martes, 30 de diciembre de 2014

El hombre de negro

Frente a la puerta que me disponía a abrir, recordando a mi querida Amanda, miré absorto el manojo de llaves viejas suministrado por los administradores de la secular mansión, alguna de ellas cubierta por esa ineludible capa de óxido que se forma del tiempo de no usarlas. La visibilidad en el largo pasillo, al que la luz del día llegaba muy debilitada desde los ventanales situados en sus extremos, hoy era particularmente escasa, ya que amaneció nublado. No pudieron indicarme cual era la que abriría aquella puerta, por lo que, a mi pesar, tendría que probarlas una a una. Sin embargo, superaría esos nimios inconvenientes porque debía entrar en la habitación del amigo que, aún después de muerto, tenía todavía cosas importantes que contar.


Comencé. Raro era que la primera fuese. Lo más probable, siguiendo una ley universal e intemporal bien conocida, es que fuera la última. Seguí probando. La séptima, contra pronóstico, abrió la puerta. Los goznes chirriaron, delatando un prolongado tiempo de inactividad en su acceso, y la puerta crujió al moverse, después de mucho tiempo, con ese tétrico sonido característico. A mis ojos se mostraba un espectáculo desolador. Sorprendía ver que la habitación, aunque muy grande, estaba llena de muebles hasta dejarla casi sin espacio para moverse. Tenues nubes de polvo, el que se cuela imparable por las rendijas de puertas y ventanas, se levantaron a mi paso, volviendo a depositarse con paciencia sobre los desvencijados muebles. El olor de la estancia era tan rancio que dirigí automáticamente mis pasos hacia el ventanal, moví los viejos cerrojos y abrí ambas hojas recibiendo una bocanada de aire puro. Olores que me retrotrajeron a la niñez, a aquella tarde...


Era una fiesta de cumpleaños. Los mayores bebían y comían sin parar. Alguno empezaba ya a cantar, producto del alcohol ingerido, mientras otros bailaban como podían. Y todos, sin excepción, reían hasta retorcerse de dolor. Nosotros nos apartamos, jugando en los alrededores sin darnos cuenta de aquel invitado que, de negro riguroso y apoyado en un cercano árbol, nos comenzó a observar. Nadie reparó en él. Yo sí lo vi. Me llamó la atención su palidez destacando sobre su oscuro traje, sus ojos fijos en nosotros y una casi imperceptible sonrisa. Me asusté y me separé del grupo para ir en busca de mis padres. Cuando llegué hasta ellos se oyeron gritos del grupo de niños que acababa de dejar. Todos corrimos hacia allí.


El hombre había desaparecido, y con él nuestro amigo. Los buscamos durante mucho rato sin éxito y volvimos a la mansión donde quizá mi amigo pudiera haber vuelto. Y lo encontramos allí, respirando con dificultad por su problema de asma, y sin poder sacar nada en claro de su desaparición ni del desconocido. Nadie sabía a cuento de qué había sido invitado a aquella fiesta pero, muy a nuestro pesar, fue el fatídico hecho que cambiaría todas nuestras vidas.


Los problemas respiratorios del chico se agravaron. Los médicos eran incapaces de descubrir la razón y pronto nos abandonaría. Fue un duro trance para su hermano, quien terminó arrojándose por la ventana de su habitación algunos años después. Algunos familiares del chico terminaron por coger aquella enfermedad degenerativa respiratoria, aún sin tener antecedentes asmáticos en su rama genética, y en especial, Amanda, la que terminaría siendo mi mujer, prima lejana del fallecido. Nos casamos muy jóvenes y vivimos años de intensa felicidad, pero la nefasta enfermedad hizo su aparición y, en el transcurso de unos meses, dejó un vacío insalvable en mi vida. Eso fue lo que me movió a indagar en los orígenes, a buscar algún indicio que me mostrase el por qué de todos aquellos fatales acontecimientos que tuvieron lugar desde que apareciera aquel enigmático individuo que jamás volvería a ver.


En aquella habitación esperaba encontrar una explicación. Era el reducto de las pertenencias del chico. Un lugar donde habían metido todo lo que recordaba a él para no tener que sufrir su ausencia. Una estancia lo más apartada posible del paso cotidiano. Ni siquiera se abría para limpiar. Por la rendija de la puerta, cada cierto tiempo, se pulverizaba una mezcla de insecticida con desinfectante altamente concentrado. Así me habían informado previo a mi solicitud de entrar en ella. Tenía que buscar algo pero no sabía el qué. Podrían ser unas cartas, uno o varios objetos guardados con gran sigilo, alguna medicina... Estaba convencido de que aquel hombre había ejercido una extraña influencia en sus hábitos y, posiblemente, mi amigo hubiera dejado constancia de ella en algún sitio. Rebusqué durante horas, sin comer ni beber nada. Empezó a atardecer y la luz, que hasta entonces aunque débil había sido suficiente, desapareció quedándome con la que solo me proporcionaba una luna llena que se encontraba justo enfrente del ventanal. Estaba dispuesto a abandonar la habitación cuando me llamó la atención un libro de lomo dorado. Lo extraje de su ubicación y comprobé que debía tratarse de un diario, por el cierre que lo abrazaba, e intuí que allí debían hallarse las respuestas a todas mis preguntas.


Cerré de nuevo las puertas y salí de la mansión con él bajo el brazo, para leerlo con tranquilidad en mi hogar. Comí algo antes de lanzarme a tan ardua actividad. No tenía hambre pero llevaba sin comer desde el desayuno. Ya en el silencio de la noche, refugiado en mi cálido salón, procedí a abrir el libro. Tal como sospechaba se trataba del diario del chico. El remordimiento que podría producirme lo allí plasmado en otras circunstancias fue superado por el interés en descubrir qué era lo que había ocurrido aquel día. Pasé unas páginas iniciales que no tenían ninguna importancia, previas al encuentro cuya fecha recordaba sin problemas, y me dirigí expresamente al relato de la celebración de su décimo tercer cumpleaños. En este punto la letra era distinta, denotando nerviosismo por lo acontecido. Rezaba así:


En primer lugar, y aunque personalmente a ambos ya se lo he dicho, me gustaría dejar constancia aquí del agradecimiento a mis padres por el esfuerzo realizado para que todo estuviera perfecto en este gran día. Y aunque creo que ellos no han tenido la culpa de invitar a aquella persona, lo cierto es que su visita ha producido en un gran impacto.

Jugábamos en los jardines cuando notamos que el extraño invitado, separado del resto, nos observaba desde un cercano árbol. Me llamó y confiado me acerqué hasta donde estaba. Pensé que querría preguntar algo sobre mi familia, pero al pasarme el brazo por encima de mis hombros no tuve otro remedio que acompañarlo hasta donde quisiera. Me condujo a un lugar apartado del grupo y perdí la vista de mis amigos durante unos minutos. Entonces comenzó a hablar, de una manera que me resultaba difícil seguir, una confusa historia de secreto universal que no debía desvelar. No comprendía sus palabras pero mi educación me impedía interrumpirlo.

Entonces ocurrió un hecho sorprendente. Sentado frente a mí me colocó su mano derecha en mi pecho y, sin poder explicarlo, una bola de luz azul salió de su mano para ser absorbida por mi cuerpo. Se levantó sin decir palabra y se dirigió hacia la casa, supongo que a reunirse con el resto de invitados. Tomé la decisión de seguirlo porque me pareció que tenía que dar una explicación razonable de lo que acababa de hacerme. Sin embargo, los gritos de mis compañeros de juego al llamarme alertaron a los mayores, haciendo que estos abandonaran su lugar de reunión en dirección a la zona de juegos. Cuando llegamos a la casa estaba agotado de seguirlo. Iba muy rápido, tanto que, a pesar de echar a correr, lo perdí de vista. Allí no quedaba nadie y me senté en los escalones intentado recuperar la respiración. Poco después apareció todo el grupo.”


Aquel detalle era nuevo para mí. No contó nada sobre esto cuando lo encontramos. Una bola de luz azul... Debía seguir leyendo para averiguar qué efectos posteriores tendría. Quizá tuviera que volver a la mansión en otro momento a seguir buscando más detalles y, desde luego, para devolver, con una explicación definitiva, la preciada pertenencia a la familia. El hecho podría considerarse aislado; solo le afectaría a él. Entonces ¿cómo explicar el resto de muertes? ¿Qué extraño vínculo terminaría por arrastrar a los familiares a tan fatal destino? Quizá más adelante hubiera tenido lugar algún otro encuentro con el hombre de negro, como decidí nombrarlo interiormente al desconocer su nombre. La lectura del resto del diario del amigo se me hizo, de esta forma, de imperiosa necesidad. Así pues seguí avanzando, leyendo de forma rápida los días en que no había ninguna alusión al hombre o a algún otro detalle relacionado con sus problemas respiratorios, y llegué a uno en el que, a medida que comenzaba a describir su previo sentimiento de angustia, su percepción de que algo sorprendente podía ocurrirle, fue despertando en mi la sensación de que comenzaba a desvelarse el enigma.


Sentado en mi cama, frente al ventanal, espero, porque sé que va a aparecer. Algo en mi interior me dice que vendrá hoy. Desde aquel día no he vuelto a verle, pero ha llegado el día del reencuentro. Tenía que pasar. Son las once y cuarto de la noche. Todo está en silencio. Mi familia debe estar durmiendo y yo tendría que estar haciéndolo. Sin embargo, algo me lo impide, esa visita. Por eso me he decidido a escribir, a dejar constancia aquí de ese hecho por si, Dios no lo quiera, llegara a ocurrirme alguna desgracia que no pueda dejar suficientemente explicada. Porque sé que, de alguna manera, mi vida ha tomado desde ese día una senda sin retorno.”
...

Retomo mi diario. Estaba en lo cierto. Una niebla comenzó a formarse en el interior de la habitación. Coloqué en la cama el diario y me dispuse a prestar atención a la nube que empezaba a mudar en humano, en el hombre que vi en mi cumpleaños. Iba ataviado de la misma guisa, todo de negro, con su característica palidez y una sonrisa en su cara. No se trataba de un fantasma, como pudiera parecer. Era real. Se acercó y me tendió la mano. Adelanté la mía en señal de bienvenida, tal como me enseñaron desde muy pequeño. No quería llamar a mis padres y creo que él debió advertirlo. Tal vez, con la intención de tranquilizarme, de que no tenía nada que temer, adoptó la decisión de sentarse junto a mí en la cama. Me dijo que era la segunda vez, pero que habría una tercera y definitiva. Había sido elegido y él me 'marcó' con la luz. Ese gesto que, según dijo, volvería a realizar con mis allegados. Era la ley y no podía ir contra ella.”


Llegado a este punto decidí repasar mentalmente en qué otro momento podría haber tenido lugar un encuentro de Amanda con su primo. Evidentemente, mi mujer no me había contado, si tal encuentro llegó a producirse, que hubiese recibido la fatídica transferencia de la luz de manos de él. Aunque, quizá, también pudo recibirla sin su conocimiento, por ejemplo, mientras durmiera, en alguna otra reunión familiar, antes incluso de que llegara a ser mi mujer y, por tanto, ni ella misma lo supiera. En ese caso, me asaltó la duda ¿podría ser yo mismo otro más de los 'marcados' si a mi mujer le fue impuesta la obligación y lo hizo igualmente sin mi consentimiento? Eso sería tanto como traicionar nuestro amor, pero ¿acaso no lo era asimismo el acto que se realizaba con otros familiares? ¿Qué extraña promesa de futuro se le había hecho para infundir en el cuerpo de otros aquella luz que terminaría acabando con las vidas de quiénes la recibían? Quizá la continuación de la lectura me proporcionara más pistas, y a ello me dispuse.


A continuación se marchó de la misma manera que había llegado y, tras terminar de plasmar en el diario lo acontecido cerré este y me dispuse a dormir.”

En el día de hoy he recibido la prometida tercera y última visita del invitado a mi cumpleaños que páginas más atrás describí. Ha venido, al igual que la última vez, sin avisar de forma expresa, aunque interiormente lo presagiaba y tal vez por eso no requiriese más seña identificativa. Me saludó como en la vez anterior y me dijo que, a partir de ese momento, estaríamos vinculados para la eternidad. Aquello me sorprendió, pero antes de que pudiera abrir la boca para lanzar las preguntas que se me amontanaban en la mente, él respondió a los interrogantes como si ya las hubiera pronunciado.

Me sentí hundido. Lo manifestado no era lo que se pudiera desear por una persona tan joven como yo. Y ante todo se me imponían unas obligaciones que se me antojaban de difícil cumplimiento, pero que debía realizar para constatar que, como él, yo podía transmitir aquella energía azul a otros familiares. Llegados a este punto la pregunta obligada era si él, entonces, pertenecía a nuestra familia. Me dijo que yo era su tataranieto y que, a pesar de no haberme conocido, ¡en vida!, sorprendente, gracias a ese poder, ciento cincuenta y siete años más tarde era capaz de hacerlo. Así pues, en el escaso tiempo de que disponía, me tenía que asegurar de 'marcar' a aquellos con quien yo deseara permanecer para siempre.”


Las lágrimas resbalaron por mis mejillas al recordar la triste suerte que le tocó correr a Amanda. Inútil resultaba plantearse ahora el por qué de esa decisión, pero a la vez se me cruzó por la mente que, como mi amigo, Amanda también podría haber sido portadora de ese extraño poder. Solté las gafas en la mesilla para limpiar mis húmedos ojos cuando percibí que en la habitación comenzaba a levantarse una nube blanquecina.

Reflejos

Hace un tiempo escribí un relato corto, titulado Un don nadie, donde cuento la experiencia vivida por un ser humano al que nadie parece prestar atención hasta que descubre el por qué. Esta historia es una nueva versión del mismo avance científico.





La Feria de las Ciencias que se celebra cada año en el pabellón cubierto de la localidad reúne, por una parte, a multitud de aficionados, de curiosos, de desocupados, que encuentran en ese foro, cuando menos, unos momentos de solaz esparcimiento. Por otro, a todos aquellos inquietos científicos, investigadores, neófitos con un descubrimiento espectacular, e incluso, farsantes, dispuestos a llevarse con la presentación de su trabajo unos pingües beneficios por el simple hecho de estar inscritos en ese evento.


Tomás, no deja pasar por alto esta oportunidad. Desde siempre le ha interesado mucho todo lo que en aquella se presenta, porque quiere estar al día en los avances técnicos, y aunque esté trabajando busca siempre el hueco que le permita visitar el recinto. Hoy se encuentra allí. No le importa pagar la relevante cantidad que le permite el acceso, porque tampoco anda sobrado de dinero; pero lo da por bien empleado. Curiosea, por los distintos stands, las innovaciones y disfruta con ello. Se detiene en algunos más que en otros ('¿cómo es posible que pretendan que esto interesa a alguien?'). De pronto, ve unos fogonazos. Mira en esa dirección. Provienen de un stand cercano. Abandona el que estaba viendo en esos momentos y se dirige raudo hacia el otro.


Cuando llega, lo primero que le impacienta es la cantidad de gente que allí se arremolina, y sin importarle lo que le puedan decir o quién le increpe, va haciéndose paso a empujones, o es que piensan que va a perder un tiempo precioso en la espera... Las instalaciones cerrarán en unas horas y tal vez no le dé lugar a verlo todo, como es su deseo. Un tipo explica a la multitud congregada los fundamentos científicos del aparato y él ya casi alcanza a verlo. Un poco más y se encontrará en la primera línea. Así ya no se perderá un solo detalle. Sigue empujando hasta lograrlo.


Las explicaciones no le llegan, no por la distancia o el tono de voz del interlocutor, sino porque no alcanza a comprender la sarta de términos técnicos que el científico utiliza, y lo que desea es que acabe cuanto antes la perorata y pase al terreno práctico. No tardará mucho y, finalmente, activa el artilugio. De las ranuras laterales salen rayos de luz de diversos colores, aunque por el cañón central solo se ve una luz blanca que enfoca hacia una mesa situada a la derecha. Hay una sorpresa generalizada cuando la gente ve como sale de la nada una imagen tridimensional perfecta de una escultural chica que explica algo irrelevante.


De pronto la imagen se distorsiona, como cuando se pierde la recepción de señal de antena en un televisor. Algo falla. El presentador coge el aparato, lo agita un poco en el aire, revisa las conexiones eléctricas... Aparentemente todo está correcto. Apaga y vuelve a encenderlo. Se oye un ruido extraño, a juzgar por la expresión de su rostro, y a continuación un flash multicolor inunda el stand y a todos los allí presentes. Tomás se queda cegado unos segundos. Después, todo vuelve a la normalidad, a excepción de la máquina, que deja al técnico muy preocupado manejando un destornillador para averiguar la causa.


La gente comienza a abandonar aquel lugar redirigiéndose a otros puntos de interés. Tomás hace lo propio. Aún se siente un poco aturdido por el fogonazo, pero poco a poco va recobrando la visión. Se choca en su paseo con otro visitante 'MIRE POR DONDE VA' le grita, pero aquel ni se inmuta. 'Este es como yo. No le importa a quién empuje'. En ese momento reflexiona. 'He tomado de mi propia medicina. Tal vez debería ser menos agresivo'.


En otro de los stands hay otra invención muy interesante, pero curiosamente en ese momento no hay nadie. 'Perfecto, para mi solo'. Sin embargo, el presentador está sentado al fondo. Ni se molesta en levantarse a explicar su descubrimiento. Tomás lo llama, pero parece no oírlo. Sigue con la cabeza baja, leyendo un documento al parecer muy importante.


Es tal su abstracción que ni percibe que Tomás se ha acercado y se ha puesto a su lado. Éste toca su hombro amablemente para llamar su atención, pero nada. El tipo, finalmente, levanta la cabeza y mira a su alrededor. Tomás está aturdido: ¡no pueden verlo!


Su primera reacción será ir en busca de algo que refleje su imagen, algún espejo, algún objeto acristalado,... Cuando lo encuentra, ve reflejada su cara de preocupación y respira tranquilo. '¿Qué es lo que le pasaría a aquel tipo?' Pero entonces le asalta un pensamiento que lo intranquilizará de nuevo, y para rebatirlo decide asaltar a cualquiera de los visitantes... 'Quizá este tipo que está de espaldas. ¿Oiga?'


No habrá respuesta, como tampoco la obtendrá del resto al que grita aterrorizado. Se ha ido a un limbo en el que él mismo puede verse a través de reflejos. Pero solo él.