El
vehículo de James decidió, unilateralmente, no dejar aquel lugar por más que él girase la llave de contacto. Por fortuna, no
muy retirada, vio una cabaña. Sus luces escapando por las ventanas
le decían que allí se encontraba su salvación. Solo necesitaba un
teléfono desde donde llamar a un remolcador. Y el hecho de que aún
no fuera noche cerrada le daba pacifismo a su acción.
Ya en
las proximidades, un gran perro se avalanzó sobre él, quedando a
pocos metros debido a una gruesa cadena. La puerta de la cabaña se
abrió y en su umbral apareció un hombre con una escopeta. James
gritó que solo necesitaba llamar. El hombre lanzó un trozo de carne
y el perro, mirando de soslayo, se retiró dejando el paso libre.
Allí vivía tan solo un matrimonio. Hizo la llamada, pero al cruzar el pasillo hacia
el salón vio por el rabillo del ojo algo extraño en una habitación.
Se atrevió a abrir más la puerta y en su rostro se reflejó el
terror al observar pequeños frascos conteniendo ojos. No tuvo tiempo
de gritar. Recibió por detrás varias puñaladas que acabarían con
su vida.
Ahora
solo había que esperar al remolcador.