En la habitación en penumbra la nieta se afana en preparar todo lo
necesario para el cuidado de su abuela. Ésta la mira desde la cama,
inmóvil, con sus ojos acuosos y con una leve sonrisa en su rostro, la
única que puede ya articular a su avanzada edad. La nieta está
concentrada en sus quehaceres: ha cambiado el agua del balde y ha
colocado cerca paños para humedecerlos y proceder al lavado de cara,
brazos y manos.
Ayer el lavado fue más completo pero hoy ya no lo
necesita. También ha tirado la cuña con sus excrementos y la ha limpiado
para un nuevo uso. A pesar de su corta edad no repara en el repugnante
olor y visión de los mismos. Alguien tiene que hacerlo y por ello supera
toda posible repulsión. Le retira también con cuidado su ropa,
levantándola con mucho cuidado y mimo, y le coloca una nueva prenda que,
asimismo, se ha encargado de lavar y poner a secar. No le pesa
dedicarse a todo puesto que ya no queda nadie más en la casa. Cuando
todo ese proceso concluye, se sienta a su lado y le lee uno de sus
libros favoritos. No entiende muy bien algunos de los párrafos pero se
limita a leer, ya lo entenderá cuando se haga mayor. Su abuela no puede
prodigarse en explicaciones que, de seguro, llevarían a una cadena
interminable de nuevas preguntas y respuestas.
Más tarde preparará algo
de comer para ambas. Una sencilla comida. Conoce y sabe hacer, al menos,
una decena de ellas. Pero eso será más tarde, aún es temprano. El sol
comienza a calentar la habitación donde ambas viven prácticamente todo
el día, a excepción de cuando la nieta se retira a la contigua, donde
una chimenea, con un caldero siempre dispuesto a recibir los
ingredientes necesarios para elaborar una suculenta comida, arde de
continuo gracias a la inmensa pila de leña amontonada fuera. Una pila
que no merma ya que alguien cada día se encarga de reponer los leños
gastados para que las dos mujeres jamás queden desprovistas de
calefacción ni del necesario fuego para cocinar. Y así van pasando los
días, las semanas y los meses. Todo siempre igual.
La nieta va
creciendo, haciéndose una joven fuerte y atractiva. Y su abuela la
contempla con admiración porque le recuerda a cuando era como ella.
Cuando
un día despierta, postrada en la cama, sin poder moverse, una gran
desazón la invade por saber quién se hará cargo de los cuidados que va a
necesitar. Pero ahora las cosas han cambiado.
La vida pasa rápido, casi
sin darnos cuenta. Su abuela murió ya hace muchos años y ahora mira
como su nieta, tan joven como antaño era ella, se está encargando de
hacer que sus últimos momentos de vida sean tan placenteros como los que
le proporcionó ella misma a su querida abuela.
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