Sin habérselo propuesto,
había coincidido que la entrega se hiciera una hora y, exactamente,
dos minutos antes. Tres hombres, vestidos de negro riguroso, portaban
los cuatro maletines que, cinco días antes, en la reunión del
6/07/08, los nueve miembros del consejo de administración decidieran
acordar el reparto de beneficios objeto de la liquidación adicional
a la realizada diez meses antes, a los once accionistas que la
pidieron.
Hasta en doce ocasiones
lo habían solicitado por escrito, documentado en trece folios, donde
se repetía catorce veces la palabra liquidación; quince, dinero, y
dieciséis, pago. La última entrega de dichos documentos tuvo lugar
el pasado día 17, a las 18 horas 19 minutos, en la central de la
empresa, ubicada en el número veinte, remodelado edificio de 21
plantas. Veintidós escalones era necesario subir, ya que el ascensor
no accedía directamente a la entreplanta donde estaban las oficinas,
y en la documentación se estampillaron hasta 23 sellos, recibido,
destino consejo y, fecha de entrada.
Las 24 horas siguientes
fueron de tensa espera. Contabilicé un total de 25 cafés tomados en
ese tiempo. Me disponía a tomar la taza número 26 cuando recibí la
llamada. Miré el número. 27 28 29, sí, se trataba de él, nuestro
representante, el que se llevaría un porcentaje del reparto cercano
al 30, un buen pico teniendo en cuenta que hablábamos de 31 de los
grandes. Salí de casa. Vivía en el número 32 y me dirigí hacia la
parada del autobús de la línea 33. 34 minutos tardaría en llegar
el transporte, seguramente motivado por algún atasco de los gordos
en su trayecto, y otros 35 más en llegar a mi destino. Registré 36
personas viajando unos segundos antes de mi parada, en la cual
subiría una pareja, quedando por tanto a bordo 37. Mientras lo veía
marchar, un anuncio en su parte trasera me impactó. Rezaba “38 de
39”. ¿Qué tipo de mensaje subliminal se contenía en ese eslogan?
A mis 40 años poco me
importaba ya la publicidad, pero ¿qué digo? si ya tenía
prácticamente 41. Faltaban solo 42 días. Entonces celebraría un
cumpleaños donde invitaría a mis amigos, tenía la lista preparada.
Y también a mi familia. En total seríamos 43 y lo festejaría en el
salón de eventos más renombrado, el “44”. 45 minutos llevaban
mis socios esperándome, por redondear, porque tal vez fueran 46, 47, ó quizá 48, dependiendo del reloj de cada
cual. El mío, desde luego, marcaba 49 minutos y 50 segundos de más.
Magistral, me quito el sombrero, eres un artista. Muy bueno. Besos y feliz día.
ResponderEliminarSolo una ocurrencia que tomó forma... Gracias.
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