En
la lúgubre oscuridad de la ruinosa casa no cesan de escucharse
ruidos, lamentos lejanos, pasos, crujir de puertas... Nadie se atreve
a entrar porque no saben lo que les espera dentro. Los días pasan y
la casa no se derriba, a pesar de las favorables condiciones del
entorno para construir un nuevo edificio que albergue un hotel, un
hospital, una sala cinematográfica... Es como si temieran que con
ello van a liberar malos espíritus que, de ese modo, vagarán libres
por la ciudad, eternamente. Ahí están tranquilos, pensarán. No
debemos molestarlos.
“Tú
debías saber que esto era así, que estabas condenado a permanecer
dentro por seguridad, que no podrías salir de aquí ¿acaso no te lo
dijeron?” inquirí. Él bajó la cabeza y negó con un inequívoco
síntoma derrotista. A continuación bajó la escalera a una
velocidad inusual y desapareció tras una de las puertas del fondo
del pasillo. Cuanto antes lo asumiera mejor sería para él, pensé.
En
su momento yo fui informado “durante un tiempo permanecerás en el
mismo sitio en que te encontraras”, se me dijo de forma tajante.
¿Acaso de la misma manera no se le diría a él? Era duro, no puedo
negarlo, pero ahora debía asumir su nueva condición al igual que lo
hiciéramos todos, ya que, a partir de entonces, también podría
disfrutar de una vida muy diferente; si me apuran, diría que mejor.
Me apenaba que sufriera por ello, que no tomara conciencia de que
todo había cambiado y que ya no había marcha atrás, pero aún
tenía tiempo para convencerlo.
Cuando
me acerqué al polvoriento salón él estaba de nuevo allí,
suspendido, en silencio, mirándome como intentando encontrar una
explicación.
- Se me informó, pero no sabía...
- Aquella fatídica noche del 1 de noviembre ¿recuerdas? Era sábado, y el baile organizado por los Valmont para festejar la boda de su hija atrajo gente importante de todo el contorno. Fui invitado al igual que tú a asistir al evento, pero entonces no nos conocíamos.
- Sí, recuerdo haber visto a integrantes de la nobleza, a gente acaudalada que eran de dominio público, incluso aquellos desconocidos que, por una u otra razón, habían logrado integrarse en ese selecto grupo social... Para mí eras uno de estos, espero no te moleste.
- Ya no tiene ninguna importancia. Poco después, recordarás, los motores de la aviación rugiendo por encima de nuestras cabezas... Una bomba cayó cerca de donde nos encontrábamos, algunas paredes se desplomaron y el pánico se apoderó de todos.
- El techo sepultó a muchos de nosotros. Los que pudimos librarnos temíamos salir, huir de aquel infierno para entrar en otro quizás peor... Ayudamos a los heridos a soportar el dolor mientras esperábamos unos servicios médicos que no llegarían nunca. La gente moría a nuestro alrededor y el espacio aéreo de la ciudad seguía ocupado, los aviones soltando bombas sin cesar... Morimos finalmente— dijo con un tono de tristeza.
- Debes adoptar una actitud más positiva. Piensa en los cambios que se han producido en tu existencia.
- ¡Somos fantasmas! Nos rehuyen.
- Y tenemos poder, mucho poder. La vuelta a la vida que conocimos ya no es necesaria. No tenemos miedo, no sentimos necesidades, tampoco cansancio, dolor... Cierto es que no podemos salir de aquí, pero llegará el día en que lo hagamos, ese día que no creo lejano y ¿quién sabe lo que nos deparará el futuro?
Luces
de linterna zigzagueantes comenzaron a arder en la planta baja.
Alguien se había atrevido a entrar contraviniendo la convención de
no traspasar el umbral del edificio. Procedía silenciarlo todo y
dejar que los osados investigaran.
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