Luis
los miró sin animadversión. Después de todo, él era un respetado
hacendado contra quien nada tenían. Siguió besuqueando a María
Bonita mientras la música seguía sonando y una chica cantaba un
pasodoble referido al, ya por entonces, famoso ladrón
Si
por robar al rico
él
es encerrado
por robar mi amor
por robar mi amor
a
cuánto será condenado.
Dejad
que vuele
libre
cual pájaro
para
que de esa manera
pueda
yo cazarlo.
La
gente rió y aplaudió, incluidos los hermanos Cusó, Antonio y
Ramón, que cogieron a dos chicas y comenzaron a bailar torpemente.
Quizá no fuera el mejor momento para que aquella chica cantara eso,
pensó Luis. Sin embargo, era una copla popular que ya se había oído
en más de una ocasión en todas las tabernas. No tenían motivo para
pensar que él se encontrara allí y que esa fuera la causa del
arranque de la cantante. Pero, por otra parte ¿de qué serviría
huir? Le darían caza rápido, eran cinco y tirarían a matar. Siguió
dándole vueltas. Lo mejor era aparentar lo que se suponía que era.
'Fíjate en tus hombres. Ellos no están nerviosos', se dijo para sus
adentros. María Bonita se dio cuenta de que la mente de Luis no
estaba donde debía estar y así se lo hizo saber. 'Tienes razón,
chiquilla mía', le contestó y procuró no volver a pensar en el
asunto, retornando a los besos a la vez que le tocaba su hermoso
trasero.
Los
escopeteros miraban a hurtadillas a la pareja y volvían a mirar a la
cantante. Después comenzaron a charlar y a reír con algún chiste o
gracia que contara alguno. No se movieron de su sitio y las jarras de
vino iban acumulándose en uno de los extremos de la mesa que
ocupaban, circunstancia que no pasó desapercibida a Luis, por lo que
se relajó ante la ausencia de peligro. Entonces, varios clientes se
acercaron a él y le pidieron que le contara qué le había
acontecido en su último viaje. Luis puso a un lado a María y
comenzó a relatar con todo lujo de detalles y con una palabrería
digna sus andanzas por el lejano Perú. La música sonaba ahora más
suave y el relato podía oírse en todo el local.
- ¿Y es cierto que ha conseguido mucho oro, como por ahí se dice?- preguntó uno.
- Los arrendamientos de las tierras me han sido pagados en oro por ser valedero en cualquier otra parte del mundo. Pero no es tanto. Tan solo unas monedas- respondió Luis.
- ¿Tiene alguna encima? ¿podríamos verla?- siguió insistiendo el pesado cliente poniendo en aprietos a Luis que no quería mostrarlas.
En
ese momento, otro de los clientes, completamente borracho, cayó
encima de la mesa de los escopeteros, rompiendo una de las patas y
haciendo que las jarras cayeran al suelo y derramaran todo el vino
que, dado por supuesto, se habían bebido. Luis observó la escena y
a los escopeteros que le miraban y extrajo conclusiones de forma
rápida.
- ¡Luis Candelas Cajigal, en nombre del rey, téngase preso!
No hay comentarios:
Publicar un comentario