La fastidiosa mosquita con su lengua veloz arrebataba tranquila las
minúsculas migas de pan de la mesa. Tras incordiar por largo tiempo a
los comensales invitados por el emperador romano, estos se habían
retirado a descansar debido al profundo e inesperado sopor sobrevenido.
No despertarían del sueño. Adherido a las patas del díptero un potente
veneno había sido esparcido cuidadosamente por todos los platos.
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