miércoles, 11 de noviembre de 2015

Vicioso Eduardo

Debería haber más chicas, pensaba Eduardo en otra más de sus incondicionales visitas al lupanar de toda la vida. Le tenía cariño. Lo llevó por primera vez su padre hacía ya tantos años... Desde entonces conoció a muchas, algunas que aún seguían por su merecida labor y sapiencia, más todas aquellas que lo abandonaron para dedicarse a otra vida o, tal vez, por recurrir a nuevas casas de lenocinio donde fueran mejor retribuidas, como así creían que sucedería, y que jamás volvió a ver porque renunciaba ir a otras. Ahora las que quedaban allí ya no le producían, aparte del inherente placer de follar, ninguna satisfacción. Se había cansado de ellas pero seguía visitando el lugar, esperando encontrar, cada día, a las nuevas ignotas.
Entró en una de las diez ya frecuentadas habitaciones y pidió a su ocupante que encendiera la luz. Le gustaba verlas en toda su desnudez a pesar de ser sobradamente conocidas y, sin embargo, era la primera vez que le ocurría. Una negativa rotunda y escueta, a la que encontró cierta diversión, le hizo cuestionarse con quién iba a compartir su cuerpo. 'Tú no eres Luisa' dijo con voz trémula. Ella no respondió. '¿Y no quieres que encienda la luz?... ¿Seguro que no quieres verla antes de sentirla dentro?... Bueno, quizá sea mejor así. Podría asustarte', recitaba mientras se desnudaba apresurado.
No obtuvo respuesta aunque no le importaba que la nueva, por fuerza tenía que serlo, fuera algo tímida. Es más, le producía un placer adicional. Sus ojos se acostumbraron a la oscuridad y pudo acertar a ver una silueta recostada en la cama. Se acostó junto a ella rozando con el enhiesto miembro sus frías nalgas. Desde luego no podía reconocer a ninguna otra de las chicas en aquel nuevo intenso perfume y, por su imaginación, comenzó a vivir con fruición la tan ansiada espera. Menuda sorpresa. ¿Por qué no se lo habrían dicho?
No esperó a que hablara. Él dirigió su boca a la deseada vulva y comenzó a lamerla. No tardaría mucho en gemir y Eduardo insistió en la protuberancia, paseando su lengua alrededor de ella, ora hacia la derecha, ora hacia la izquierda. Desde luego advirtió, a pesar de la oscuridad, que se hallaba ante un ejemplar magnífico ¡y además sin pelos!
Lo notó. A ella le había venido un primer orgasmo. Las palpitaciones duraron, al menos, treinta segundos. Llegó el momento. Se dio la vuelta para que ella comenzara a trabajar su órgano. Aún a oscuras él siguió lamiendo sus labios vaginales mientras ella succionaba ardientemente el gran miembro. Desde luego sabía como hacerlo, no tenía nada que reprocharle. ¡Vaya con la nueva!
Eduardo iba a correrse, pero no quiso retirarse. Y sin preguntar siquiera vació el contenido en la boca de la chica, que no protestó, lo cual le agradó sobremanera. La acción continuó. Él comenzó a tocar su estriado orificio anal con su lengua y más tarde introduciendo uno de sus dedos. Ella se dejó hacer. Siguió gimiendo a la vez que masajeaba el órgano, ya sin demasiado interés. De pronto notó que Eduardo desistía de la postura, posiblemente para pasar a introducirla. Así fue. Ella lanzó un pequeño grito por el tamaño del miembro que comenzaba a profundizar en su interior.
Estaba disfrutando como nunca ¡y sin conocerla!, lo cual no le importaba en absoluto. Se concentró en sus movimientos mientras ella arqueaba su cuerpo demostrándole con ello que el disfrute era común. Leyó, en alguna ocasión, que en la culminación del acto no solo influían factores exógenos, tales como el impacto visual que pudiera tener de la otra persona, sino también otros de tipo endógeno, como pudiera ser la predisposición a realizar el acto, el hecho de sentirse enamorado de ella o, la interiorización de las sensaciones que pudiera experimentar la pareja plasmada en determinadas manifestaciones externas.
Y, efectivamente, los gemidos de placer provocaron que Eduardo, que normalmente demoraba su terminación, acabase antes. Se retiró de encima y se echó al lado, exhausto. Ella continuó acariciándole el miembro que iba reduciendo su tamaño. Después, finalmente, encendió la luz.
La cara de sorpresa de Eduardo la asombró. No se la esperaba de su marido.

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