sábado, 24 de junio de 2017

Obstinado impedimento

Ese día, al regresar a su nueva vivienda, Sparrow se sorprendió de ver aquel obstáculo que, como una broma de muy mal gusto, pretendía impedirle el acceso. Lo retiró sin ningún esfuerzo y no comentó nada a su mujer, aunque le extrañó que ella no hubiera llegado a percatarse de su colocación, tan avispada como era. Se acercó hasta donde estaba y comenzó a hacerle arrumacos. Ella los rechazó amablemente y señaló su vientre. Pronto tendrían descendencia.

No dejó de dar vueltas al asunto el resto del día y pensó que, tal vez, alguien lo hiciera porque se considerara con más derecho que ellos, porque quisiera que la abandonaran bajo ese tipo de amenazas encubiertas, cobardes. No estaba dispuesto a ceder. Lucharía con todas sus fuerzas por conservar aquella fantástica propiedad. Una vivienda muy bien orientada hacia el sol, que prácticamente todo el día era bañada por su agradable luz y calor. La parte sur estaba próxima a unos hornos y esto constituía un riesgo, pero Sparrow era muy dado a minimizarlos. Su mujer estuvo de acuerdo con la elección y, viendo la ilusión que le embargaba, no quiso arrebatársela. Hicieron los acomodos necesarios y se instalaron en ella, dispuestos a pasar allí mucho tiempo.

Por la mañana escuchó unos ruidos en el exterior. Volvían a la carga. Se dirigió rápido hacia la puerta. Nadie, pero estaba convencido de haberlo oído, de que alguien se había acercado de nuevo con el propósito de expulsarlos con una nueva y desconocida amenaza. Miró largo rato a su alrededor y no detectó movimiento alguno. Se marchó intranquilo, temiendo por la seguridad de su pareja y por la descendencia que esperaba, aunque no tenía otra opción. Tenía que cumplir con su deber. Ella, mientras, seguiría preparando la habitación, acondicionándola para que resultara acogedora y agradable a la vista de los que estaban por llegar.

El feliz desenlace estaba próximo. Los dos estaban locos de contento y ni siquiera repararon en aquel extraño ruido que volvía a repetirse. Él volvió a marchar otra mañana. En esta ocasión para hacer acopio de alimento para los que iban a llegar. Ella puso los huevos y entonces lo oyó, entonces se dio cuenta de la veracidad de las percepciones de su esposo, y temió por su vida y la de los pequeños. Se asomó ligeramente por la ventana junto a la puerta. Una gran malla estaba siendo colocada por una mano misteriosa cerrándoles la salida al mundo exterior, condenándolos a morir allí encerrados. Hizo todo el ruido que pudo para espantar al miserable que la estaba poniendo y parece que surtió efecto. Finalmente, con mucha cautela, decidió asomarse.


Retiró algo la malla para salir. Ésta flexionó, rozando con sus afiladas puntas el costado de ella, hiriéndola, y se colocó en una posición más complicada para poder quitarla. Se quedó allí fuera, agazapada, temerosa por sus crías, esperando a que él llegara y confiando en que, entre ambos, fuera posible deshacerse de ese fatídico objeto, dejando expedita la entrada a su vivienda.

Cuando él llegó, ella estaba agotada, sin fuerzas para ayudar a su desesperado esposo que cada vez que tiraba de la malla la iba colocando en una posición aún más complicada. No pudieron entrar. Sus hijos quedaron para siempre en aquella maldita vivienda.

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