Mientras la tarde caía inexorable, indiferente al deseo humano de
perpetuar el día, con un sol descendiendo a un ritmo vertiginoso
hacia el horizonte tras realizar su eterna función, los invitados
continuaban embebidos en sus coloquios. Él los miraba desde su
apartado rincón, sentado en un banco de piedra bajo un gran sauce,
sosteniendo el vaso de whisky con hielo en su mano derecha y
removiéndolo de cuando en cuando, ignorando los comentarios diversos
que se producían en cada una de las diminutas aglomeraciones que se
concentraban alrededor de la gran fuente del jardín y que le
llegaban como un lejano rumor del mar.
Allí era donde debía estar, junto al mar, recibiendo la fresca
brisa marina en su rostro, percibiendo su inconfundible fragancia
que, desde muy pequeño, aprendió a distinguir aunque lo guiaran
hasta él con los ojos vendados y sus oídos tapados. Por fortuna, no
quedaba mucho tiempo para su retiro y sería entonces cuando viviría
el resto de su vida junto a él. Pasó su mano izquierda por un pelo
canoso, cortado casi a ras, mientras que antaño y de color negro
azabache, gustaba de tenerlo voluminoso, muy a pesar de alguna de sus
amistades que le reprochaban tal atuendo con el argumento de que ya
no era moda. A él esos comentarios le resultaban indiferentes. Le
gustaba así y así lo llevaba, siguiendo el razonamiento que le
imbuyó su padre por el cual debía mantenerse firme en sus
convicciones independientemente de lo que se le dijera.
- ¿Qué haces aquí tan solo?- le interpeló Roxanne llegándole por detrás - ¿en qué piensas?
- No te he oído llegar. Me has sobresaltado- respondió algo molesto.
- Perdona, es que te he visto tan aislado que me decidí a hacerte compañía. No soporto que la gente esté fuera de lugar, aunque se trate de tí. Si me permites...
- Claro, siéntate- dijo haciéndose al lado y dejando un hueco en el banco - Pensaba en el mar, en la tranquilidad que nos infunde con su ir y venir de olas... créeme no puede haber nada más relajante en este mundo. ¿No estás de acuerdo?
- Por supuesto. A mi también me fascina su grandeza, su vida bajo la superficie tan rica en variedad animal, y tan peligrosa por los grandes depredadores...- hizo una pausa mirando a su interlocutor directamente a los ojos para desviar inmediatamente su mirada al horizonte y contemplar los últimos rayos de sol que un esfuerzo final pugnaban por iluminar.
- Así es, Roxanne. ¿Sabes que conocí personalmente a Jacques Cousteau? Fue después de que te marcharas. Sostuvimos largas conversaciones en sus escasos periodos de reposo en tierra. De hecho, me propuso formar parte de su equipo.
- ¿Y no aceptaste?
- Reconozco que hubiera sido muy gratificante. Sin embargo, otros motivos me lo impidieron- dijo bajando su mirada en un claro intento de no profundizar más. Roxanne captó el gesto.
- Lo nuestro era del todo imposible- respondió ella tajante.
- No estoy de acuerdo- y subiendo algo el tono continuó - podías haberlo dejado todo y venir conmigo. Si tan enamorada estabas de mí como aparentabas...
- Ya intenté explicártelo en su momento. No me hagas recordarlo. También yo lo pasé muy mal- dijo, mientras en sus ojos asomaban unas lágrimas.
- Pero te casaste...
- No tuve más remedio- reprochó ella algo irritada.
- No me hagas reir. Pudiste evitarlo.
- Lo ves muy fácil- y se levantó con intención de marcharse para no seguir la discusión. Él la miró. Los años pasan para todos y ya no tenía la misma figura que conociera, aún a pesar de que, cercana al medio siglo, todavía era una mujer vistosa.
- Perdona, no quise molestarte. Solo es que tenía necesidad de decírtelo, desde hace mucho tiempo- apostilló, levantándose a su vez y colocándole las manos en sus hombros, como si quisiera estar con ella pero a la vez lejos de ella.
Y ella sucumbió. Como antaño lo hiciera amparada en la penumbra,
dejándose llevar por ese irresistible impulso de besar a ese hombre,
de sentirlo cerca. La noche, como entonces, también había caído y
el frenesí del momento los llevó, sin ser vistos, hasta una
habitación, hasta una cama, donde ambos cayeron desnudos,
envolviéndose en las suaves sábanas blancas de algodón. Una noche
que les recordaría sus mejores momentos.
A la mañana siguiente, él despertó y se encontró con el brazo de
Roxanne sujetándolo por encima de su pecho. Lo retiró con cuidado
para no alterar su sueño y la miró. Parecía haber rejuvenecido.
Después echó una ojeada a aquella habitación, iluminada ya por un
nuevo día. No recordaba que fuera la misma cuando entraron
abrazándose, besándose, pero entonces estaba oscuro. Sin embargo,
había algo allí que le resultaba familiar a pesar de encontrarse en
una residencia que era la primera vez que visitaba.
Como un autómata se dirigió al cuarto de baño, levantó ambas
tapas del inodoro y miccionó largo rato. Entonces recordó que no lo
había hecho en toda la noche y que bebió suficiente whisky la tarde
anterior. Todo seguía en silencio. Cerró las tapas y accionó, a su
pesar porque no quería despertarla, el pulsador de la cisterna. Miró
a su derecha. Allí estaba la ducha, donde su instinto le había
indicado, con una mampara que inmediatamente reconoció. ¡Se trataba
del cuarto de baño del piso de Roxanne!, tantas veces visitado.
Impulsado como por un resorte y temiendo lo peor fue a verse en el
espejo.
Y sí. Tenía una espesa melena de pelo negro azabache.
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