tiempo posible. La huida de personas podía hacerse por túneles, pero los carros eran otra cosa.
En los días siguientes se trabajó a contrarreloj para tener listas las vías de escape. Estas partían desde el interior de otras tantas viviendas próximas a las puertas y su excavación fue el secreto mejor guardado. Los hombres abandonaron sus labores habituales bajo diversos pretextos y nadie sospechó lo más mínimo de la huida masiva que se preparaba. Rashid contactó con los proveedores del polvo que haría dormir como niños a toda la guardia. Su colocación en los puntos estratégicos también corrió a su cargo.
Fueron días y noches de arduo trabajo, de agotamiento físico, de ansiedad por lograrlo para salir sanos y salvos. Esconderse en las montañas, desaparecer de la faz de la Tierra, era posible gracias a los descubrimientos de Rashid. En anteriores ocasiones, cuando este hombre salía con su comitiva hacia ciudades vecinas para vender sus mercancías, estas guaridas le servían como refugio temporal en casos de acaecimiento de grandes tormentas, las que descargaban con especial virulencia en esas montañas. Nadie más, pues, conocía esos seguros escondites. Quizá debieran estar en ellos algunos días, hasta que la amenaza de la persecución pasara, hasta que el ejército de Abdalá se adentrase aún más en ellas buscando a los traidores huidos. Y cuando la vigilancia desde las alturas diera la señal de vía libre, se volverían a poner en marcha. Contaban con el inconveniente de que habían entrado en época de lluvias, lo que haría más dificultosa la huida si la noche en cuestión deviniera lluviosa.
Muamar reunió algo más de dinero, pedido prestado y que, de ser posible, no devolvería por la imposibilidad de hacerlo. Una sonrisa se dibujó en su cara. La noticia de que se marchaban fue comunicada a su mujer días antes. Comenzaba una nueva etapa en sus vidas. Si todo salía bien.
Si algo tenía de poderoso Abdalá era su capacidad para leer los pensamientos de los hombres. Su entrevista con Rashid le había dado fundados temores de que la orden no sería obedecida y, por ello, sus hombres estuvieron vigilando. El hecho de que no observaran nada anómalo no le dio la tranquilidad deseada. Él sabía que no cumpliría su palabra. Pero no tenía ningún motivo para detenerlo y encarcelarlo, hundiendo de esa forma toda tentativa de escape. Ordenó continuar la vigilancia. Tal vez en algún momento se presentara la oportunidad. Si no, la buscaría.

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