lunes, 15 de abril de 2019

Bucle

En la habitación en penumbra la nieta se afana en preparar todo lo necesario para el cuidado de su abuela. Ésta la mira desde la cama, inmóvil, con sus ojos acuosos y con una leve sonrisa en su rostro, la única que puede ya articular a su avanzada edad. La nieta está concentrada en sus quehaceres: ha cambiado el agua del balde y ha colocado cerca paños para humedecerlos y proceder al lavado de cara, brazos y manos. 
Ayer el lavado fue más completo pero hoy ya no lo necesita. También ha tirado la cuña con sus excrementos y la ha limpiado para un nuevo uso. A pesar de su corta edad no repara en el repugnante olor y visión de los mismos. Alguien tiene que hacerlo y por ello supera toda posible repulsión. Le retira también con cuidado su ropa, levantándola con mucho cuidado y mimo, y le coloca una nueva prenda que, asimismo, se ha encargado de lavar y poner a secar. No le pesa dedicarse a todo puesto que ya no queda nadie más en la casa. Cuando todo ese proceso concluye, se sienta a su lado y le lee uno de sus libros favoritos. No entiende muy bien algunos de los párrafos pero se limita a leer, ya lo entenderá cuando se haga mayor. Su abuela no puede prodigarse en explicaciones que, de seguro, llevarían a una cadena interminable de nuevas preguntas y respuestas. 
Más tarde preparará algo de comer para ambas. Una sencilla comida. Conoce y sabe hacer, al menos, una decena de ellas. Pero eso será más tarde, aún es temprano. El sol comienza a calentar la habitación donde ambas viven prácticamente todo el día, a excepción de cuando la nieta se retira a la contigua, donde una chimenea, con un caldero siempre dispuesto a recibir los ingredientes necesarios para elaborar una suculenta comida, arde de continuo gracias a la inmensa pila de leña amontonada fuera. Una pila que no merma ya que alguien cada día se encarga de reponer los leños gastados para que las dos mujeres jamás queden desprovistas de calefacción ni del necesario fuego para cocinar. Y así van pasando los días, las semanas y los meses. Todo siempre igual. 
La nieta va creciendo, haciéndose una joven fuerte y atractiva. Y su abuela la contempla con admiración porque le recuerda a cuando era como ella.
Cuando un día despierta, postrada en la cama, sin poder moverse, una gran desazón la invade por saber quién se hará cargo de los cuidados que va a necesitar. Pero ahora las cosas han cambiado. 
La vida pasa rápido, casi sin darnos cuenta. Su abuela murió ya hace muchos años y ahora mira como su nieta, tan joven como antaño era ella, se está encargando de hacer que sus últimos momentos de vida sean tan placenteros como los que le proporcionó ella misma a su querida abuela.

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