¿Recuerdas
cuando éramos niños? Ahora, con los ojos de un adulto, sabiendo lo
que el paso de los años otorga a todo ser humano, diríase que era
un comportamiento normal a esa edad, aunque sigo pensando que tu
crueldad hacia mí era desmesurada. ¿Por qué tenías que reírte de
todos mis actos, mis opiniones o aún mis gestos? ¿Por qué tenías
que hacerme un desgraciado?
No
obstante, seguía a tu lado, porque eras mi único amigo, mi
confidente, mi apoyo. Quizá porque nadie más se reía como tú,
porque todos se apartaban de mi lado, porque tú parecías
comprenderme, y soportarme. Quizá porque me acompañabas o, tal vez,
hacías que te acompañara a todos esos sitios que querías visitar,
los múltiples peligros que los acechaban y que no podías dejar de
correr, las afrentas que podíamos procurarnos en esos
comportamientos incívicos... Más de una regañina de mis padres me
llevé a cuenta de tus actos, sin contar algún que otro castigo, más
o menos severo. No me importaba. Como tampoco me importaba el que
dudaran de mi condición sexual por el simple hecho de hallarme
siempre a tu lado. No. Yo tenía muy clara mi atracción irrefrenable
hacia las mujeres, pero de ti... ¿qué se pensaría?
El
curso de montañismo, al que, como todo lo demás, también me
hiciste apuntarme, se me antojó necesario, dada tu temeridad y tu
arrojo, tu capacidad y determinación para superar todo reto
imaginable. Y la verdad es que disfruté con él, porque sabía que,
tarde o temprano llegaría el día, el día que subiríamos a una
cima. Porque tú querías llegar muy alto. Decidiste que el Puigmal
era una opción. No era un ascenso complicado, según pude oír, si
se realizaba en época estival. Ni pensarlo en pleno invierno. Y
aunque amaneciera nublado, con pronóstico de tormenta, no te
importó. Cogimos nuestras ligeras mochilas dispuestos al ascenso
desde el valle de Nuria. Con suerte la tormenta se desencadenaría
con el descenso, posiblemente cuando estuviéramos en la seguridad
del albergue.
El
ascenso fue fácil gracias a tu buen conocimiento de los mapas, con
esas endiabladas e incomprensibles curvas de nivel que parecían
indicarte el camino. Yo solo te seguía, confiado en que sabías por
dónde caminábamos.
Y lo
logramos. Llegamos a la cima desde donde se divisaba, al otro lado,
territorio francés y gente subiendo por esa cara. Las nubes quedaban
mucho más abajo. Arriba el cielo era límpido. Tenía ilusión
porque llegaras, porque no te podía dejar con ese reto sin alcanzar.
Dejamos nuestra impronta en una insignificante y barata libreta de
anillas oculta en un símil de caja fuerte, dentro de una roca.
Sonreí, ahora había llegado mi momento.
Comenzamos
a descender. No era cuestión de tentar a la suerte, de tener que
soportar una tormenta a esas latitudes. El terreno era resbaladizo,
por la pizarra desmenuzada que cubría el monte. Era preciso pisar
con precaución. Te lo avisé, pero no me hiciste caso. Por eso ahora
te veo ahí, despeñado, con la cabeza rota por el golpe que te diste
contra esa roca. Ya no puedo hacer nada por ti salvo que, cuando
llegue al albergue, avise a la Guardia Civil, división de Montaña,
para que rescaten tu cuerpo sin vida. Sufriste un desafortunado
resbalón. Mi aparente dolor dará la suficiente credibilidad.
Hasta
nunca, amigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario