jueves, 21 de mayo de 2015

Para todos los males hay dos remedios (concurso fraseletreando)

Las sucesivas instancias de apelación del caso fueron inútiles, o tal vez el inútil fuera su abogado. En cualquier caso, por tentativa de homicidio frustrado, se sentenció a Alexander Iutinovich, alias Chuti, a un periodo de reclusión no inferior a cinco años. Ser “hijito de papá” no le sirvió de mucho entonces, como ya estaba acostumbrado a lo largo de sus veinticinco años de vida, aunque él seguía pensando, como ya leyera en la cita de un escritor, que para todos los males hay dos remedios: el tiempo y el silencio. Le asaltaron dudas sobre su veracidad, sobre la arrogancia de que se sirven algunos para lanzar pensamientos atemporales, permanentes.


Tiempo desde luego tenía. Cinco largos años por delante. Por ahora llevaba seis meses, suficiente para hacerse respetar por aquella jauría humana de indeseables. Logró hacerse con una copia de llave del cuarto de calderas, fabricada de forma casera por él mismo utilizando una pastilla de jabón y un palo de los que sirven para sujetar los helados. Pero no tenía a María, aquel “ángel” le esperaba fuera, le visitaba periódicamente, y Chuti luchaba con todas sus fuerzas por mantenerla unida a él a pesar de los gruesos muros que los separaban. Tarea difícil para tan largo periodo de tiempo, pensaba amargamente. Fue entonces cuando la vio, allí mismo, en el patio, y se dejó llevar. María se acercaba con su grácil movimiento de caderas hasta donde se hallaba sentado junto al resto de presos. Todos se levantaban y dejaban solos a la pareja. Él comenzó a sobarle las tetas mientras la besaba ardientemente. No le importaba que los demás estuviesen mirando, que los funcionarios de prisiones no intervinieran. Era su momento. Deslizó la mano bajo la vaporosa falda. Tanteó los muslos desnudos y empujó su mano hacia la entrepierna. Se hizo paso a través de la insignificante prenda íntima para introducir los dedos en su húmedo sexo. Ella se dejaba hacer y lo que más sorprendía a Chuti era su silencio. Entonces sonó la sirena del fin del descanso. Ella se volatilizó y él se notó la entrepierna ligeramente humedecida.


Aquello fue el punto y final. Decidió no aguantar ni un día más allí dentro. Por la tarde Chuti burlaría la vigilancia a la salida de las duchas, logrando llegar hasta las calderas. Tenía tiempo hasta el recuento de la noche y, antes de que saltara la alarma, debía encontrarse al otro lado. Se encaramó por las tuberías, calientes aún a pesar de los guantes que le permitirían manejarse por las alambradas. Por suerte, no se electrificaban hasta la hora en que se apagaban las luces para dormir. Llegó hasta unas rejillas de ventilación que no tuvo ningún problema en levantar. Se introdujo en un pasillo débilmente iluminado y dedujo que se trataría de las paredes que daban a la galería de los presos. Las cañerías seguían hacia arriba y debía subir por ellas para llegar hasta los tejados.


Asomó al exterior con cautela. No podía ser visto pero aún así reptó por el alero hasta que se aproximó al final del edificio. La luz crepuscular era su aliado. Desde ahí debía saltar a otro edificio algo más bajo y mantener el equilibrio. Lo consiguió a duras penas y no fue visto por nadie.



La noche había caído. El recuento estaría cerca. Ahora solo podían verlo desde una de las torres. Se encaramó a la alambrada y saltó al otro lado. Entonces sonó la alarma y los focos pendularon a su alrededor. Fue descubierto y abatido a tiros. Después, se hizo el silencio.

1 comentario:

  1. Me ha gustado mucho este relato Antonio, pobre Chuti por culpa de un sueño abatido a tiros, has casado muy bien la frase.
    He disfrutado con la lectura de este relato.
    Un saludo cordial.

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