- ¿Tiene usted un euro que he perdido?
Casi todo el mundo me responde que no, mirándome algo perplejos. No
lo entiendo. Voy bien vestida, y peinada. Algunos me preguntan que
dónde lo he perdido. No quiero responder a tal insolencia y,
mientras me retiro, miro a la lejanía.
El gran caballo alado surca el cielo. Lo hace a intervalos y, a
veces, desciende, tanto que puedo observar sus profundos ojos negros
que me observan para, a continuación, elevar de nuevo su cuerpo
hacia el firmamento que lo espera. El día se oscurece porque el
caballo oculta el sol, mi alegría. Entorno los ojos para poder ver
mejor en la efímera oscuridad hasta que la luz recupera su plenitud.
El caballo ha desaparecido.
Un anciano permanece en pie en una esquina. No espera a nadie pero
siempre está ahí. Tampoco puedo entenderlo. Le pido un euro, ¡y me
lo da! Agradezco el gesto y me marcho de su lado mirando la moneda.
Pero ¿tal vez pueda darme otro? Quizá si se lo pido de nuevo pueda
conseguir uno más. Necesito acopiar muchas monedas. Algunas me
servirán para comprar algo de comida o bebida, pero esto no me
importa. Solo necesito más y más monedas de un euro. Me vuelvo
hasta donde aún permanece impasible, sereno.
- ¿Me podría dar un euro que he perdido?
- Acabo de darte uno
- ¡Te voy a dar un tortazo!- le respondo y me alejo enfadada, bastante enfadada por la contestación. ¿Cómo se atreve a mentirme tan descaradamente?
Mi caballo vuelve a aparecer. Me mira desde el cielo, pero no
desciende.
¡BAJA para que pueda subir a tu lomo y me transportes en tus vuelos
celestiales!
No sé si ha llegado a oírme porque sigue volando en círculos a la
misma altura, sorteando las grandes nubes blancas y algodonosas. Me
gustaría coger un pedazo de ellas y comerlas. Deben tener un sabor
azucarado distinto a todo lo que conozco. Si el caballo me hiciera el
favor... No le pido gran cosa, creo. Ahí viene. Parece haber leído
mis pensamientos.
Se pone a mi lado. Es tan grande que no sé cómo voy a poder subir
a su lomo. Despliega sus alas negras y las agita un poco, como si
fuera a echar a volar. Gira su cabeza, esperando que suba para
elevarnos juntos. Pero no puedo subir. ¿No lo entiende? Finalmente,
viendo que no quiero montar en su lomo, despega de nuevo.
- ¿Tiene usted un euro que he perdido?- pido esta vez a tres hombres que se acercan.
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