domingo, 14 de abril de 2019

Vidas paralelas

1
Un día más la misma rutina, un problema tras otro, las difíciles relaciones con los clientes y, especialmente, con los proveedores. Se podría decir que estos eran los que le ocasionaban mayores dolores de cabeza. Lo que podía tardar un día se transformaba en tres, cuatro, cinco, o más. Si era una semana cabía la posibilidad de demorarse hasta quince días. ¿Se podía ser más inepto?. ¿Es que tienen tantos clientes que no pueden dar abasto?... Sus pensamientos se ven interrumpidos por el teléfono que suena bajo el abultado montón de papeles de la mesa de Jorge. Molesto, decide en un primer momento no cogerlo pero, debido a la inquietud que se va apoderando de él por todos los pedidos que tiene pendientes de suministrar, pronto terminará cogiéndolo.
Diga...
Buenos días, González. Soy Pedro Ramírez, ¿podría venir a mi despacho?.
Buenos días, D. Pedro. En un momento estoy ahí.
Jorge cuelga el teléfono y se atusa el pelo antes de subir al encuentro con el Director Comercial. Se pregunta qué rayos querrá y no entiende por qué no se habrá dirigido a su jefe inmediato que es como normalmente se hacen las cosas en la empresa. Espera no encontrarse con un problema grave, entiéndase prescindir de sus servicios, pero descarta la idea ya que debería haber recaído esa función en su inmediato superior. Se acerca a la secretaria para anunciar su cita, pero esta ya lo ha visto llegar y le hace señas para que pase al despacho. Un par de toquecitos en la puerta y la voz de D. Pedro se oye fuerte y clara:
¡Pase!. 
Usted dirá, D. Pedro. 
¡Siéntese González...! No me voy a andar con rodeos─ y a Jorge se le hace un nudo en la garganta─ Imagino que habrá visto el último informe que he pasado a su jefe la semana pasada: las ventas han crecido significativamente en el pasado 2005 y, tengo que decirle que buena parte del éxito ha sido gracias a su gestión. Quiero proponerle un ascenso a jefe del departamento comercial ¿Qué me dice?
¡Vaya!, menuda sorpresa. Me deja usted sin palabras... Definitivamente puede usted contar con que no le defraudaré. Muchísimas gracias. 
No las merece González. He preparado lo necesario para que se traslade a la segunda planta la próxima semana. Liquide sus asuntos y traslade las gestiones que queden pendientes a su jefe. Él se encargará de redistribuirlas. Cuando termine de instalarse vuelva a verme para ir definiendo líneas de actuación futuras. Y ahora, si me disculpa, debo continuar. Dentro de unos minutos tengo una importante reunión...
Gracias de nuevo, D. Pedro. Buenos días.
Jorge abandona el despacho y se dirige a su mesa de trabajo. Está anonadado y su cabeza comienza a dar vueltas sobre el cambio que se va a producir en su vida: ¡un ascenso a jefe de departamento después de tantos años de sacrificio!. Asumirá más responsabilidades, pero también tendrá una mayor remuneración y, posiblemente, su jornada laboral se alargue ahora mucho más. Esto dará lugar a conflictos en su hogar. Como casi es la hora de salir decide irse ya.
Conduce como un autómata, y no le importa que otros conductores cometan irregularidades que, en otras circunstancias, lo sacarían de quicio. Sus pensamientos están en otra parte. Cuando llega a su domicilio aparca el coche cuidadosamente, meditando cómo comentará la noticia a su mujer, y sube a su vivienda. Su mujer lo recibe fríamente y, sin darle tiempo a reaccionar, le suelta “Jorge... he decidido pedirte el divorcio. Las cosas no parecen mejorar entre nosotros y, no creas que no lo he meditado bastante. Lo siento, no hay marcha atrás”, termina impetuosamente de decir debido a la tensión que ha estado soportando. Pero Jorge no contesta ni transmite la buena noticia, no es el momento más adecuado. Da media vuelta y se dirige a la calle. Debe pensar, digerir lo que inesperadamente acaba de escuchar.
Camina lentamente, cabizbajo. Dos sorpresas de signo opuesto en el mismo día. ¿Cómo era posible que su mujer hubiera decidido abandonarlo?. Últimamente la había notado extraña, pero no hasta tal punto. No podía permitirlo, aunque se había marchado sin decir palabra, lo cual era tanto como admitir la separación. ¡Un regalo!, eso es, un buen regalo que calmase la tormenta para intentar disuadirla de su descabellada idea. Debía existir aún alguna solución. No estaba dispuesto a tirar la toalla.
Paseando por la Gran Vía, unos grandes almacenes en la acera de enfrente le brindan la oportunidad de adquirir el deseado presente. Decidido atraviesa la calle y es entonces cuando recibe un brutal impacto que lo envía al suelo. El conductor del vehículo baja visiblemente asustado. Jorge yace sobre el asfalto inmerso en un charco de sangre. El tráfico se colapsa, la gente comienza a arremolinarse. Comienzan a sonar los inoportunos cláxones, pero Jorge solo percibe un murmullo, a veces roto por una insistente locución:
¡llamen a una ambulancia, por Dios!, ¡este hombre necesita un médico urgentemente!...
Jorge no puede moverse y siente como los ojos se le cierran inevitablemente.

2
Es madrugada cuando, debido a su irresoluble problema de insomnio, Jack decide salir a pasear por las vacías y frías calles de Londres. En estos paseos nocturnos una y otra vez le acometen los mismos pensamientos. Recuerda su niñez, y muy especialmente la última paliza que recibió de manos de su padre. ¡Jack, ven aquí!. Sabía lo que le aguardaba, una monumental paliza basada en cualquier falso pretexto, porque otra vez venía borracho, como casi siempre. Y tal como había previsto su padre le pegó salvajemente, ni siquiera dio explicaciones. ¡Te lo mereces, estúpido!, le increpaba mientras seguía golpeándolo. Finalmente lo abandonó en el suelo del salón y Jack lo vio marcharse tambaleándose. Algún día pagará por esto, dice en voz baja, casi imperceptible, no vaya a ser que su padre le oiga y vuelva a la carga.
En aquella época Jack vivía solo con su padre. Su madre murió unos años atrás, cuando era aún muy pequeño, y no la recuerda, pero siente que realmente la conserva en su corazón. Desde entonces había sido cuidado por su padre y, solo esporádicamente, por una tía materna. La mayor parte del día estaba solo porque su padre se lo pasaba en la taberna. Algunas veces lo traían a casa otros hombres porque era incapaz de tenerse en pie, y Jack debía cuidarse de meterlo en cama, desvestirlo, prepararle -si realmente podía hablar- algo de comer,...
El sentimiento de ira le invade al rememorarlo. Su padre murió poco después, víctima de una cirrosis crónica, y su venganza no pudo culminarse. ¡Maldito sea para siempre!, masculla. ¡Que arda en el infierno eternamente!. Entonces, algo llama su atención. Una mujer ha salido de una cercana casa en Thrawl Street y Jack decide seguirla, embaucado por su grácil movimiento. Algún conocido la saluda al doblar Whitechapel Road. Eso dice mucho de su condición. Jack pasa desapercibido, o al menos eso le parece.
Ha comenzado a formarse una densa niebla y acelera el paso para no perderla. El ruido de sus pisadas resuena en el adoquinado suelo y la muchacha se detiene y se gira para ver quien la sigue. Jack no lo duda y se acerca. 
─ Disculpe señorita..., me dirijo a Buck's Row. La niebla es cada vez más espesa y las calles están vacías. Una chica no debería ir sola a estas horas. Si me permite acompañarla. 
─ En realidad vivo muy cerca de aquí pero, de acuerdo, me apetece charlar con alguien por el camino.
─ ¿Me permite preguntarle su nombre? 
─ Me llamo Mary Ann Nichols, ¿y usted?
─ Soy Jack─ y a continuación la detiene cogiéndola fuertemente de un brazo. Antes de que la asustada chica pueda proferir un grito, Jack dirige ambas manos al suave cuello de Mary. En cuestión de segundos, y tras una fuerte presión, la chica cae desplomada.
Jack ha cometido su primer asesinato y se siente muy bien porque lo ha hecho con una gran frialdad, lejos de toda mirada, fácilmente y sin sobresaltos. Son cerca de las cuatro de la madrugada del viernes 31 de agosto de 1888. Necesita más. Saca un instrumento cortante de su abrigo y desgarra la ropa de Mary Ann para, a continuación, asestar un par de cortes en su garganta y después mutilar salvajemente el cadáver. Todo ocurre muy rápido amparado por la densísima niebla. Por último, arrincona el cuerpo y abandona impulsivamente la escena del crimen. Seguramente dormirá mejor esa noche.
A este asesinato seguirían otros, siempre con el mismo modus operandi. La noche, mujeres solas por las calles saliendo de alguna casa en la que ejercían el oficio más antiguo del mundo. No siempre pudo disponer del abrigo de la niebla pero se las ingeniaba para no ser visto. Tan solo una semana después acabó con la vida de Annie Chapman. El cuerpo fue localizado hacia las seis de la mañana del sábado 8 de septiembre. También recibió dos cortes en la garganta pero, en este caso, la mutilación abdominal fue más salvaje. Jack se sentía bien, su odio fraternal iba desapareciendo y, con el transcurrir de los asesinatos, se iba sintiendo cada vez más fuerte. La noticia ya había saltado a la opinión pública. Era famoso. Hasta le dieron un sobrenombre, el destripador, aunque no le atraía mucho el apelativo. Disfrutaba con su evasión de los controles policiales que se hacían cada vez más intensos y que intentaban en vano cercarlo. Pero él se estaba especializando, nunca lo cogerían. 
En la madrugada del nueve de noviembre acabó con la vida de Mary Jane Kelly. Nada hacía presagiar a Jack que esta sería su última víctima, porque la acompañó hasta su domicilio y acabó con ella de la forma más cruel que pudo, dejándola en su propia cama rodeada de sangre y vísceras. Abandonó la estancia y salió a la calle. Había amanecido y la gente comenzaba un nuevo día ajenos a lo que acababa de ocurrir a tan solo unos metros de ellos. Jack iba ensimismado en su obra y no acertó a ver aproximarse un coche de caballos que, a una velocidad un poco alta debía llegar a algún sitio urgentemente. Fue arrollado por los caballos. El cochero se apeó del pescante y dio la alarma. Fue trasladado al London Hospital inmediatamente.

3
Un médico de avanzada edad irrumpe en la habitación escasamente iluminada y se dirige hacia la cama del paciente en su habitual visita matutina. Observa los monitores mientras espera su informe nocturno de la evolución. La enfermera no tarda en aparecer
─ ¡Doctor!, buenos días. No le esperaba tan pronto... El paciente está recuperándose y, si se fija en la lectura del encefalograma... aquí... ve. Debe haber tenido una horrible pesadilla..., la agitación es extrema. Fue entonces cuando quise calmarlo y en ese momento me agarró fuertemente del brazo con ambas manos, tanto que... mire, aún se notan las marcas de sus dedos.
─ Continúe vigilándolo y avíseme tan pronto como vuelva a notar alteraciones nerviosas. Son estadios por los que, irremediablemente, pasan todos aquellos que salen de un coma profundo. Y esperemos que no le afecte demasiado, aunque por lo que me ha mostrado, su actividad cerebral parece desenvolverse dentro de los parámetros normales.
El médico se retira, echando antes un último vistazo a los monitores y la enfermera se queda allí mirando al paciente dormido. Transcurrirán unos minutos, no demasiados, y la pantalla que marca el ritmo cardíaco comienza a mostrar una inusitada actividad. Nerviosa, la enfermera mira el monitor y después al paciente, ¡sus ojos se han movido bajo los párpados!. Vuelve su mirada a la pantalla. Está cansada y cree, en un primer momento, que todo pueda deberse a su imaginación. Se vuelve a fijar y ahora lo ve muy claramente. Definitivamente sus ojos se mueven. Unos segundos de indecisión, da media vuelta y se dirige rauda al teléfono. Avisa a sus compañeros para que intenten localizar al doctor.
Este aparecerá por la habitación no mucho tiempo después con un fonendo al cuello y, aceleradamente, se dirige hacia el paciente. Éste mueve los ojos bajo los párpados, los aprieta levemente y comienza a despegarlos. Con su primera visión de aquel hombre vestido de blanco, con el aparato al cuello, deduce que se encuentra en un hospital, pero la pregunta es forzosa.
─ ¿Dónde estoy?...¿Qué me ha ocurrido?.
─ Está usted en el hospital general. Sufrió un brutal atropello hace semanas y ha permanecido en coma desde entonces. La enfermera que tiene a su lado ha sido su principal apoyo en todo este tiempo. Sin su ayuda no lo habría logrado, créame. ¿Cómo se llama?, diga el nombre de su mujer, donde vive, todo lo que recuerde.
─ Me llamo Jack─ y calla durante unos segundos, como si estuviera intentando recordar sobre sí mismo─ Perdone, estoy confuso... No recuerdo el nombre de mi mujer... 
No se llama Jack. Usted se llama Jorge-, replica el doctor. Su mujer ha estado a su lado todo este tiempo, aunque ahora lamentablemente no lo esté, lo digo por este afortunado momento en que, por fin, ha despertado. Debe descansar y recuperarse. Por el momento no hablemos más─ sentencia, tras observar la cara de estupefacción de Jorge y sus miradas a todo lo que le rodea. Y dirigiéndose a la enfermera, advierte "dejémoslo unos minutos a solas y, por favor enfermera, no avise aún a su mujer. Si le pregunta, respóndale con la verdad de lo que de él conocemos. Hay que seguir observando su evolución, porque, evidentemente, tiene un grave trastorno de personalidad".

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