domingo, 14 de abril de 2019

El viajero

Simul despierta del letargo en que ha estado sumido, incapaz de determinar cuanto tiempo ha estado en esa situación. La primera sorpresa se la proporciona la habitación en la que se encuentra (que no es en la que estaba antes de iniciar su descanso, eso sí puede recordarlo), sencilla, con un ventanuco en alto a su izquierda, un aparador al frente y una mesilla a la derecha, junto a la cama en la que yace. La débil luz que entra por el ventanuco le permite, además de saber que es de día, comprobar todo esto. Se levanta lentamente. Su cuerpo debe aclimatarse a la verticalidad que abandonó hace tiempo y sus piernas deben ser capaces de volver a sostenerlo así como poder adelantarse una tras la otra, en perfecto equilibrio, para conseguir el avance corporal.
La casa en la que se encuentra parece estar vacía, aunque hay señales de actividad reciente. ‘Quien viva aquí habrá salido unos minutos’ piensa, y sigue recorriendo el resto de habitaciones. En una de ellas, unos niños sentados en una alfombra parecen jugar, aunque están inmóviles, petrificados. Uno de ellos con los brazos en alto y su boca abierta, señales de inequívoco disfrute. Sale de esa estancia y se encuentra a una mujer en el pasillo. También se halla paralizada, aunque por su posición es como si estuviera caminando hacia la habitación de los niños. Simul le habla pero ella no responde. ‘¿Qué diablos ocurre?’
Al mirar su reloj observa que son las doce en punto, pero parece que se ha parado. Lo acerca a su oído y no oye ningún tic tac. ¿Averiado? Hace una mueca de disgusto y sale a la calle. Fuera todo está tranquilo, demasiado. De hecho, nadie se mueve. Es como si el tiempo se hubiera detenido, al igual que su reloj. Solo él puede moverse entre la multitud, desafiar la inmovilidad temporal como un dios que está por encima de todo. Sin embargo, como mortal, tiene hambre. No obstante, el único y nimio impedimento que se le presenta es sortear a los humanos obstáculos inmóviles para poder acceder a los alimentos que necesita, y se atiborra de fruta fresca en una tienda cercana, a la vista impasible de todos, sin que nadie pueda impedírselo. Pasó también por una papelería y se proveyó de cuaderno y bolígrafo para anotar.
Volver no es algo que le preocupe, por el momento. Prefiere disfrutar de la paz, del silencio que le circunda, antes de que la magia que ha hecho posible esta situación se deshaga volviendo de nuevo a la ruidosa normalidad. Sin embargo, toda actividad humana produce con el suficiente transcurso de tiempo, como ha quedado ampliamente demostrado a lo largo de la historia, un camino inexorable hacia el hastío. Y Simul se plantea si podrá soportarlo, y durante cuánto tiempo.
Pasea por las calles y mira a su alrededor. La imagen es surrealista. Las posiciones adoptadas, en ocasiones, son imposibles de mantener por el simple actuar de la gravedad, la cual ha quedado anulada excepto para él, ya que en otro caso se hallaría volando cual pájaro. Y hablando de estos, hay varios inmovilizados, suspendidos en el aire con sus alas perfectamente desplegadas.
Pasan los minutos, incontables, su reloj sigue detenido, y Simul recorre varias calles, anotando su nombre en el cuaderno para poder volver, penetra en establecimientos, edificios... De pronto todos vuelven a moverse. Los vehículos reanudan su marcha y ve a los pájaros continuar su vuelo como si nunca lo hubieran detenido. Echa de nuevo un vistazo a su reloj. Ahora sí. El segundero ya está en marcha y, cuando dé la exacta vuelta al círculo, el minutero avanzará a su vez y las horas pasarán, aunque él debe volver pero no sabe en qué momento.
— ¿Podría decirme la hora? Mi reloj se ha parado— pregunta a la persona más cercana sin siquiera saber si será entendido.
— Claro, caballero. Son las dos y seis minutos.
— Las dos y seis— y pone el reloj en hora mientras razona si esas dos horas y seis minutos desde que despertó han sido un paso real de tiempo en su individualidad —Muchas gracias. Perdone, acabo de llegar a la ciudad y tengo problemas para moverme por ella. ¿Sería tan amable de indicarme algún restaurante?
— Déjeme pensar… Mire. Si sigue por esta calle hasta el cruce y después continua por la derecha, no muy lejos hay uno que tiene fama, pero ahora mismo no recuerdo su nombre... No. Bueno, es algo caro.
— No se preocupe por ello. Tampoco me gustaría alejarme demasiado de este punto. He quedado con una persona muy importante dentro de una hora.
— En ese caso puede hacerlo y volver aquí en pocos minutos, si tiene suerte de ser servido a tiempo, claro está.
— Eso haré, tenga usted un buen día.
— Igualmente, amigo.
Simul mira de nuevo su reloj. Ahora son exactamente las dos y cinco minutos. El segundero se mueve en la dirección correcta y, sin embargo, el reloj se ha retrasado por el tiempo que, estima, ha transcurrido mientras preguntaba y dialogaba con el transeúnte. Lo anota en su cuaderno y decide que hará otra prueba para comprobar la veracidad de esta irreal pero plausible hipótesis. Se aproxima a un señor mayor que tiene un aspecto bonachón, del que no duda que atenderá a sus ruegos sin resultar una carga. Sin embargo sus suposiciones resultan ser erróneas y, tras varias preguntas intentando retener la marcha de ese hombre, éste termina por contestarle de forma grosera.
¿Cuánto tiempo podría haber transcurrido en esa conversación? ¿tres, cuatro minutos? Una rápida e irresistible visual al reloj y comprobó que solo pasaban dos minutos de las dos. Había ganado otros tres minutos. Luego era cierto. El tiempo que empleaba charlando con alguien en aquel lugar era el mismo lapso que atrasaba su reloj. En definitiva, robaba vida en beneficio propio. Aquello le produjo una satisfacción sin igual y decidió que seguiría “robando” tiempos. Ahora bien ¿obraría en sentido inverso en sus interlocutores? Es decir, si su tiempo atrasaba ¿adelantaba en los otros? No era algo que pudiera averiguar sin despertar recelos y descartó el pensamiento centrándose únicamente en la manera de abordar a la gente para absorber sus minutos.
Concluyó que la realización de una encuesta sería un buen medio. De qué tema tratase no era ningún problema. Cualquiera valdría, incluso si mezclaba varios asuntos. Y sin perder un minuto se puso manos a la obra.
Aunque parezca mentira logró aprovechar la buena disposición de varias personas y fue entonces cuando el minutero se posicionó en las doce y cuarenta, pero ¿qué pasaría cuando la hora fuera aquella en la que despertó? ¿Seguiría retrocediendo? ¿Podría llegar a retroceder un día, una semana, un mes, un año? En ese caso, rejuvenecería. La idea era irresistible. Era necesario ponerla en práctica. No obstante, necesitaba de nuevo comer y no disponía de metálico. Quizá, cuando llegasen a ser las doce todo volviera a inmovilizarse y pudiera comer todo lo que quisiera. Pero su estómago lo apremiaba ajeno a todo. Si precisaba dinero, era claro que este se obtenía trabajando. Y un trabajo requería de una entrevista previa. Vio una placa de bufete de abogados y creyó ver ahí su salida. Subió hasta la planta donde se hallaba el mismo y solicitó hablar con un responsable argumentando que era un desahuciado y necesitaba perentoriamente una ocupación.
Tardaron algunos minutos en atender su petición y, finalmente, le dijeron que se personara en un determinado despacho. El sujeto no se demoró en demostrar su impaciencia, lo cual fue un jarro de agua fría para Simul. Se disculpó por robar su preciado tiempo (lo que le produjo, a pesar de todo, una leve e imperceptible sonrisa) y comenzó a hablar para intentar convencerlo de que estaban ante la persona adecuada, sin poder probar nada por carecer de referencias. Por suerte, sus conocimientos en el campo del derecho resultaron ser muy superiores y el entrevistador se mostró interesado en seguir su exposición. En cierto momento, aprovechando que el tipo se levantó de su asiento para mirar la calle a través de la ventana, Simul miró de soslayo el reloj. Eran casi las doce, más dos minutos. Solo dos minutos más de entretenimiento y vería qué era lo que acontecía, si sus suposiciones eran, asimismo, ciertas.
Simul continuó, pero a los dos minutos se hizo el silencio. El entrevistador llamó a los de seguridad para que sacaran de su despacho a un tipo que se había quedado dormido.

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