miércoles, 29 de agosto de 2018

Absorbente lluvia

(Relato de agosto del 14)

Llueve de nuevo, como casi todas las tardes lo hace en esta estación del año y en este lugar escondido entre las montañas. Aunque, ¡sea bienvenida!. Las gotas de agua descienden en hilillos por los cristales de la ventana impidiendo ver con claridad el paisaje, deformándolo, creando visiones dalinianas... Desde la cálida habitación no importa lo que ocurra fuera, caiga agua a mares o granice.
A él le gusta la lluvia, especialmente si la presencia, como ahora, sin sufrir las incomodidades de empaparse hasta los huesos, de mojarse los pies cuyo calzado levemente le protege, o de tener que soportar las humedades que absorben desquiciadamente los bajos de los pantalones. Verla le invita a recordar su pasado. Como si el hecho de llover trajera, al igual que de nuevo el agua a la tierra, las vivencias pretéritas al presente. Quizá, propiciado por el suave murmullo del abundante goteo, quizá por la obligada reclusión a que someten las inclemencias del tiempo... Sea como fuere, inevitablemente por su mente circulan recuerdos, algunos agradables, otros tristes. Hay quien dice que la lluvia es momento para la tristeza, para lo sombrío... Tal vez la ausencia del sol brillando tenga algo que ver. Pero, como acertadamente suele decirse, nunca llueve a gusto de todos. El agua que cae del cielo limpia, purifica, levanta aromas que permanecían adheridos al suelo, ocultos a las pituitarias, y empapa la tierra sembrada para darnos sus frutos.
Volvamos a esos recuerdos. No necesariamente están relacionados con la lluvia, aunque puede ser que estén propiciados por ella. Las esencias odoríficas en cierta manera provocan esa vuelta al pasado. Le vienen a su mente imágenes tempranas. En el colegio, en el comedor almorzando con su compañero, el camino de vuelta atravesando pastos, los rebaños de ovejas... o las frecuentes salidas al campo para ver atravesarlo los fantásticos trenes silbando un lúgubre pitido; y una lagartija que se cuela por la pernera del pantalón... ese olor a comida tan bueno de la cocina de su madre... esos primeros escarceos con las amigas, que olían increíblemente bien... ese olor a bebé de su hermano pequeño, a la colonia que le ponía su madre...
Ha perdido demasiado tiempo. Mañana tiene un importante examen y le parece no saber absolutamente nada. Recopila las hojas sueltas. Están desordenadas. Si al menos hubiera tenido la precaución de numerarlas... Decide bajar a coger un vaso de agua pero no se toma la molestia de encender la luz de la escalera, y la débil luminosidad de la calle difícilmente llega hasta ella. El agua de lluvia se ha filtrado por una pequeña grieta en el techo y forma un minúsculo charco en uno de los peldaños. Justo donde él pisará y resbalará, rodando escalera abajo. Varias contusiones de diversa consideración y un severo golpe en la cabeza que le hace perder la consciencia.
Cuando despierta se ve cayendo al vacío. No tiene donde asirse. Se va a estrellar contra el suelo que ve acercarse a una endemoniada velocidad. Choca con él y solo nota como su cuerpo se estira, deslizándose a continuación por el húmedo pavimento. Hay algo invisible que tira de él. Algo con una portentosa fuerza que se ve incapaz de contrarrestar. Se deja llevar. Parece que lo acerca a un riachuelo. No puede evitar introducirse en él. La corriente lo arrastra a través de un gran surco y termina por introducirse en una alcantarilla. Cae, ingresando en un cauce mayor que lo sigue transportando a alguna parte. Sin fuerzas para sujetarse a nada, vencido, se abandona. La corriente desemboca en el río. Él ha desaparecido entre millones de gotas de agua circundantes.

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