Todos
los días, con la única excepción de los festivos, en que la tienda
de ropa de moda cerraba, acudía ella para mirar qué podía haber
entrado nuevo, qué artículos podían estar en promoción o... donde
se encontraría él. Porque tampoco faltaba nunca a su cita, cosa
rara en un hombre, y cada día lo veía prácticamente en el mismo
sitio. Un escueto saludo por parte de ella, sin respuesta, era lo que
necesitaba para tener un gran día. A ella solo le bastaba su mirada
dulce y pensó que debía tener un ropero bastante grande, a juzgar
por la diversidad de prendas que lucía cada día.
Hasta
aquel día que no lo vio. Quizá ella se había adelantado a su
habitual hora de visita, quizá él tuviera algún compromiso. Se
desesperó y cogió un vestido cualquiera para ir a probárselo y
llorar en silencio. Junto a los probadores lo descubrió, sin ropa,
tumbado sobre un montón de cajas de cartón.
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