domingo, 14 de abril de 2019

Esperando el autobús

Dos hombres de mediana edad están sentados en la bancada de una parada de autobús. Llevan ya un buen rato esperando a que pase uno y, para hacer más amena la espera, uno de ellos se decide a hablar.
— Pues parece que debe haber un colapso importante en el centro de la ciudad.
— Así es. Ya he perdido la cuenta del tiempo que esperamos.
— Yo creo que llegué hace media hora. Usted ya estaba aquí.
— Me parece que se equivoca— dijo el otro mirando su reloj— cuando decidí tomar el autobús era mediodía y fíjese que ahora tan solo han pasado veinte minutos, por mi reloj.
— No estoy de acuerdo. En mi caso, la decisión fue tomada un cuarto de hora antes de las doce y tan solo empleé cinco minutos en llegar hasta aquí. Como puede ver mi reloj también marca las 12:20. Usted debe haberse confundido.
— Ah, y tengo que ser yo. No usted.
— No tengo que darle explicaciones de mis quehaceres, pero estoy totalmente seguro de lo que he hecho en esta media hora. Tan seguro como de que lo estoy viendo ahora mismo y usted a mí.
— Tampoco yo quiero concederle ese privilegio. Usted es un desconocido.
— Pero es que usted intenta volverme loco haciéndome creer que no sé lo que he hecho.
— Piense lo que quiera. No estoy dispuesto a discutir por semejante nimiedad─ Y ambos se quedaron callados, mirando al frente, sus brazos apoyados en sus piernas, con claros signos de irritabilidad tanto en uno como en el otro.
Los minutos seguían pasando. El rostro de uno de ellos se oscureció en la zona de barba. Cuando el otro, de reojo, lo miró, se percató de ello.
— Tiene usted un crecimiento de barba muy rápido, sin ánimos de ofender. Cuando le he visto por primera vez no era tan oscura.
— ¡No es posible!— respondió sorprendido el otro llevándose la mano a la cara para constatar lo que su interlocutor acababa de decirle— si tan solo hace unas horas que me he afeitado… ¿usted también?
— Yo también ¿qué?
— Le pregunto que si también lo ha hecho, solo porque observo una incipiente barba en su rostro.
— Tiene usted razón. Tengo por costumbre afeitarme todas las mañanas, al levantarme. ¿Cómo es posible?
— Es realmente extraño, sí─ Ambos volvieron al silencio. Romper este suponía una incomodidad, un intento de hacerse ver mutuamente que buscaban una salida al conflicto vivido tan solo unos momentos antes, y ninguno de los dos quería dar ese paso. ¿Por qué tengo que ser yo el que inicie la conversación?, pensarían de seguro los dos. ¿Por qué tenemos que seguir hablando de futilidades si la conversación no nos va a hacer amigos?, pudiera ser otro pensamiento que rondara por sus cabezas. Y ¿por qué diantres no aparecía nadie más por la parada que, de forma definitiva, terminara por aislarlos?, puede que meditase alguno de los dos. Sea como fuere, ninguno se atrevió a manifestar sus intrigas en alto y se limitaron a mirarse de hito en hito.
Aunque, al cabo de otros pocos e interminables minutos de silencio, ambos observaron que la barba de su vecino era más densa, como de varios días, sin atreverse a arrancar de sus respectivos labios esa observación. El hecho de hacerlo suponía un claro signo de reducción de sus orgullos, de cesión y, casi, un elemento de cobardía, de reconocimiento de la superioridad del contrario que sí supo mantener su postura sin declinar. Era solo cuestión de esperar ese fatídico momento que daría una intuitiva victoria al que se hubiera mantenido callado por tan solo una milésima de segundo de diferencia. Hasta que no pudieron más y, como el hecho palpable de que sus barbas habían crecido en minutos el intervalo de semanas era una cuestión tan fantástica que sobrepasaba sus empeños en mantenerse silenciosos, ambos soltaron al unísono
— ¡Su barba!
— ¿Qué es lo que nos está pasando?— atajó el otro mientras se tocaba asustado un crecimiento inusual, imposible en tan corto periodo de tiempo.
Ninguno había salido vencedor en la contienda. Ninguno sintió herido su orgullo, ya que ambos hablaron en el mismo momento ¡y con idénticas palabras! Curiosa coincidencia, pensarían. Pero no era momento de elucubrar en esas egoístas sensaciones y sí en el por qué de aquel crecimiento desmesurado. Una explicación era necesaria, aunque incapaz de darse por cualquiera de ellos. Era un evento que superaba las leyes naturales y que, en cierto modo, los estaba haciendo enloquecer de no hallar pronto una satisfactoria respuesta que tampoco llegaría.
— ¿Habremos respirado algún elemento pernicioso del aire?— y dicho esto tornó a mirar sus brazos por si, de igual manera, se hubiera producido el mismo efecto en los pelos que los cubrían.
— No lo sé. Solo nos ha crecido la barba, el resto se mantiene inalterable— y al mirar también su brazo derecho dirigió la vista al reloj. Ahora eran las 12:45. Tenía que confirmarlo— ¿Tiene usted la misma hora que mi reloj?— dijo mostrándolo.
— Sí, quizás uno, dos minutos de retraso, a lo sumo. Solo han transcurrido unos 45 minutos más o menos— en una clara disposición de no volver a la discusión inicial, obviando unos minutos que no determinaban nada y que podrían volver a sacar a la luz el desagradable encuentro.
— Entonces ¿hemos saltado en el tiempo?
— No lo creo. En realidad dudo que tal eventualidad pueda ser posible. Viajar al futuro, ja.
— Pues solo veo esa explicación a nuestra barba de muchos días…
— Sigo pensando en algún componente atmosférico que haya salido de una industria que no tiene ningún reparo en lanzar porquerías al medio ambiente. Así nos va…
— ¿Y qué explicación puede darle a que no venga el autobús?
— Solo un atasco monumental, porque no he oído de ninguna huelga prevista. Y, en todo caso, los servicios mínimos deberían cumplirse...
El tono distendido en el que ahora conversaban eliminaba de raíz aquel desencuentro inicial. Ahora podían continuar planteando cualquier otra conversación sin temor a que surgiera de nuevo el mismo. Si acaso como elemento que pudiera dar lugar a replantearse en qué circunstancias se conocieron y soltar unas risas condescendientes. Pero el autobús seguía sin aparecer y sus barbas se fueron encaneciendo, a la vez que sus cuerpos se encorvaban y la piel se les arrugaba en los minutos siguientes como inequívocos signos de envejecimiento prematuro. A ninguno de los dos pareció importarle.

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