No
suelo prestar atención. Solo los pensamientos que mi mente
selecciona son los que me distraen, los que me hacen que profundice,
que valore... Ahí llega mi autobús. Se detiene en la parada y abre
sus puertas. Nadie más que yo sube a él. Por suerte, porque va
atestado. Abono mi billete y me coloco en pie, sujeto al pasamanos
para no caer en las curvas que tome, o en los frenazos o acelerones
que el conductor tenga que dar. A mi lado una chica, también de pie,
con unos auriculares que le proporcionan el deleite de escuchar su
música favorita, observa impertérrita el paisaje urbano.
"Qué
lata tener que ir ahora a clase. Podía estar tumbada en la cama,
calentita, con mi pijama puesto..."
Junto
a ella, un señor sentado dobla su periódico con fuerza. Miro su
cara. Tiene un gesto adusto.
"Ya
debe haber llegado. Porque si no lo ha hecho empezaré a pensar que
algo la entretiene, que ALGUIEN está con ella. Espero, por su bien,
que esté en casa"
En
el asiento contiguo una mujer mira con desprecio a su acompañante.
"Este
hombre huele fatal. No parece que se haya lavado, lo menos, en dos
días. Como puede ser la gente así de guarra... y encima montar en
un autobús"
Sigo
recorriendo con la mirada los asientos del otro lado. Hasta ahora
todos son perfectos desconocidos que comparten un transporte público.
No me interesan los que hablan entre sí en voz alta, los que se
conocen, porque sus comentarios no suelen atacar directamente a su
interlocutor. Ahí tenemos a una señora, con su bolso encima de las
piernas, que mira de arriba abajo a una chica de pie, que luce una
escultural figura, embutida en un estrecho vestido.
"Menuda
pinta de pilingui tiene. Seguro que se la rifan los hombres"
Sonrío
porque tiene toda la razón, pero derivo rápidamente la mirada hacia
otro sitio, ese hombre con pinta de ejecutivo, con un maletín de su
mano.
"El
informe, el informe... Hijo de puta, te lo tenía preparado y me
obligaste a rehacerlo. Jódete si ahora tardo en tenerlo de nuevo
listo"
Otra
señora, bien parecida, me mira de forma directa. Cuando sostengo su
mirada ella la desvía como si fuese lo más natural del mundo mirar
a alguien en un habitáculo cerrado.
"Qué
forma de mirarme... solo porque he descansado mi vista unos instantes
en él. Si no me interesas, engreído"
Vuelvo
a sonreír. Alguna vez me ha costado un esfuerzo enorme no dirigirme
a la persona y reprocharle su pensamiento. No debo hacerlo porque es
mi don. Un don que...
"¿Y
usted cree que es solo suyo?"
Me
vuelvo. Un tipo sentado es el que me lo ha dicho, con la boca cerrada
y su mirada fija en mí.
Muy bueno Antonio, me ha encantado,divertido y muy agudo, lo he leído con una sonrisa, a partir de ahora cuando coja el bus dejare de pensar Ja ja ja
ResponderEliminarUn saludo.
Perfecto, entonces, si he logrado ese objetivo ¿Alguien puede decir, con total seguridad, que esto no pueda estar ocurriendo ya?
Eliminar¡Buenísimo texto!! Satisfecho el morbo de saber qué piensan otros para el protagonista. Debe resultar muy divertido pasearse por los pensamientos ajenos, aunque tal vez sea agobiante en la misma medida. ¡Saludos!!
ResponderEliminarGracias por tu apreciación. Así es. Tal como dice el protagonista "alguna vez me ha costado un esfuerzo no dirigirme a la persona y reprocharle su pensamiento".
EliminarMuy ingenioso, Antonio, me gusta. Un abrazo😘
ResponderEliminarGracias. Lo celebro, y te devuelvo el abrazo.
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