sábado, 17 de octubre de 2015

El oro de Francia (II)

Luis los miró sin animadversión. Después de todo, él era un respetado hacendado contra quien nada tenían. Siguió besuqueando a María Bonita mientras la música seguía sonando y una chica cantaba un pasodoble referido al, ya por entonces, famoso ladrón

Si por robar al rico
él es encerrado
por robar mi amor
a cuánto será condenado.
Dejad que vuele
libre cual pájaro
para que de esa manera
pueda yo cazarlo.

La gente rió y aplaudió, incluidos los hermanos Cusó, Antonio y Ramón, que cogieron a dos chicas y comenzaron a bailar torpemente. Quizá no fuera el mejor momento para que aquella chica cantara eso, pensó Luis. Sin embargo, era una copla popular que ya se había oído en más de una ocasión en todas las tabernas. No tenían motivo para pensar que él se encontrara allí y que esa fuera la causa del arranque de la cantante. Pero, por otra parte ¿de qué serviría huir? Le darían caza rápido, eran cinco y tirarían a matar. Siguió dándole vueltas. Lo mejor era aparentar lo que se suponía que era. 'Fíjate en tus hombres. Ellos no están nerviosos', se dijo para sus adentros. María Bonita se dio cuenta de que la mente de Luis no estaba donde debía estar y así se lo hizo saber. 'Tienes razón, chiquilla mía', le contestó y procuró no volver a pensar en el asunto, retornando a los besos a la vez que le tocaba su hermoso trasero.


Los escopeteros miraban a hurtadillas a la pareja y volvían a mirar a la cantante. Después comenzaron a charlar y a reír con algún chiste o gracia que contara alguno. No se movieron de su sitio y las jarras de vino iban acumulándose en uno de los extremos de la mesa que ocupaban, circunstancia que no pasó desapercibida a Luis, por lo que se relajó ante la ausencia de peligro. Entonces, varios clientes se acercaron a él y le pidieron que le contara qué le había acontecido en su último viaje. Luis puso a un lado a María y comenzó a relatar con todo lujo de detalles y con una palabrería digna sus andanzas por el lejano Perú. La música sonaba ahora más suave y el relato podía oírse en todo el local.
  • ¿Y es cierto que ha conseguido mucho oro, como por ahí se dice?- preguntó uno.
  • Los arrendamientos de las tierras me han sido pagados en oro por ser valedero en cualquier otra parte del mundo. Pero no es tanto. Tan solo unas monedas- respondió Luis.
  • ¿Tiene alguna encima? ¿podríamos verla?- siguió insistiendo el pesado cliente poniendo en aprietos a Luis que no quería mostrarlas.


En ese momento, otro de los clientes, completamente borracho, cayó encima de la mesa de los escopeteros, rompiendo una de las patas y haciendo que las jarras cayeran al suelo y derramaran todo el vino que, dado por supuesto, se habían bebido. Luis observó la escena y a los escopeteros que le miraban y extrajo conclusiones de forma rápida.
  • ¡Luis Candelas Cajigal, en nombre del rey, téngase preso!

No hay comentarios:

Publicar un comentario