sábado, 2 de mayo de 2015

Take Five (III)

Con permiso de su autor, Guillermo Altamirano, que escribió hasta "Lo sé, yo mismo lo maté."




Sin dejar de pensar en el problema me concentré en lo que ella me ofrecía; nuevamente me desvestía al ritmo de su pasión. Ella miraba de reojo el reloj del despacho y comprendí. Estúpido.

El ruido ensordecedor y ver como mi puta puerta blindada volaba a través del pasillo, me presagiaron que aún sin tocarme, ella había vuelto a follarme. Miré en todas direcciones buscando mi arma pero lo único que encontré fue la traición de esa maldita. Los dos hombres entraron hasta el despacho, donde ella aún estaba semidesnuda. La patada que el rubio me dio en la cabeza me dejó fuera de combate. Desperté amarrado en una silla, con la cara cubierta por un saco ensangrentado. Como pude rompí la silla para poder liberarme, cayendo sobre vidrios rotos que muy probablemente fueran de mi mesa de centro.

No sé cómo me dejé engañar por ella, sabía que debía matarla al verla, pero el pensar con la polla nunca ha sido algo productivo. Al liberarme de mis amarras, me quité el saco y fui directo al baño. La cara en el espejo me decía que la patada del rubio no había sido la única, abrí el botiquín y saqué mi insulina. Esto era personal, habían destruido mi casa y mi caja fuerte solo tenía una nota.

“Sabes que te amo, por favor aléjate… o no responderé”

Rompí la pared y saqué la caja de emergencia. Dos Colt 45, diez mil dólares, diez mil euros, un par de pasaportes falsos, un teléfono y dos jeringas de pentotal sódico. Las sirenas y las balizas comenzaron a acercarse al departamento, tomé todo lo que era necesario y salí en busca de ambos. Sabía que ella había actuado por su cuenta, pero si llegaba a toparme con él se formaría una matanza.

Las putas del callejón se pusieron frente a mí para preguntarme qué había pasado. Les dije que de momento nada, pero que me avisaran si alguien volvía por ahí. La lluvia era incesante, lo que hacía que el barro en el guardafangos fuera denso. Luego de escarbar un poco, la copia de la llave quedo al descubierto. Subí a mi auto y algo andaba mal, su aroma estaba dentro.

“Por favor, deja todo como está, sabes que es por tu bien, darling”

Rápidamente bajé de mi auto, abrí la maletera y saqué mis dos escopetas. El auto que estaba delante era un Subaru, el que estaba atrás era un Audi. Un Ford del 56 estacionó en la acera de enfrente y el dueño entró en la licorería. Crucé la calle. El Ford tenía la puerta abierta y las llaves puestas en el contacto. Al darle arranque me dirigí directo al bar donde Jack podría darme algo de información acerca de los planes de la viuda.

El pobre hombre de la licorería intentó correr tras de mí, pero el V8 de Ford y mi sed de venganza impidieron que me alcanzara.

El bar estaba atestado de humo de cigarrillos baratos, el sonido de las bolas de billar y las titilantes luces de neón que iluminaban las mesas me indicaban que estaba en un antro de mala muerte. El wurlitzer ambientaba esa mierda con música de película porno barata. El guardia que custodiaba la escalera puso su mano en mi pecho y me dijo que no podía subir, le expliqué con buenas palabras que debía entrar a hablar con Jack y el no opuso resistencia mientras buscaba en el piso los dientes que le tiré.

El segundo piso albergaba a los políticos y mafiosos que jugaban póker hasta perderlo todo ¿Quieres una nueva calle? Pues que te follen, el alcalde ha apostado el dinero de las obras y nunca tiene buena suerte.

Me senté a la barra y le dije al cantinero que me diera un vaso de Chivas Reagal y moviera el culo buscando a Jack. Giré el taburete hacia las mesas y vi como los ludópatas perdían la hipoteca. El guardia entró por la escalera y recorrió la sala con la mirada. Vino directo hacia mí y cuando sacaba la macana le golpeé la garganta. Estúpido. Los guardaespaldas de los mafiosos me miraron preguntándose si el guardia se pondría de pie. No lo hizo.

Jack apareció en la barra, me abrazó y nos dirigimos hasta su oficina. Me senté y me sirvió una copa de licor.
  • ¿Qué buscas?
  • Él volvió, y la viuda… debo matarlos a ambos.
  • No será fácil.
  • Tampoco imposible, ¿sabes algo?
  • La viuda no es un problema, pero él, él es un fantasma, tú lo sabes.
  • Lo sé, yo mismo lo maté.

O tal vez no... En ese momento me asaltaron dudas. El golpe que le di lo dejó inconsciente. Después dejé deslizarse el coche hasta el barranco y cayó dando varias vueltas de campana, destrozándose en la caída, hasta finalmente explotar al fondo del abismo. Pero pudo haber salido despedido, eso no lo aprecié. Estaba demasiado oscuro.

Jack se recostó en su confortable sillón mientras me miraba interrogante con el ceño fruncido. Conocía esa mirada y sabía lo que me aguardaba. Después se inclinó hacia delante para coger del arca que estaba sobre su mesa de caoba un Cohiba Behike 54 traído directo desde Cuba. Gustaba de ellos, y hacía que se los trajesen periódicamente. No le importaba pagar una fuerte suma porque el habano lo merecía. Me molestó que no me ofreciera, pero no hice ningún comentario y me limité a zamparme del tirón la copa. Cómo sabía el hijoputa lo que me gustaba… Sacó de un cajón el cortador y procedió a encenderlo con parsimonia, chupeteando el habano de continuo.
  • Te pagué muy bien ¿recuerdas? Quería un buen trabajo- comenzó.
  • Y lo hice, Jack. Pero era de noche. Era imposible ver nada ¿comprendes?
  • No me vengas con polladas. Debías haberle puesto el cinturón para evitar que saliera despedido… Ahora volvemos a estar jodidos. Pero te vas a encargar de él, y gratis. No pienso soltar un centavo más.
  • ¿Y la viuda?
  • Te la sigues tirando, te la cargas… yo que sé. Haz lo que te dé la gana con ella. Quien me interesa quitar definitivamente de en medio es el fantasma. Y ya estás perdiendo el tiempo.

Aquel comentario me hizo saltar del sillón como impulsado por un resorte. Aún me dolía la cabeza por las patadas recibidas del rubio y me juré que el cabrón me las pagaría. Cerré la puerta del despacho tras de mí con un sencillo hasta pronto. No podía volver a mi apartamento porque la policía andaría indagando qué demonios era lo que había pasado, así que recurrí a alojarme en casa de un amigo. Y tenía que deshacerme del fantasma y del rubio. Después, desembarazarme de las armas para, con el pasaporte falso y el dinero, salir inmediatamente del país. En cuanto a la viuda ya pensaría algo. Un tipo se me acercó por detrás. Me revolví y eché mano a mi colt.
  • Tranquilo, amigo. Solo quiero proporcionarle información. Conozco al tipo que le pateó la cabeza.
  • Habla, no tengo todo el día. Y como me estés engañando te juro que…
  • Antes que nada… ya sabe… necesito pasta- dijo, mientras movía los dedos de una de sus manos, en señal inequívoca.
  • ¿Cuánto quieres? No tengo gran cosa. Me robaron- mentí, intentando ser convincente.
  • La información que le voy a dar es muy valiosa. Al menos, 500 pavos.
  • ¿Queeee? ¿Estás loco o vienes fumado? Te he visto en el local. El dueño es amigo mío. No me costará ningún trabajo encontrarte si has querido aprovecharte de la situación- contesté.

Sabía que no era un precio abusivo, pero necesitaba el máximo dinero.
  • Dime lo que sabes y te juro que tendrás tu dinero. Como adelanto –y saqué cien pavos de mi bolsillo- toma esto.
  • Espero que cumpla su palabra. Yo también tengo amigos que pueden encontrarle…
  • ¡Habla de una puta vez!
  • Sé que vive junto al muelle, en una de las casas más al exterior, pegadas a los silos, y que suele pasar gran parte del día en el bar Salmones.
  • Bien. Volveremos a vernos- y me giré para continuar.

Andando de vuelta, pensaba que, antes de eliminar al rubio, debía sacarle toda la información posible sobre el paradero del fantasma. Ahí era donde comenzaría mi venganza por su paliza. Sabía muy bien cómo hacerlo. El rubio hablaría aunque fuera mudo. Y después lo mataría, en uno de los silos. Sí, allí estaría su tumba definitiva…


También me acordé de la viuda, de su traición. Otra que, asimismo, debía morir porque, o era ella o yo. Estando en su poder aquel documento y con la firme convicción de que no tendría coartada válida, mi implicación podía darse por hecha. Daría con mis huesos en la cárcel mientras la hija de puta seguiría por ahí, ventilándose a todo el que se le antojara. Menos mal que no me fui de la lengua con el compartimento secreto. Me habría aflojado todo el dinero.


Intenté tranquilizarme. Tenía el control de la situación. Solo había que localizar al rubio y, tirando del hilo, poco a poco al resto. La tarde caía tiñendo las nubes de un rojo carmín mezclado con tonos violáceos, el sol muy bajo dando directamente en mi ajado rostro, al que proporcionaba una tibieza sin igual. Un buen caldo caliente, me dije, eso era lo que necesitaba, y después un descanso para alejar aquel maldito día.

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